“Jamás desesperes aún estando en las más sombrías aflicciones, pues de las nubes negras cae agua limpia y fecundante” (Miguel de Unamuno). El no tener esperanza es uno de los sentimientos que más afectan a las personas en nuestra época. La esperanza parece tener una vida muy corta cuando nos falta la salud y el trabajo, o cuando nos sentidos acorralados por personas y situaciones que nos dañan, cuando nos sentimos solos y sin saber qué camino seguir. En general se la considera como una gran virtud, incluso en la Biblia viene acompañada por la fe y el amor. Esperanza, fe y amor se consideran las virtudes que permanecen y resumen lo que es la vida de los cristianos.
La esperanza puede tener variadas dimensiones: unas más cercanas, como esperamos cobrar el fin de mes, esperamos cerrar un negocio importante esta semana, esperamos recibir la buena noticia que tanto esperamos; pero hay otras más de largo plazo, como esperamos tener una vida con salud, esperamos tener un matrimonio largo y feliz, esperamos que nuestros hijos sean personas de bien, trabajadores y felices. Así que vivir sin esperanza puede ser una de las experiencias más duras de la vida.
Pero además de lo que esperamos para nuestra vida común de todos los días, hay que pensar en la esperanza como una necesidad espiritual del ser humano. Digo esto porque, como dice el apóstol Pablo, “si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales” (1Co 15.19). Por tanto, nuestra esperanza no puede fundamentarse sólo en lo que esperamos en cuanto a lo físico y espiritual; nuestra esperanza debe fundamentarse en Dios para que toda la vida encuentre se sentido más profundo.
El Salmo 40.1-3 nos ayuda a entender esa dimensión espiritual y más profunda de la esperanza. Veamos lo que nos enseña el salmista David:
1. La esperanza es la respuesta humana a la acción de Dios: “puse en el Señor toda mi esperanza” (1). David empieza su Salmo con palabras que destacan su actitud de poner sobre la persona y la obra de Dios su esperanza de vida. Es muy interesante la forma como David expresa los problemas que le quitaban la esperanza humana. Dice: “muchos males me han rodeado, tanto son que no puedo contarlos. Me han alcanzado mis iniquidades y ya no puedo ver. Son más que los cabellos de mi cabeza y mi corazón desfallece. Por favor, Señor, ¡ven a librarme! ¡Ven pronto, Señor, en mi auxilio!” (12-13).
Sabemos que David escribe desde una situación muy crítica y que incluso había personas que trataban de matarle. Pero en medio a tantas incertidumbres y desesperaciones, David encontró la respuesta cierta para su situación: puso sobre el Señor toda su esperanza y, de esta forma, encontró el debido descanso para su alma y pudo seguir con su vida.
Poner sobre Dios toda nuestra esperanza no es una actitud de huida de la realidad. No se trata de que uno se engañe a sí mismo con ideas románticas sobre sus problemas personales y que intente resolverlos todos transfiriéndolos a Dios, como si pudiéramos esquivarnos de los problemas que nos llegan, como si se tratara de una solución mágica que nos quitara de la realidad. No, poner sobre Dios toda nuestra esperanza es una actitud de respuesta que le damos por su presencia, por su gracia y por obra a nuestro favor. Esperar en Dios es confiar plenamente en su acción en la historia humana y en nuestra historia personal. Es una actitud de confianza y de fe genuina en Dios.
En ese sentido, esperamos y confiamos en Dios porque consideramos que es el único que nos puede atender de forma plena y redentora, porque es el único que nos ama con amor eterno y redentor, porque es el único que ha dado su vida a nuestro favor y en nuestro lugar. No poner sobre Dios nuestra esperanza y confianza, eso sí, sería considerado como una locura, puesto que si no confiamos y esperamos en Dios es porque confiamos y esperamos en nosotros mismos y ya nos conocemos demasiado bien y conocemos nuestras limitaciones y finitudes. No podemos confiar en nuestros recursos porque la crisis económica los puede llevar; no podemos confiar en nuestra fuerza, porque podemos perder el vigor con los años; no podemos confiar en nuestra sabiduría, porque engañoso es el corazón humano. Como hizo David, solo podemos poner toda nuestra esperanza sobre Dios y nadie más.
