lunes, 14 de enero de 2013

ABRAHAM: de su "zona confortable" a la misión de Dios

Si queremos hablar un poco sobre la vida de Abraham no hay otro camino que empezar por su llamado y vocación, aunque toda su vida fuera marcada por episodios muy variados e intensos, donde la fe y la lealtad a Dios marcaron siempre la pauta. Para comprender la vida de Abraham es importante reconocer que, aunque se le considera el primer de los patriarcas de Israel, la influencia de su fe y de la justificación que recibió de Dios no se limita a su pueblo según la carne. Por el contrario, se extiende de forma amplia y profunda a todos los que creen en Cristo para su salvación: su verdadero pueblo según la fe es, por tanto, la iglesia. Eso se confirma en textos como: “por eso se le tomó en cuenta su fe como justicia. Y esto de que ´se le tomó en cuenta´ no se escribió solo para Abraham, sino también para nosotros. Dios tomará en cuenta nuestra fe como justicia, pues creemos en aquel que levantó de entre los muertos a Jesús como Señor. Él fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación” (Rm 4.22-25); “por lo tanto, sabed que los descendientes de Abraham son aquellos que viven por la fe. En efecto, la Escritura, habiendo previsto que Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el evangelio a Abraham: ´por medio de ti serán bendecidas todas las naciones´. Así que los que viven por la fe son bendecidos junto con Abraham, el hombre de fe” (Gl 3.7-9). Así que empezaremos a conocer un poco más acerca de su llamado por Dios y su consecuente vocación para servir a Dios, leyendo el texto de Gn 12.1-3. “El Señor le dijo a Abram…” (12.1): en esta frase encontramos el fundamento para la vida de Abraham, el hecho de que toda su vida se basa en lo que Dios le decía, en la palabra de Dios. Sin la solidez de este fundamento su vida hubiera sido guiada por sus sentimientos en algunos momentos, o por su razón en otros, o por su deseo de ser influyente y de tener muchos bienes. Pero ¡no! Abraham se dejó llevar por los caminos de Dios tal como el propio Dios se los revelada por medio de su palabra. Por eso su vida siguió en rumbo muy diferente de lo que la mayoría de la gente espera aún hoy para sus propias vidas. Abraham encontró en la voz de Dios que le llamaba y le decía el sentido para su existencia humana. Encontró en la palabra de Dios su verdadera vocación. Seguramente, como lo podemos constatar a lo largo de su historia, Abraham tuvo que luchar consigo mismo para mantenerse fiel a esta vocación y a la palabra de Dios que le llamaba y le hablaba. Pero lo más importante ahora es reconocer que en la palabra de Dios residía toda su fe y fundamentaba cada momento y dimensión de su vida. Nosotros, de igual manera, debemos encontrar en la palabra de Dios (la Biblia) el fundamento más profundo para nuestras decisiones. Cuando nos firmamos en los principios de la palabra de Dios no podemos esperar otra cosa que la transformación de nuestra forma de pensar y, en consecuencia, de los caminos que seguimos a diario. “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre…” (12.1): esa era la palabra de Dios para Abraham en aquel momento de su vida. Dejar atrás a sus raíces, a su cultura, a la antigua religión de sus padres, a sus parientes, a sus padres. En aquel momento de la historia cuando uno dejaba su tierra no tenía teléfono o internet o vuelos baratos, o sea, lo más probable era que no volvería jamás a ver a sus parientes ni a sus padres. Dios le llamaba a emprender una jornada sin vuelta. Lo que sabemos es que su padre, Téraj, ya había dejado su tierra natal en Ur llevando consigo a Abraham y Saray, a Najor y Milca, y a su nieto Lot, hijo de Jarán, muerto en Ur. Téraj partió con su familia y se quedaron en la ciudad de Jarán, fundada por él mismo a la que le dio el nombre de su hijo muerto (Gn 11.27-32). Eso significa que el llamado de Abraham por Dios se concretizó en Jarán después de la muerte de su padre. Se quedó con él hasta su muerte y sólo entonces deja su tierra y a sus parientes para seguir el llamado de Dios. Eso no quiere decir que Abraham consideraba a su padre más importante que Dios, más bien, que tomó en cuenta que la voluntad de Dios en todas las épocas es que honremos a nuestros padres (Ex 20.12). En ese sentido, su llamado y vocación ya se fundamentaban en su relación personal con Dios que, desde antes, ya le hablaba y le revelaba su voluntad. Pero lo que nos interesa también es