martes, 15 de febrero de 2011

Solo a Dios le Pertenece la Gloria

“En conclusión, ya sea que comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” - 1 Co 10.31

Es importante notar que estas palabras de Pablo fueron escritas como conclusión de una larga discusión sobre el tema de la libertad que tienen los cristianos y sobre cómo usarla adecuadamente. Los cristianos de Corinto habían comprendido mal algunos de los preceptos bíblicos y, en consecuencia, su ética y conducta diarias se veían tremendamente comprometidas con la mala observancia de las enseñanzas bíblicas. Uno de los variados casos que se dio entre los corintios tenía que ver justo con la forma como usaban de la libertad cristiana para buscar sus propios intereses y dar rienda suelta a sus deseos personales y pecaminosos.

El tema específico que tenía Pablo en mente era la libertad de uno para comer comidas que han sido ofrecidas a ídolos cuando invitados por no cristianos. ¿Qué hacer? ¿Se puede comer o no? Pablo hasta llega a mencionar las preguntas que le han llegado desde Corinto: “¿Por qué se ha de juzgar mi libertad de acuerdo con la conciencia ajena? ¿Me van a condenar por comer algo por lo cual doy gracias a Dios?” (10.29-30).

Estas son preguntas que uno, perfectamente, las podría hacer hoy en día, puesto que se basan en un concepto de libertad centrado únicamente en lo que me apetece y en lo que me da en la gana, centrado en el egoísmo que se manifiesta en el individualismo de nuestros días. Pero el concepto bíblico lo expone Pablo ya en el inicio del texto: “todo está permitido, pero no todo es provechoso. Todo está permitido, pero no todo es constructivo” (10.23).

El apóstol resuelve este caso llamando a los corintios y a nosotros, como cristianos, a que pensemos de forma seria en la finalidad de nuestra vida como personas alcanzadas por la gracia y por la fe. Todo se resuelve cuando miramos hacia el objetivo mayor de nuestras vidas y de nuestra vocación como siervos de Dios. La pregunta que de hecho debe preocuparnos no es si podemos comer, si podemos beber, si podemos bailar, si podemos vestir… La principal pregunta es ¿Hacia dónde camina nuestra vida? ¿Dónde están puestos nuestros ojos mientras vivimos la vida que nos ha dado Dios? “¿cuál es el fin principal del ser humano?” Y la respuesta del apóstol suena de forma muy fuerte: “En conclusión, ya sea que comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”.

A la pregunta primera del Catecismo Menor de Westminster, “¿cuál es el fin principal del hombre?” responde con el mismo sentido de las palabras de Pablo: “el fin principal del hombre es glorificar a Dios e gozar de Él para siempre”. Eso significa que, como seres humanos, fuimos creados y existimos para, complementariamente, glorificar y disfrutar de la relación con Dios. En esto reside la cuestión fundamental de toda la vida y desde este fundamento, que a la vez es el objetivo final de nuestra existencia, buscamos y encontramos a diario el sentido para la vida, para la fe y para la ética.

A este concepto la teología lo denomina “soli deo gloria”, o sea, la gloria solamente a Dios. Dios hizo el ser humano esencialmente para prestarle loor y su sentido último solo será encontrado a medida en que Dios es glorificado en su vida. Nada puede darnos más sentido a la vida que dedicarnos a glorificar a Dios en cada cosa que hagamos y en cada situación que vivamos.

Además, tenemos que comprender que para que el ser humano pueda glorificar a Dios, puesto que para eso existe, Dios le ha creado a su imagen y semejanza. En ese sentido, es incomprensible que la gloria de Dios pueda ser realizada en el mundo sin que haya una creatura suficientemente semejante a Dios que pueda comprender y apreciar su gloria. Por eso y para eso hemos sido hechos a la imagen de Dios y, así, como hombres y mujeres juntos en familia y sociedad, la humanidad refleja la presencia misma de Dios.

Está claro que esta imagen de Dios en nosotros se ha visto manchada por la presencia y consecuencias del pecado en nuestra naturaleza y, bajo el pecado, los seres humanos manifiestan de forma amorfa y deteriorada la presencia y la bondad de Dios, y ya no le pueden glorificar de la forma como lo deberían. Y, en ese punto, es donde interfiere Cristo con la manifestación de la gracia y de la redención cumpliendo así los propósitos eternos del Padre. Cristo restaura en los que creen, paso a paso hasta el día final, la imagen de Dios en nosotros, para que podamos reflejar la presencia de Dios en el mundo con claridad y para que podamos glorificarle con nuestra vida.

Esta exhortación también la encontramos presente en las Escrituras Sagradas aplicada específicamente a la iglesia. Cristo restaura la imagen de Dios en nuestras vidas como hombres y mujeres para que podamos crecer como seres humanos al acercarnos más a Dios y para que podamos manifestar su gloria por intermedio de lo que hace en nuestras vidas y de la consecuente forma como andamos y vivimos en sociedad. La iglesia, por tanto, entendida como siendo todos y cada uno de los que creemos recibe la bendición de expresar al mundo, en primera mano y como un anticipo de la eternidad, la gloria que le pertenece solo a Dios.