2. La esperanza puesta en el Dios que actúa: la esperanza y la confianza cristianas se fundamentan en la acción de Dios en el mundo y en nuestras vidas. Esperamos en Dios porque vemos como se mueve en nuestras familias, vemos como dirige soberanamente la vida de las sociedades a través de la historia, leemos de sus obras en las páginas de la Biblia. Esperamos en Dios porque desde antes de la creación del mundo viene escribiendo a lo largo de la historia humana una historia de salvación y de gracia. Podemos esperar y confiar en Dios porque nos ha enviado a su Hijo unigénito para tomar nuestro lugar en la cruz y cuñar en ella nuestros nombres como personas salvadas por su gracia.
Al escribir su Salmo, David expresa su esperanza en el Dios que actúa concretamente:
Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.
Él me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano.
Él puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme.
Él puso en mis labios un cántico nuevo, un himno de alabanza a nuestro Dios.
Son palabras que claramente expresan la obra de Dios a favor de David y de todos nosotros. Es él, y sólo él, el que se inclina y nos escucha cuando clamamos, solo él es quien nos puede sacar de la fosa de la muerte y plantar nuestros pies en una roca. ¿Ya nos hemos sentido así, como si estuviéramos boca abajo en la fosa de muerte? Puede ser que unos si y otros no, pero el único que nos puede librar y salvar es Dios por su obra de amor y de gracia.
Es muy interesante la secuencia con que David presenta las obras de Dios: si seguís el texto podéis ver que primero se inclina a oírnos; después nos saca de la fosa y del pantano y nos planta en terreno firme; por fin, pone en nuestros labios un nuevo cántico de alabanza. ¿Qué es lo que vemos aquí? Vemos que por su obra, Dios nos lleva del clamor y muerte a la alabanza y a la vida. ¿Podemos esperar más que eso? Me acuerdo de la experiencia de Abraham, tal como expresada por el apóstol Pablo: “contra toda esperanza Abraham creyó y esperó, y de este modo llegó a ser padre de muchas naciones” (Rm 4.18).
3. La esperanza en Dios nos da un nuevo sentido de vida: “Al ver esto muchos tuvieron miedo y pusieron su confianza en el Señor”. Interesante hablar de miedo aquí. ¿Cómo pueden tener miedo cuando ven las obras de Dios a nuestro favor? ¿De que muchos tuvieron miedo al ver los resultados benditos de nuestra esperanza en Dios? Ciertamente que se trata del miedo de las consecuencias finales en una vida en la que la esperanza en Dios no exista. Hay que temer la vida sin Dios, hay que temer la vida sin la verdadera esperanza en Dios, porque como dice el Sl 37.2 es una vida que “pronto se marchita como la hierba, pronto se seca como el verdor del pasto”.
Vivir confiados en Dios y con nuestra esperanza puesta en él es una forma de anuncio del evangelio. Las demás personas con las que convivimos lo verán y podrán poner también su confianza en Cristo y en Dios. Eso convierte la esperanza cristiana en misionera y evangelizadora, dándonos a todos nosotros que esperamos en Dios un sentido nuevo de vida cristiana, llevándonos a comprometernos con el otro porque esperamos que Dios también le hable y le bendiga con su gracia.
La esperanza en Dios, por tanto, nos mueve de nuestro lugar-sin-esperanza y nos hace caminar hacia a los demás sobre la plataforma de la esperanza y confianza únicamente en la obra de Cristo. Encontramos sentido para nuestra vida cuando nos consagramos y nos dedicamos a vivir con esperanza el evangelio de forma a que otros puedan acercarse también a Cristo por nuestro ejemplo, palabras, decisiones y forma de vida.
El principal sentido que encontramos para la vida cuando ponemos sobre Dios nuestra esperanza y confianza es que dejamos de centrarnos exclusivamente en nosotros mismos, en nuestros deseos y sueños de consumo, en nuestros problemas personales y pasamos a preocuparnos también con las demás personas.
¿Dónde está puesta nuestra esperanza más íntima? ¿En nosotros mismos o en la persona y obra de Cristo? Son preguntas que pueden ayudarnos a encontrar el verdadero sentido de la esperanza cristiana. No esperamos en Dios porque queremos que cumpla con nuestros deseos personales; más bien, esperamos en Dios porque sólo él nos puede redimir por completo y llevarnos por los caminos de su palabra y de su voluntad. ¡Que Dios nos ayude a encontrar en él nuestra única esperanza!
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