¿Qué supone una mejor calidad el trabajo misionero de la iglesia? ¿Del insistente y dramático testimonio dado por misioneros que nos visitan o de profundos conceptos bíblicos acerca de nuestra propia naturaleza como iglesia esencialmente misionera? Es significativa nuestra necesidad, como iglesia, de crecer en los conceptos bíblicos acerca de nuestra propia vocación misionera. En ese sentido, el texto de 1 Timoteo 2.1-7 se convierte en un verdadero auxilio para nuestra fe y misión.
Sabemos que cuando Timoteo recibió esta carta se encontraba en Éfeso. Lo vemos muy contento y reconfortado con la llegada de una carta de su amigo Pablo. Posiblemente haya empezado su lectura como si estuviera sorbiendo cada palabra, puesto que la había recibido en un difícil momento de su ministerio, cuando se sentía flaco, desanimado y frustrado con la iglesia. La carta le era como un bálsamo y consuelo.
De repente, al llegar al capítulo 2, se depara con las palabras “ante todo”, que tienen la fuerza de captar su total atención, ya que le indican que Pablo está a punto de introducir un nuevo tema, de gran interés, que merece su atención. Pablo tiene un comunicado importante y urgente que hacerle. Por tanto, mirando a las palabras del texto, nos preguntamos: ¿Qué tiene Pablo que decirnos que tanto nos debe interesar, como le interesó a Timoteo?
1. La iglesia tiene una meta: posiblemente esté muy claro para todos que la iglesia tiene metas y prioridades, pero ¿la meta establecida por la iglesia es, de hecho, la meta de Dios? Al mirar estos 7 versos encontramos expresiones como: “por todos” (v.1,4), Cristo es el mediador entre Dios y “los hombres” (v.5), Cristo se ha dado como rescate por “todos” (v.6). Además, el apóstol menciona a los “gobernantes y todas las autoridades” (v.2) y a los “gentiles” (v.7). Creo que al poner una énfasis tan grande en la humanidad, Pablo nos dice con eso que tenemos una meta como iglesia.
Es importante comprender lo que quiere Pablo decir en el verso 4 cuando afirma que Dios quiere que todos los seres humanos sean salvos y lleguen a conocer la verdad. En primer lugar hay que comprender que en ninguna vez en que Pablo usa la expresión “todos los hombres” se refiera a cada individuo de la raza humana. El contexto bíblico nos lleva a descartar esa posibilidad puesto que enfatiza que solo los que creen en Cristo serán salvos (Juan 1.12; 3.16; Romanos 1.16) y que estos han sido definitivamente elegidos por Dios (Hechos 13.48; Efesios 1.4-6, 11-12; 1 Pedro 1.2). Específicamente en nuestro texto te Timoteo, el apóstol usa estas expresiones para referirse a grupos o clase de personas. Por ejemplo, en el verso 2 menciona a los gobernantes y a las autoridades, lo que incluye también a sus súbditos o gobernados. En el verso 7 menciona a los gentiles y, en consecuencia, a los judíos.
Así siendo, Pablo no se refiere a todos los individuos de la raza humana contados nominalmente; más bien, a todos los grupos humanos sin excepción. Se trata de todos los seres humanos sin distinción de nacionalidad, raza, religión, posición social, poder económico o posición estratégica en la política internacional. Eso significa que a ninguna de las distinciones humanamente establecidas se debe considerar como determinativa para la acción redentora de Dios. En ese sentido, creemos que el deseo de Dios es que personas de todos los tipos, colores, culturas, lugares, religiones y de todas las épocas sean salvas por Cristo. Podemos decir, por tanto, que esta es la meta de Dios para la iglesia.
En ese sentido, ya no podemos decir que tenemos ante nosotros cientos o millares de pueblos culturalmente definidos que necesitan del evangelio, sino que, además de eso, nos encontramos con el reto de llevar el evangelio a cientos de sociedades con sus segmentos y dimensiones, con sus artes y bellezas, con sus problemas y miserias, con sus valores y pecados. Es preciso que el evangelio de Cristo llegue y llene cada dimensión de vida humana en cada sociedad del mundo.
2. La iglesia tiene un medio: para que podamos cumplir la meta que hemos recibido de Dios, él nos da los medios eficaces por su propia gracia para que llevemos a cabo nuestra misión. Pablo nos menciona algunos de estos medios a lo largo del texto:
a) La intercesión: es importante observar en el verso 1 los elementos que componen la intercesión. Antes de nada, Pablo dice “recomiendo que se hagan…”. Vemos que pone la oración dentro de una recomendación o exhortación con el fin de animar e incentivar a Timoteo en los momentos de lucha y desanimo que vivía en relación a la obra de Dios (¿Por qué tenemos dificultad en aceptar que los misioneros pasen por momentos así?). Pablo lo anima y lo incentiva a cumplir orar e interceder por el cumplimiento de la meta dada por Dios.
