miércoles, 26 de octubre de 2011

La Reforma Protestante


Hoy ya se torna cada vez más común en muchos países occidentales la celebración del Halloween, fiesta de origen celta también conocida como “la noche de las brujas”, el día 31 de octubre, que se hizo muy popular en los Estados Unidos. Pero el 31 de octubre para los cristianos que vinimos y seguimos la tradición de la Reforma Protestante tiene otro significado, un significado muy peculiar y profundo. El 31/octubre/1517 ha sido el día en que Martín Lutero ha colgado en la puerta de una iglesia en Wittemberg (Alemania) sus famosas 95 tesis en contra de la venta de indulgencias por la iglesia católica de sus días, con la intención de reformar la iglesia con los valores puros del evangelio y de la palabra de Dios.

Pero como uno de los principios de la Reforma Protestante se conoce como “eclesia reformata semper reformanda” (iglesia reformada siempre reformándose), pasadas unas décadas hubo la necesidad, en Holanda, de discutirse más a fondo algunos puntos de la teología reformada, puesto que surgían novedades y diferencias entre ellos. Así reunidos en Sínodo, tras siete meses de trabajo presentaron cinco puntos como resumen de la teología reformada, conocidos como los cánones de Dort.

Surgieron algunas enseñanzas o doctrinas que necesitaban respuestas y que llevaron a los reformados a poner en marcha el principio de “siempre reformándose”. Doctrinas como: a) el ser humano aunque afectado por la caída mantiene la condición personal de elegir la salvación y traerse a sí mismo la posesión de la salvación (libre albedrío); b) Dios sabe de antemano los que decidirán por salvarse y elige a estos (elección condicionada); c) Cristo murió para salvar a todos los seres humanos, pero solo en manera potencial (redención o expiación universal); d) el ser humano puede resistir a la obra regeneradora del Espíritu Santo, frustrando su propósito (vocación o llamado resistible); e) el ser humano puede finalmente perder su salvación, puesto que una vez que ha elegido a Cristo mantiene la responsabilidad última de mantener la salvación (caerse de la gracia).

Así siendo, procurando responder a estas doctrinas surgieron los cinco puntos, también conocidos como los “cinco puntos del calvinismo”, que desde entonces nos sirven para expresar de forma resumida el eje del pensamiento protestante y reformado. Quisiera compartir de forma breve cada uno de ellos:

1. Total Depravación: entender que somos totalmente pecadores y que en nosotros no hay ninguna capacidad de producir un bien espiritual suficiente para salvarnos eternamente es clave para que podamos comprender la salvación de Cristo. Eso no quiere decir que el ser humano pueda ser tan malvado como lo pueda ser, tampoco que sea incapaz de hacer el bien a su prójimo. Lo que quiere decir es que cuando de la caída en el Edén, caímos en su totalidad: toda nuestra vida ha sido afectada por el pecado, que se extiende por todas nuestras facultades y afecta todo lo demás, tornándonos incapaces por nosotros mismos de cambiar ese estatus ante Dios.

Ese concepto está claramente enseñado en las Escrituras: “por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron” (Rm 5.12); “todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3.23); “yo sé que soy malo de nacimiento, pecador me ha concebido mi madre” (Sl 51.5); “vio el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y que todos sus pensamientos tendían siempre hacia el mal” (Gn 6.5); “¿quién de la inmundicia puede sacar pureza? ¡No hay nadie que pueda hacerlo!” (Job 14.4); “no hay un solo justo, ni siquiera uno, no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios” (Rm 3.10-11). El retrato es de muerte espiritual y de una completa incapacidad humana de cambiar ese estatus ante Dios: “estábamos muertos en nuestras transgresiones y pecados… éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios” (Ef 2.1-4).

2. Elección incondicional: sigue naturalmente de la doctrina de la depravación total que si estamos muertos en nuestro pecado ante Dios, las condiciones para la salvación humana descansan fuera de nosotros mismos, están en Dios. Siendo así, como parte de su obra redentora, Dios nos elige para la salvación, no porque conoce de antemano los que le aceptarán, sino porque a nosotros mismos nos es imposible elegir la salvación. Esa elección es incondicional porque no hay ninguna condición en los seres humanos para que sean elegidos para la vida eterna, esa ha sido una decisión y elección personal y exclusiva de Dios mismo: “el Señor se encariñó contigo y te eligió, aunque no era el pueblo más numeroso sino el más insignificante de todos. Lo hizo porque te ama…” (Dt 7.7).