comprender que al dejar su tierra, sus parientes y la casa de su padre, Abraham estaba dejando su “zona confortable”, donde se encontraba humanamente seguro y donde supuestamente tendría un futuro garantizado. Aparentemente, dejar su “zona confortable” era asumir un riesgo innecesario, a final podría servir a Dios sin tener que cruzar esa frontera. Pero al cruzarla se encuentra en manos de Dios de una forma muy especial, puesto que sin cruzarla no llegaría jamás a conocer la profundidad de los propósitos de Dios para su vida. En la “zona confortable” nuestra visión de Dios se torna restringida a los límites humanos de nuestra vida y, por más que nos esforcemos por comprender su voluntad, no llegamos a alcanzarla por completo. Abraham tuvo que dejar su “zona confortable” para entregarse por completo al camino tan especial que Dios le tenía propuesto. “Y vete a la tierra que te mostraré” (12.1): al cruzar la frontera de su tierra, sus parientes y de la casa de su padre, no se quedó Abraham sin ningún lugar a que pertenecer. Había una nueva tierra que Dios le mostraría, con nuevas personas, con nuevas dimensiones y con la posibilidad concreta de servir a Dios conforme el llamado recibido. Tuvo de dejar su “zona confortable” y caminar día tras día siguiendo las señales de Dios hasta que pudiera acampar en su nueva tierra. Para entonces, mucho tiempo, muchas luchas y muchas historias ya se habrían acumulado, pero todas según la voluntad de Dios, allanando a su vida para que cumpliera con el propósito del Padre. Abraham fue un peregrino en nombre de Dios. La idea de “peregrino” es de alguien que sabe que llegará, pero que tiene que caminar, un paso tras otro siguiendo un largo camino, con tiempo suficiente para conocerse ante Dios, para verse como siervo de Dios, para reconocerse como un buscador de la voluntad de Dios, para vencer la tentación de la “zona confortable”. Abraham estaba absolutamente seguro de que llegaría, pero no tenía claro, en aquel momento, ni dónde ni cuándo. Así es la vida cristiana, una vida de seguir a Dios, buscando a diario su voluntad, reconociendo sus señales en la historia y en nuestra historia, seguros de que llegaremos a la morada eterna. Esa idea de “peregrinaje” fue muy importante para los primeros cristianos, que en muchas ocasiones se conocían y se definían como “los del camino”: “tenía la intención de encontrar y llevar presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres” (Hc 9.2); “pero algunos se negaron obstinadamente a creer, y ante la congregación hablaban mal del Camino” (Hc 19.9); “por aquellos días se produjo un gran disturbio a propósito del Camino” (Hc 19.23); “perseguí a muerte a los seguidores de este Camino” (Hc 22.4); “adoro al Dios de nuestros antepasados siguiendo este Camino que mis acusadores llaman secta” (Hc 24.14); “entonces Félix, que estaba bien informado del Camino, suspendió la sesión” (Hc 24.22). Seguimos hoy como creyentes peregrinos, que estamos en el Camino y que buscamos conocer y reconocer cada día la voluntad de Dios para nuestras vidas. Si no estamos en el Camino es que todavía nos limitamos a nuestra “zona confortable”. “Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre y serás una bendición” (12.2): tenemos aquí paralelismo común en la poesía hebraica: (a) Haré de ti una nación grande (b) Y te bendeciré (a) Haré famoso tu nombre (b) y serás una bendición Este paralelismo expresa una promesa de Dios a Abraham, una promesa que le acompañaría durante todo su peregrinaje como siervo de Dios y que le daría sentido y fuerza en cada momento. Toda promesa de Dios tiene que ver con su palabra, así volvemos al principio cuando por la palabra de Dios Abraham fue llamado y vocacionado. Esta promesa, aparentemente, no se parece en nada a la orden dada por Dios antes: ¿Cómo ser una nación grande si ni tierra tenemos? ¿Cómo tener un nombre famoso si dejamos atrás nuestras raíces humanas? ¿Cómo ser una bendición si nosotros mismos seguimos buscando conocer la voluntad de Dios cada día? Pero a la promesa de Dios le sigue su acción. En otras palabras, la promesa de Dios es parte fundamental de la totalidad de su historia de salvación a lo largo de los siglos. A eso llamamos “gracia”. En ese sentido, esa promesa, que era la palabra de Dios, ha guiado la vida de Abraham y ha sido “lámpara para sus pies y luz para su sendero” (Sl 119.105). Lo mantuvo en el “Camino”, abasteció su vida con la verdadera fe, le impidió de