En ese sentido, la iglesia existe para glorificar a Dios, aunque haya recibido la misión de llevar al mundo el evangelio por medio de los ministerios y dones que les fueron concedidos por el mismo. Eso lo podemos decir al afirmar que la finalidad última de la iglesia es glorificar a Dios y su finalidad penúltima es proclamar el evangelio; o, dicho de otra manera, la finalidad última de la iglesia es glorificar a Dios y una de las principales formas de cumplir con esa su finalidad es viviendo y anunciando el evangelio a todo el mundo.

De cierta forma, esta idea se puede ver en Mateo 5.16: “así brille vuestra luz delante de todos, para que ellos puedan ver vuestras buenas obras y alaben (glorifiquen) a vuestro Padre que está en el cielo”. Glorificamos a Dios cuando somos la luz del mundo y la sal de la tierra, cuando creemos verdaderamente en Cristo y nos comprometemos con los valores de su reino y cuando asumimos las consecuencias de una vida recta a los ojos de Dios. La verdad es que por intermedio del ejercicio diario de vivir glorificando a Dios en todo y por todo, las demás personas podrán vislumbrar la misma gloria de Dios que nos ha atraído y salvado.

Lo mismo nos enseña Pedro cuando dice: “queridos hermanos, os ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo, que os apartéis de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida. Mantened entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque os acuse de hacer el mal, ellos observen vuestras buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación” (1 Pe 2.11-12). Ya nos vamos haciendo una idea de que glorificar a Dios es algo más que una simple experiencia contemplativa e interior. Glorificamos a Dios cuando nuestra forma de vivir refleja el evangelio y la salvación recibidos de Cristo y demuestran a otros el poder de su amor, por medio de lo que decimos, de la forma como nos relacionamos y nos comportamos. En esto residen las buenas obras.

En la misma carta, el apóstol Pedro también nos dice que “cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas. El que habla, hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios; el que presta algún servicio, hágalo como quien tiene el poder de Dios. Así Dios será en todo alabado (glorificado) por medio de Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (1 Pe 4.10-11).

Al ejercer los dones o los ministerios que Dios nos ha dada a cada uno de los que creemos en Jesucristo, no solo contribuimos efectivamente para el crecimiento y la edificación de la iglesia tanto a nivel local como global, sino que, por encima de todo, alabamos y glorificamos a Dios. Eso significa que hagamos lo que hagamos, si lo hacemos por nosotros mismos, por mejor y más bien hecho que sea, pierde sentido ante Dios Si lo hacemos por nosotros mismos la única recompensa que obtenemos es el alabo de los demás. Pero aunque hagamos algo considerado pequeño e insignificante desde el prisma humano, si lo hacemos y lo dedicamos enteramente a Dios, con gratitud en nuestros corazones y en respuesta a la vida y a la vocación que él nos ha dado, Dios lo considerará grande puesto que su nombre ha sido glorificado por medio nuestro.

Pero hemos empezado comentando lo que les pasaba a los hermanos de Corinto y como les ha orientado el apóstol Pablo. Según Pablo a los corintios, glorificar solo a Dios con todo lo que hagamos es el fundamento para la vida y la espiritualidad cristiana. Glorificar a Dios es no hacer tropezar a nadie con la forma como vivimos; al contrario, cuando glorificamos a Dios nos disponemos a servir a los demás, o como dice el apóstol “haced como yo, que procuro agradar a todos en todo. No busco mis propios intereses sino lo de los demás, para que sean salvos. Imitadme a mí, como yo imito a Cristo” (1 Co 10.31-11.1). La disposición para el servicio consagrado a Dios nos lleva a servir a las personas con las que convivimos de forma a que el más grande interese que puedan tener ante Dios, el de heredar la salvación en Cristo, se concrete en sus vidas por intermedio de la fe salvadora en Jesucristo. Alcanzar la salvación eterna es el interese más alto que alguien pueda tener, aunque no esté consciente de ello, y glorificamos a Dios cuando dejamos al lado, aunque por un cierto tiempo, a nuestros derechos para que podamos servirle como canal de bendición y vida a otros.

Pablo estaba seguro de que esa es la principal y primera vocación de todos los cristianos: ¡glorificar y alabar a Dios con su vida! Creo que, por tanto, tenemos la oportunidad de pensar más detenidamente sobre la finalidad última que ha puesto Dios en nuestra existencia, no solo como seres humanos creados por él, sino que también como seres humanos salvados y redimidos por él.

Nos encontramos, así, en una posición de elevados privilegios que, inevitablemente, conllevan en elevadas responsabilidades ante Dios y los hombres. No estamos aquí solo por nosotros mismos, estamos aquí en este mundo para cumplir con los propósitos de Dios para los seres humanos: aquí estamos para glorificarle con todo lo que somos y para disfrutar de su presencia y de sus bendiciones eternamente.

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