lunes, 4 de febrero de 2013

ABRAHAM: En El Mundo, Pero No Del Mundo

Gn 14.1-24 No hay dos historias que se siguen de forma paralela, no hay una historia de Dios (superior y sagrada) y otra, a parte, humana (inferior y profana). Para muchos cristianos es como si se pasaran dos historias independientes la una de la otra: la historia de Dios y la historia humana. Pero solo hay una historia y, en ella, vemos a Dios y a los hombres, vemos la actuación redentora de Dios y las distintas respuestas que le dan los hombres y mujeres a lo largo de los siglos. En este texto encontramos una de las ocasiones en que esas dos líneas (Dios redimiendo y las respuestas que le da los hombres) se coordinan juntas: por un lado vemos la actuación de Dios y por otro las reacciones humanas a él. En ese sentido, Abraham ocupa una posición muy interesante y especial: es parte integrante de la historia humana y, al contrario de la mayoría de los hombres, sigue los caminos trazados por Dios en esa historia. Está en el mundo, pero no sigue las pautas del mundo; más bien, camina en los senderos de Dios dentro del mundo y de la historia humana. En este capítulo tenemos la oportunidad de ver que Abraham estaba en el mundo, pero no compartía de la misma savia del mundo; era parte de una determinada sociedad humana y participaba activamente en ella, pero no se comprometía con sus principios pecaminosos. ¿Qué tiene eso a ver con nosotros hoy? Hay que empezar comprendiendo un poco mejor el texto. 1. La misma historia humana de siempre (14.1-12): hay nombres de reyes y de sus ciudades-reinos; un pequeño número de estados desafiando al soberano de toda la región, lo que generó una guerra entre ellos y la muerte de muchas personas. El proceso histórico y las intrigas políticas eran las de siempre, los deseos de conquista económica siguen siendo los de hoy, con la diferencia que hoy se conquistan mercados para nuestras marcas. Pero el deseo de riquezas y de más influencia y poder siguen marcando la pauta de los seres humanos y sus relaciones personales, familiares, económicas, políticas e, incluso, religiosas. Quedorlaómer y sus socios partieron de la región de Babilonia (Sinar) en una aventura de conquistas invadiendo otras tierras, haciendo nuevos enemigos y aumentando su poderío militar y económico (14.5-7) antes de la batalla en la orilla sur del Mar Muerto (el valle de Sidín está hoy bajo el Mar Muerto) contra el rey de Sodoma y sus aliados en Palestina. La conclusión de esa historia es que “y como Lot, el sobrino de Abraham, habitaba en Sodoma, también se lo llevaron a él, con todas sus posesiones” (14.12). Como sabemos por el capítulo anterior, Lot se separó de Abraham, buscando un mejor lugar donde pudiera cuidar a sus rebaños. Elige vivir en Sodoma, lo que demuestra que su elección solo se basaba en que “era una tierra de regadío, como el jardín del Señor” (13.10). Pero resultó ser una tierra de gente mala, que hacia deliberadamente lo que era malo a los ojos de Dios. Además, la riqueza de la tierra y la prosperidad económica de su gente servía de tentación a los conquistadores foráneos. Lo que tenemos aquí es que el mundo humano sigue el mismo compás de siempre, es la misma historia de siempre. 2. Abraham estaba en el mundo… (14.13-16): empezamos a leer el verso 13 y de pronto vemos que por primera vez en esta historia se menciona a Abraham. El autor nos lo presenta como “Abraham el hebreo”, posiblemente era como lo conocían los vecinos en sus días. “El hebreo” nos ayuda a entender que Abraham no vino del cielo, o sea, que tenía un origen humano y común, que era parte de un determinado pueblo de la misma forma que Mamré era amorreo (v.13). Además, vemos que Abraham seguía las pautas normales de su época. Necesitaba establecer vínculos con sus vecinos para que, juntos, se protegieran de los invasores y, por eso, mantenía alianzas militares con Mamré, Escol y Aner (v.13). Si seguimos el texto, luego vemos que convocó a 318 hombres adestrados para la guerra que habían nacido en su casa. Ya de pronto nos asustamos con el tamaño de su casa y podemos imaginarnos todo el aparato que tenía montado para mantener a esa casa. Con sus hombres y sus aliados se marcharon para la guerra contra los invasores que hicieron cautivo a su sobrino. Los persiguieron por muchos kilómetros hasta que los derrotaron y pudo rescatar a su sobrino, todos los demás cautivos y sus posesiones. Como vemos Abraham era un hombre de su tiempo, no era un extraterrestre, o alguien que por tener fe en Dios estaba absolutamente aislado de la cultura humana y sin ningún contacto con la sociedad de sus días. Todo por lo contrario, Abraham estaba en su mundo, era parte de su sociedad, mantenía vínculos comerciales, mantenía alianzas militares para la protección de su casa, acudía a sus vecinos para ayudarles en sus necesidades y era un buen vecino para todos los pueblos de Canaán. Era de bendición para estas familias. Estaba en el mundo… 3. Pero Abraham no era del mundo (14.17-24): Ahora, en estos versos, podemos ver que Abraham no mantenía los mismos principios de vida que los demás hombres de su época. En ese sentido, aunque estuviera en el