miércoles, 23 de enero de 2013

ABRAHAM: Sacrificio, Fe y Provisión

Gn 22.1-19 Estamos ante una de las historias más intrigantes de la vida de Abraham, cuando Dios le pide que sacrifique la vida de su único hijo, el hijo de la promesa. Es cierto que vivían en un contexto cultural y religioso en que los sacrificios humanos a los dioses de los pueblos alrededor de donde vivían no era nada extraño, pero la fe en el verdadero Dios estaba depositada sobre una promesa de vida y de bendición. ¿Qué significó para Abraham que Dios le pidiera la vida de su único hijo, el hijo de la promesa? ¿Qué significó para Isaac? Y, ¿qué significa para nosotros la experiencia de sacrificio, de fe y de provisión divina que tuvo Abraham? ¿Qué podemos aprender con la experiencia de Abraham? Para saber cómo aplicar esta historia a nuestras vida, debemos empezar comprendiendo la historia y sus matices. “Dios puso a prueba a Abraham” (22.1): Dios quiso probar la fe de Abraham. No porque se estaba acabando su fe, o porque se estaba desviando de la fe… Las pruebas de Dios no son castigos, son instrumentos de crecimiento y edificación: “lo que estáis soportando es para vuestra disciplina, pues Dios os está tratando como a hijos” (Hb 12.7-13). No necesitamos temer las probaciones que nos vienen de Dios; debemos temer, eso sí, las consecuencias de nuestro propio pecado. “Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas… ofrécelo como holocausto” (22.2): La forma como Dios se refiere a Isaac es progresiva. Cada frase acrecienta un cierto grado más a lo que Dios, en seguida, le pediría a Abraham. Se va formando una tensión creciente hasta que le llega la orden de Dios de que debería sacrificar la vida de su único y amado hijo. Una petición muy extraña y contradictoria, puesto que en 21.12, Isaac fue confirmado por Dios como el hijo de la promesa: “porque tu descendencia se establecerá por medio de Isaac”. ¿Cómo podía explicarse Abraham que Dios le prometiera algo e en seguida se lo quitara, porque sí? ¿Puede Dios hacer cosas así? ¿Puede Dios jugar con nosotros de esa manera? ¿Cómo se lo tomó Abraham? Seguramente tuvo sus dudas, preguntas y luchas internas, posiblemente haya llorado toda la noche; era tan humano como tú y yo. Pero, al igual que nosotros, tenía una verdadera fe en Dios que lo hizo someterse a la palabra de Dios: “se levantó de madrugada… y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado” (22.3). Respondió positivamente con la fe a la palabra de Dios, aunque muchas cosas no le cuadraban. Aunque tengamos dudas y preguntas, la verdadera fe nos lleva siempre a los pies de Cristo. No nos sometemos a la voluntad de Dios porque la comprendemos perfectamente, o porque estamos totalmente en acuerdo con ella. Nos sometemos a la voluntad de Dios porque le conocemos por fe y sabemos que hace lo mejor para sus hijos, incluso el haber sacrificado el suyo en la cruz. “Y ve a la región de Moria… en el monte que yo te indicaré” (22.2): la región adonde debería dirigirse Abraham se quedó conocida como “Moria”. Se convirtió en un lugar muy especial, porque fue donde se construyó más tarde el templo de Salomón (2Cr 3.1) y muy cerca del Calvario donde Cristo habría de ser crucificado. El Sl 24.3 también hace una interesante referencia a este lugar, cuando pregunta: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su santo lugar?”. Importante observar que el significado de nombre hebreo “Moria” es “lugar de la provisión de Dios”, como lo podemos ver en 22.14. Debemos reconocer la importancia de ese nombre para el contexto de la experiencia de Abraham, puesto que refleja su fe en que Dios ha de proveer tras el sacrificio de Isaac. Creía en la provisión de Dios, que no dejaría de cumplir con su palabra eterna y su promesa. Seguramente, a lo largo de su viaje (peregrinaje) hasta Moria, Abraham estuvo meditando sobre la permanente provisión de Dios en su vida y en su familia. En Moria habría un monte específico que Dios “le indicaría” a Abraham. Con toda certeza estas palabras le hicieron recordarse de cuando Dios le llamó por primera vez a que dejara su tierra, sus pariente y la casa de su padre para irse a una tierra que le mostraría (12.1). Caminó tres largos días con su hijo (22.4), tiempo en que pudo meditar y ejercer su fe. Tiempo de una prolongada prueba y de una obediencia firmemente mantenida. El “carácter” de su fe se perfeccionaba, su reflexión sobre la palabra de Dios se profundizaba, su espiritualidad se fortalecía. Su vida de peregrinaje en búsqueda de la voluntad de Dios no había terminado; más bien, le seguía a lo largo de toda su vida de fe y comunión con Dios. Habría que seguir esperando en Dios y orientándose cada día por sus señales y por su palabra. ¡Así es la vida de los que seguimos a Dios! “Y luego regresaremos junto a vosotros” (22.5): iba con la certeza de que tenía que sacrificar a su hijo, pero también con la misma certeza de que volvería luego con su hijo vivo. No podemos tomarnos a la ligera esta afirmación de Abraham, pues está cargada de significado para él mismo, para Isaac por supuesto, y para todos los en los siglos venideros seguimos las pisadas de fe de Abraham. ¿A qué se refiere Abraham cuando dice que volvería con su hijo vivo? Leyendo Hb 11.17-19, vemos que “consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos”. Abraham claramente esperaba