En ese sentido, la historia de la Biblia es la historia de la elección incondicional. No debemos extrañar el hecho de que Dios elige a unos y no a otros, ya que el camino natural de los seres humanos es la perdición puesto que todos estamos completa e irremediablemente perdidos por nosotros mismos. Eso nos lo explica Pablo: “así está escrito ´amé a Jacob, pero aborrecí a Esaú´. ¿Qué concluiremos? ¿Acaso es Dios injusto? ¡De ninguna manera! Es un hecho que a Moisés le dice: ´tendré clemencia de quien yo quiera tenerla, y seré compasivo con quien yo quiera serlo´. Por lo tanto, la elección no depende del deseo ni del esfuerzo humano, sino de la misericordia de Dios” (Rm 9.13-16). El apóstol otra vez nos enseña lo mismo en Efesios: “Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin manchas delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad” (Ef 1.4-5). La verdad de la salvación es muy clara en las palabras de Cristo: “no me escogisteis vosotros a mí, sino que yo os escogí a vosotros y os comisioné para que vayáis y deis frutos, un fruto que perdure” (Jn 15.16).

3. Expiación limitada: la expiación limitada nos lleva al propósito central de la muerte de Cristo en la cruz. Su muerte no ha sido accidental, ha dado su vida para cumplir con la voluntad redentora y electiva del Padre de salvar al ser humano que está totalmente incapacitado de salvarse a sí mismo por su naturaleza pecaminosa. En otras palabras, Cristo ha dado su vida “para confirmar el propósito de la elección divina” (Rm 9.11).

Esta doctrina no enseña que Cristo murió para salvar a todos sin distinción como si todos fueran al cielo porque sí; tampoco nos enseña que su muerte no ha sido redentoramente efectiva, sino solo potencial para que los que quieran salvarse a sí mismos lo puedan hacer por sus propios meritos. Más bien, la muerte o expiación de Jesucristo ha sido positiva y efectiva para la salvación de los elegidos por la misericordia de Dios, aunque merecieran la perdición eterna. Cristo con su muerte ha pagado la deuda que tenían con Dios y les aplica eficazmente su justicia eterna.
Cristo murió para salvar a un número particular de personas que han sido elegidos por Dios antes de la fundación del mundo (Ef 1.4), aquellos a quien el Padre le ha dado porque les pertenecen (Jn 17.9), aquellos por quienes dijo: “esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón del pecado” (Mt 26.28). El conocido texto de Juan 3.16 también lo expresa al decir que el profundo amor de Dios se manifestó por la dadiva de Cristo para que la salvación llegara plenamente a los que creen, no a todos. En ese sentido, la muerte de Cristo se torna eficaz para la salvación de los elegidos por Dios que le responden con la fe, una vez ya regenerados.

4. Gracia irresistible: este punto o doctrina sigue la secuencia de todo lo anterior: si los seres humanos son incapaces de salvarse a sí mismos (total depravación), si Dios ha decidido salvarles y ha elegido algunos para ello (elección incondicional) y siendo la muerte de Cristo suficiente y eficaz para la salvación de estos (expiación limitada), sigue entonces que Dios provee los medios para llamarles de forma irresistible a su salvación. Estos medios irresistibles provistos por Dios para la salvación humana se resumen por el concepto de la “gracia”. Por tanto, la obra redentora de Dios no se queda incompleta: “a los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó” (Rm 8.30).

Sabemos, incluso por experiencia propia, que no son todos los que oyen la palabra de Dios que atienden positivamente a su llamada; no todos son convencidos por el Espíritu Santo acerca de su pecado, de la justicia y del juicio; sabemos por las palabras de Cristo que “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos” (Mt 21.14). En la teología intentamos definir esta realidad diciendo que hay dos llamadas: una llamada externa que producirá distintos resultados en los que oyen la palabra, incluso podrán simpatizarse con la iglesia y adoptar sus valores éticos, pero no será suficientemente irresistible como para que la persona rinda su vida a Cristo; la otra es la llamada interior o irresistible, que acompaña a la exterior con el toque especial del Espíritu Santo en el interior del individuo llevándolo irresistiblemente a los pies de Cristo.