mundo, no era del mundo. Luego que regresó de la victoriosa batalla contra Quedorlaómer y sus aliados, Abraham recibe la calurosa visita de dos reyes de su zona y observamos que hay un fuerte contraste entre ellos. A uno Abraham le da su “no”, al otro su “si”. El primer que se presentó fue el rey de Sodoma (Bera, que significa “malo”) y eso lo podemos entender muy bien, puesto que Abraham había rescatado a su pueblo y sus posesiones. Le debía un gran favor a Abraham y tenía una obligación con él. Por eso le ofreció a Abraham quedarse con todos las posesiones rescatadas devolviéndole solamente las personas de su pueblo (14.21). Se podía considerar que era un ofrecimiento bastante justo e, incluso, esperado. Pero Abraham no quería estar en débito con hombre alguno, sobre todo con el rey de una ciudad con la fama que tenía Sodoma. El rechazo de Abraham al ofrecimiento del rey de Sodoma ha sido muy claro y contundente: “he jurado por el Señor, el Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, que no tomaré nada de lo que es tuyo, ni siquiera un hilo ni la correa de una sandalia. Así nunca podrás decir: Yo hice rico a Abraham. No quiero nada para mí, salvo lo que mis hombres ya han comido” (14.22-24). Los principios de fe de Abraham le impedían mantener una clase de deuda como esa con una persona como el rey de Sodoma. Sería como concordar y participar de la corrupción que produjo esa riqueza, sería como ser cómplice de las obras de las tinieblas, andar conforme a los poderes de este mundo, conduciéndose según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ejerce su poder en los que viven en la desobediencia, impulsado por sus deseos pecaminosos… (Ef 2.1-3). Él no podía entregarse a esa clase de compromiso y comprometer su vocación porque sus raíces estaban ya firmadas en la fe, porque su vida estaba ya confirmada por una promesa y por la misión de ser bendición para todo el mundo. Y por esa misma razón, Abraham se encuentra con Melquisedec (“rey de justicia” y “rey de paz” – Hb 7.2) que era el rey de Salén, futura Jerusalén, y sacerdote del Dios Altísimo. Este encuentro con Melquisedec tiene al menos tres niveles de significados. En un primer nivel, como historia pura y simple, un rey cananeo ofrece un gesto fraterno al héroe que vuelve a casa, ofreciéndole y a sus hombres una simple merienda de pan y vino y le bendice. Abraham y sus hombres aceptan los alimentos y la bendición. Evidentemente, Melquisedec asume una función sacerdotal muy importante aquí, sobre todo por ser el rey y sacerdote de Jerusalén. A ese sacerdote, Abraham le dio la décima parte (diezmo) de todo el botín. Ese hecho de Abraham era un reconocimiento de que la victoria contra sus enemigos le ha sido dada por Dios, no era el resultado final de su fuerza y superioridad militar. Abraham dio el diezmo de todo porque quería agradecer a Dios por la victoria y por su justicia. Aprendemos aquí con Abraham que el diezmo representa nuestra gratitud a Cristo por su justicia aplicada en nuestras vidas. Al diezmar manifestamos nuestra confianza en que el Señor, y solo él, nos cuida y nos da lo suficiente por su providencia. En un según nivel, esta historia asume un significado sacramental, puesto que el pan y el vino ofrecidos por Melquisedec inevitablemente nos conduce al sacramento de la Santa Cena instituido por Jesucristo representando su presencia real y verdadera entre los creyentes que siguen los pasos de fe de Abraham. Además, la deidad a que servía Melquisedec era el “Dios Altísimo”, El Elyon. El Elyon era adorado por los cananeos en general como siendo la suprema deidad, el padre y creador. Este nombre “Dios Altísimo”, por tanto, era muy bien conocido de todos los cananeos, que tenían además sus varios otros dioses, como Baal por ejemplo. Pero las palabras de Abraham en el v.22 ya suenan un poco distintas: asocia al Dios Altísimo de Melquisedec con el Señor (Iahweh). No hay otro Dios Altísimo que el Señor que le habla personalmente y que le ha dado la promesa de vida a todas las familias de la tierra. En un tercer nivel de significados, el encuentro con Melquisedec asume también un sentido simbólico y tipológico. En primer lugar su nombre, rey de justicia, marca una profunda diferencia con el nombre de Bera (el malo); Jerusalén que representa un lugar de paz, la ciudad de Dios, marca una sensible diferencia con Sodoma, un lugar de pecado y destrucción. Si por un lado Abraham representa al pueblo elegido (Israel-Iglesia) para seguir a Cristo en fe, Melquisedec por otro lado representa al futuro rey que se sentará en el trono de Jerusalén para reinar con justicia (David y Cristo por su resurrección – Sl 110.4; Hb 7.11-28). Así que podemos concluir con las palabras de Jesucristo en Jn 17.13-18 que están profundamente relacionadas con la experiencia de Abraham, de estar en el mundo, pero no de pertenecer al mundo: “ahora vuelvo a ti, pero digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, para que tengan mi alegría en plenitud. Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que os quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo”.

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