Al tener una meta tan grande ciertamente nos sentimos pequeños y necesitamos un medio que esté a la altura de la meta recibida. La oración misionera nos anima en la obra de Dios, pues al interceder por la difusión del evangelio por todo el mundo y en cada dimensión de la vida humana, estamos efectivamente metidos en el frente de combate de la “iglesia en misión”.
Pero Pablo sigue diciendo: “recomiendo que se hagan plegarias…” que se use la práctica de suplicar ante Dios. La oración se transforma en un ministerio específico en la vida de la “iglesia en misión”. Por tanto, no podemos nos acomodar dentro de un concepto y práctica insuficiente de oración misionera.
b) El testimonio: leemos en el verso 6: “este testimonio Dios lo ha dado a su debido tiempo”. Se refiere claramente al testimonio acerca del rescate hecho por Cristo a nuestro favor, a favor de “todos los hombres”. El testimonio, a semejanza de la intercesión, consiste en un ministerio que ejerce la iglesia en el mundo y para el mundo, antes que un ministerio hacia sí misma. En ese sentido, nos concienciamos de que todo el mundo, todos los seres humanos, deben recibir el testimonio del evangelio de Jesucristo, y que no lo recibirán si como iglesias y personas no nos acercamos literalmente a ellos.
Pablo dice que la voluntad de Dios es que, llegando en momento oportuno, se diese a conocer el hecho de que él desea que todos (cada pueblo, raza, segmento social) reciban el conocimiento de la verdad y la salvación exclusiva por Cristo. ¿Será que todavía no ha llegado ese momento? ¿Solo nos llegó a nosotros? Ciertamente que ha llegado con su resurrección el momento oportuno de predicar por palabras y obras el evangelio de Cristo al mundo. ¡Ese momento nos ha sido traído por el mismo Cristo!
Sigue el apóstol diciendo que había sido “nombrado” (v.7) para ese ministerio de testimonio a los gentiles, a todos los hombres. Nos dice que Dios lo había elegido y llamado para el servicio de la proclamación del evangelio a todos los hombres. Creemos, de hecho, que Dios sigue eligiendo y vocacionando personas para ese mismo ministerio y misión, puesto que esta vocación pertenece a la iglesia en su totalidad. ¡Somos llamados a tomar parte en una iglesia esencialmente misionera!
3. La iglesia tiene una fuente: para cumplir con la meta dada por Dios, él nos ha concedido medios y nos lleva a beber a diario de la fuente que nos pone a nuestra disposición. Nuestra fuente es, sin duda alguna, el Señor Jesucristo. Hablando de Cristo como nuestra fuente de vida, dice Pablo: “hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, hombre” (v.5). Siendo nuestro Dios es Cristo quien nos salva, nos sustenta y nos vocaciona. Siendo nuestro mediador, Jesús es el que nos reconcilia con el Padre.
Además de eso, el verso 5 al presentarnos a Cristo como mediador entre Dios y los hombres, nos muestra que la mediación de Cristo no puede ser restringida por las distinciones humanamente establecidas por las sociedades humanas; más bien, es suficiente y extensiva a personas de todos los matices humanos indistintamente. Por eso, Cristo es la fuente de la misión a todos los seres humanos. Está interesado en que cada pueblo del mundo (en todas sus dimensiones de vida) tenga la oportunidad de aproximarse de Dios por su mediación. ¡Es para eso que, fundamentalmente, ha vocacionado a la iglesia misionera!
Cristo es la única fuente para la reunificación de las personas y de los pueblos con Dios. Ha asumido esa posición voluntariamente, como el único mediador de la alianza hecha por Dios, en la que somos los beneficiarios. Por eso, se ofreció como rescate por medio de su sacrificio perfecto, pagando personalmente el castigo exigido por la ley de Dios, produciendo e aplicando por su gracia, en la vida de los que creen, la salvación de sus pecados. Así siendo, el evento de la “encarnación-muerte-resurrección” de Jesucristo es esencial para que hoy, por su propia mediación, los pueblos del mundo puedan encontrarse verdaderamente con Dios. Por tanto, al mirarnos hacia dentro de nosotros como iglesia en misión, solo podemos encontrar a Cristo como la fuente única e inagotable de vida, fe, salvación y misión.
Podemos, por tanto, seguir sin miedo el camino de la misión, entregándonos para la obra de testimonio del evangelio de Jesucristo por todo el mundo. ¡Por una iglesia más misionera!
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