Por tanto, cuando el Espíritu Santo llama a un hombre o a una mujer a la salvación lo hace de forma irresistible, no puede ser frustrado pues es la manifestación de la gracia irresistible de Dios. Cuanto a eso, dijo Cristo: “todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo” (Jn 6.37); “nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió” (Jn 6.44); “en efecto, todo el que escucha al Padre, y aprende de él, viene a mí” (Jn 6.45); “Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia” (Gl 1.15); “vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclaméis las obras maravillosas de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1Pe 2.9).

Creo que la experiencia de Lidia, la primera persona en toda Europa que se ha sido alcanzada por Cristo, nos ilustra bien la gracia irresistible: “mientras escuchaba, el Señor le abrió el corazón para que respondiera al mensaje de Pablo” (Hc 16.14).

5. Perseverancia de los santos: el último de los cinco puntos, y en consecuencia de los anteriores, está el hecho de que los que han sido alcanzados por Cristo con su salvación se mantendrán firmes en los propósitos eternos y salvadores de Dios. De la misma forma como la salvación es una obra y dadiva de Dios, el permanecer salvo es también obra de Dios. Si pudiéramos nosotros mismos, por nuestra decisión personal o por la fuerza de nuestro pecado, cancelar y perder la salvación, estaríamos diciendo que la obra de Cristo no ha sido suficiente, no es permanente y no tiene ningún futuro garantizado.

Los santos o los salvos por Cristo, por tanto, perseverarán en esta salvación hasta la eternidad. Una vez salvos por Cristo, salvos por toda la eternidad; la salvación es algo que ya no la podremos perder jamás. La palabra de Dios es muy clara cuanto a eso: “estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en vosotros la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Fp 1.6); “y ésta es la voluntad del que me envió: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final” (Jn 6.39); “mi Padre que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar” (Jn 10.29).

El distintivo más preciado de los que creen en Cristo es que su salvación está garantizada por Cristo mismo, pues “ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Rm 8.1). Podemos, sí, caer en tentaciones; seguimos, sí, siendo hombres y mujeres que portamos una naturaleza pecaminosa. Pero somos sensibles a la voz del Espíritu Santo y de la palabra de Dios y, por ello, nos arrepentimos verdaderamente y nos confesamos directamente a Dios. Recibimos el perdón inmediato de nuestros pecados y podemos seguir adelante en nuestro camino de santificación y crecimiento en Cristo.

A título de conclusión me gustaría mencionar el testimonio de un conocido teólogo, John Piper, sobre los efectos en su vida de creer en los cinco puntos de la reforma protestante:

1. Me hacen permanecer en el temor de Dios y me guían a la profundidad de la adoración centrada en Dios;

2. Me ayudan a protegerme de jugar con las cosas de Dios;

3. Me llevan a maravillarme de mi propia salvación;

4. Me dejan alerta cuanto a los substitutos antropocéntricos que se pasan por evangelio;

5. Me llevan a lamentar la indescriptible enfermedad de nuestro siglo: una cultura que no le hace caso a Dios;

6. Me dan confianza en la obra planeada y llevada a cabo por Dios, que la completará tanto global como personalmente;

7. Me hacen ver todo a la luz de los propósitos soberanos de Dios;

8. Me dan esperanza, puesto que tiene Dios el deseo, el derecho y el poder para responder a las oraciones y para transformar a las personas;

9. Me recuerdan que el evangelismo es absolutamente esencial para que las personas vengan a Cristo y reciban la salvación, aunque su conversión sea al fin y al cabo obra de Dios en sus vidas;

10. Me aseguran de que Dios triunfará al final.

Celebremos este Día de la Reforma Protestante con gratitud a Dios por su obra en nuestras vidas y de forma cada vez más consagrada y entregada a él y a su obra.

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