desviarse para un lado u otro. La promesa dada por Dios en su palabra crea, en cada uno, una historia de fe y de gracia. Hay un camino de fe y de gracia que seguir en el cual el pueblo de Dios (iglesia) y cada creyente en particular encontramos la bendición de Dios y, efectivamente, somos de bendición para otras personas. Ya somos bendecidos y de bendición para otros por el simple hecho de cruzar la frontera de nuestra “zona confortable” y fielmente, día a día, seguir en búsqueda de la voluntad de Dios, firmando nuestros pasos en las promesas y principios de su santa palabra. “Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan” (12.3): estas palabras siguen las anteriores como una conclusión a ellas y, a la vez, introducen las palabras finales del verso 3. Dios le promete a Abraham que su bendición les acompañara a los que le bendiga; en otras palabras, los que sigan los mismos pasos de fe de Abraham recibirán de Dios también su gracia y redención. Pero los que no sigan los pasos de fe de Abraham, estos seguramente estarán apartados de la gracia de Dios. Ya en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo lo explica mejor cuando dice que “así los que viven por fe son bendecidos junto con Abraham, el hombre de fe. Todos los que viven por las obras que demanda la ley están bajo maldición” (Gl 3.9-10). Abraham, así, se convierte en padre de una gran nación compuesta por todos aquellos que creen en Cristo, siguiendo así la fe de Abraham, independiente de nacionalidad, extracto social o época histórica. ¡Por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra! (12.3): llegamos al clímax del pasaje, ¡la misión! Abraham recibe la promesa de Dios de que sería el mediador para que el proceso de redención en Cristo llegara a todos los pueblos, sociedades y familias de la tierra, en cualquier época. En primer lugar tenemos que entender estas palabras como siendo parte de la elección, vocación y alianza de Dios con Abraham, con Israel representado por Abraham, y con la iglesia (los verdaderos descendientes de la fe de Abraham). Se trata, por tanto, de una promesa cargada de responsabilidad para con la misión que ha sido indeleblemente impresa por la gracia de Dios en nuestra naturaleza como su pueblo. Son palabras que muestran con objetividad que Abraham-Israel-Iglesia es parte del plan eterno y redentor de Dios, un plan que se fue revelando históricamente en las Escrituras Sagradas, indicando que la elección y la alianza de Dios con su pueblo (representado en el texto por Abraham) le proyecta hacia a todos los demás con la responsabilidad de ser canal de bendición y del evangelio a toda la humanidad. Abraham comprendió muy bien la misión que recibiera de Dios. En Gn 18.18-19 esta promesa se repite cuando del anuncio de la destrucción de Sodoma y Gomorra y puede interceder por la preservación de la vida de aquellas personas (18.22-33). En Gn 22.17-18 la promesa se repite cuando Dios prueba la fe de Abraham ordenando el sacrificio de su hijo, indicando la extensión que su descendencia de fe sería como las estrellas del cielo y la arena del mar. En Gn 26.4 se renueva esta promesa ahora a su hijo Isaac, manteniéndose la misma base de la fe (26.5). En 28.14 la promesa se renueva con Jacob, indicando con más claridad la extensión territorial en donde se encontrarán personas que creen verdaderamente. Por fin, en Gn 17.5-8 encontramos la renovación de la promesa no sólo con Abraham, pero con toda su descendencia de fe. Este último texto nos proyecta directamente al Nuevo Testamento. Pablo la interpreta como referencia a todos los que creen en Cristo (Rm 4.11-12, 17-18; Gl 3.6-14); María la entiende como cumpliéndose con la venida de Jesucristo (Lc 1.55) y Esteban la menciona como uno de los pasos fundamentales en la historia de salvación en Cristo (Hc 7.5ss). Pedro lo tiene muy claro al decir que Israel, con quien Dios estableció inicialmente la alianza, fue el primero a ser bendecido por esta promesa que ahora se extiende a todos los demás (Hc 3.25-26). Con Abraham, por tanto, aprendemos que el camino de la gracia de Dios nos lleva de nuestra “zona confortable” a la misión de Dios a todos los seres humanos. Hay un largo camino entre esas dos realidades, un peregrinaje que ocupa toda nuestra historia de vida, pero que efectivamente es la gracia de Dios manifestada en nosotros y, muy importante, por nosotros. Rev. Carlos Rodriguez

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