y confiaba en que Dios resucitaría a Isaac, porque su palabra y promesa habrían de cumplirse fielmente. Isaac cargó con la leña sobre sus hombros, Abraham con el fuego y el cuchillo, “y los dos siguieron caminando juntos” (22.6). Al leer que Isaac cargo con la leña, inevitablemente nos acordamos de Cristo cargando con el madero (la cruz) yendo camino del Calvario (¡lugar muy cerca del monte Moria!): “Jesús salió cargando su propia cruz hacia el lugar de la Calavera” (Jn 19.17). Tenemos aquí una clara tipología de la muerte y resurrección de Cristo, donde la victima (el hijo) y el ofertante (el padre) siguen lado a lado caminando en fe hacia el sacrificio mortal y la inevitable resurrección. ¿Y el cordero, dónde está” es la pregunta que le da todo el sentido a la tipología. “El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios… y siguieron caminando juntos” (22.7-8). Abraham sabía muy bien que el sacrificio se realizaría de cualquier manera, incluso reconocía que su hijo iba a substituir el cordero en el sacrificio. Pero su afirmación de que “Dios proveerá” refleja con exactitud su obediente fe en la palabra de Dios. Eso no muestra que la vida de Abraham era una vida que dependía de la fe y no de las obras meritorias: esperar confiadamente por la obra de Dios y no depender de sus propios esfuerzos y obras personales. El peso está en la obra de Dios y no en nuestros meritos personales. “Cuando llegaron al lugar señalado por Dios…" (22.9-10): es muy importante notar que la narrativa ahora se cuenta con más detalles, el ritmo de la historia ahora va más despacio, como se fuera en cámara lenta, para que no perdamos ningún detalle: Cuando llegaron al lugar señalado por Dios Abraham construyó un altar Y preparó la leña Después ato a su hijo Isaac Y lo puso sobre el altar Encima de la leña Entonces tomo el cuchillo para sacrificar a su hijo Podemos captar cada movimiento, cada suspiro, cada detalle, cada mirada entre Abraham e Isaac y cada lágrima. Pero captamos también el contorno de la fe de ambos, la confianza de que Dios cumpliría fielmente con su palabra y la esperanza de que el cordero resucitaría por el poder de Dios. La historia se acerca a su clímax… “pero en ese momento el ángel del Señor le gritó desde el cielo” (22.11-12): aquí encontramos todo el significado del pasaje y de la experiencia de Abraham. El “ángel del Señor” es una teofanía: el propio Cristo que se le manifestaba en forma de ángel. Y no era la primera vez (Gn 18.1). La forma autoritativa con que habla el ángel asumiendo el lugar de Dios y renovando la antigua promesa (22.15-18) nos confirma claramente la teofanía. Además, se pone en lugar de Dios cuando reconoce que Abraham no se ha negado a darle a su hijo. Y, precisamente, esta afirmación de Cristo a Abraham “ahora sé que temes a Dios, pues ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo” (22.12), muestra que del lado humano (Abraham) había una completa disposición y fe para el sacrificio último, el sacrificio de la vida; pero del lado de Dios toda la devoción, fe y fidelidad son percibidas y apreciadas, y ninguna herida fue permitida. Estas palabras del texto parecen responder adecuadamente a las angustiosas preguntas del profeta: “¿Cómo podré acercarme al Señor y postrarme ante el Dios Altísimo? ¿Podré presentarme con holocaustos o con becerros de un año? ¿Se complacerá el Señor con miles de carneros, o con diez mil arroyos de aceite? ¿Ofreceré a mi primogénito por mi delito, al fruto de mis entrañas por mi pecado? (Mq 6.6-7). Y la respuesta viene luego a seguir: “practicar la justicia, amar la misericordia y humillarte ante tu Dios”. Eso hizo Abraham en Moria, donde el Señor provee. Eso lo hizo Abraham a lo largo de toda su vida, convirtiéndose en el padre de los que creen en Jesucristo. Eso es lo que hacen todos los que creen en Jesucristo y depositan sus vidas enteramente y humildemente en sus manos. Es un tema de fe y no de meritos. “Fue, tomó el carnero y lo ofreció como holocausto, en lugar de su hijo” (22.13): el sacrificio sustitutivo del carnero que apunta de forma certera al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1.29), a Cristo que se sacrificó voluntariamente pagando el precio para que fuéramos limpiados por Dios de todos nuestros pecados. Cristo es la suprema provisión de Dios para el ser humano. Cristo es el cumplimiento fiel y cabal de Dios a su propia promesa de bendición a todas las familias de la tierra, tal como hecha a Abraham. “Cuando Dios hizo su promesa a Abraham, como no tenía a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo, y dijo: ´Te bendeciré en gran manera y multiplicaré tu descendencia´. Y así, después de esperar con paciencia, Abraham recibió lo que Dios le había prometido… Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito es inmutable, la confirmó con un juramento. Lo hizo así para que, mediante la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un estimulo poderoso los que, buscando refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros. Tengamos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hb 6.13-20). Con Abraham aprendemos que el sacrificio de Cristo y la fe verdaderamente depositada en él, nos conducen a la provisión eterna de salvación de Dios. ¡Abramos a él nuestra vida y nuestros corazones!

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