Cuando Lutero descubrió que estaba justificado de su pecado por la pura gracia de Dios, dijo que se le abrieron las puertas del paraíso, porque había comprendido que la gracia de Cristo era el único camino para la liberación del terror que sentía ante un Dios iracundo y vengativo. La doctrina de la justificación por la gracia significó para Lutero su liberación del dominio de la ley y de las obras. Para él, personalmente, la revelación de "la gloriosa libertad de los hijos e hijas de Dios" (Rom. 8.21) fue la respuesta a su angustiosa búsqueda de paz y salvación. Ya que nuestra justificación es "por la gracia mediante la fe" (2.8), podemos confiar firmemente en la Palabra de Dios que nos asegura que el Señor nos ha aceptado.
Pero ¿qué es la gracia de Dios? Seguramente todos tenemos algún concepto sobre la gracia de Dios, puesto que es una expresión que la oímos de tiempos en tiempos. Por ejemplo, hay personas que creen que la gracia de Dios es una actitud de infinita complacencia en que a Dios ya no le interesa en absoluto el mal que hagamos, siempre nos perdona de forma automática; hay otros que llevados por la capacidad humana moderna de minimizar todas las cosas, resumen la gracia de Dios a una fórmula que se desgasta con el tiempo: “la gracia es un favor inmerecido”, o sea, hagamos lo que hagamos no merecemos el favor de Dios pero siempre se dispone a perdonarnos.
Sin embargo, somos desafiados por la amplitud de la Biblia a ver la gracia de Dios como su acción redentora a favor de los seres humanos, ya establecida antes mismo de la fundación del mundo pero que se va desarrollando y creciendo a lo largo de toda la historia, hasta culminar en la encarnación-muerte-resurrección de Jesucristo y que se proyecta hacia la eternidad futura, pasando de forma redentora por nuestra vida y entorno. Hablamos de una acción salvadora eterna que ha sido plenamente concretada por Dios y, al leer la Biblia, encontramos como el sentido más profundo de su mensaje la historia de los actos salvadores de Dios, o sea, la historia de la salvación y de la gracia de Dios como el único camino de acercamiento redentor a Dios. A este concepto lo conocemos como la “sola gratia”.
Al enfocar el texto de Efesios 2.1-10 luego nos damos cuenta de la centralidad de la gracia tanto en la acción de Dios como en la vida humana. El texto empieza con una muy seria descripción del estado de vida en que nos encontramos los seres humanos por nuestro alejamiento de Dios (a eso se llama “pecado”). Según el apóstol Pablo si estamos lejos de Dios estamos muertos en nuestras transgresiones y pecados. Si estamos alejados de Dios andamos conforme a los poderes de este mundo, según el que gobierna las tinieblas, vivimos en la desobediencia e impulsados por nuestros deseos pecaminosos. Las palabras concluyentes del apóstol son todavía más duras: alejados de Dios somos por naturaleza objeto de la ira de Dios (2.1-3). El cuadro que se pinta para el ser humano, o sea, para cada uno de nosotros, es demasiado feo y ante lo que nos presenta Pablo nos vemos sin salida e impotentes para poder salvarnos a nosotros mismos.
Sin embargo, la presencia de la gracia de Dios se ve de inmediato, no solo como la única salida para el pecado humano, sino más bien, como el proyecto de vida que se nos ofrece. En 2.4-5 leemos “pero Dios…” Hubo un teólogo que dijo que esta es la expresión más bonita de toda la Biblia, puesto que se refiere a la clave de la vida. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aún cuando estábamos muertos en pecado. ¡Por gracia habéis sido salvados!”. Es importante comprender que por su gracia Dios interviene en nuestro estado de vida en el que vivimos alejados de él y nos atrae hacia sí con su propuesta de vida y de salvación. La gracia, por tanto, es el camino de la vida que se manifiesta en forma de misericordia y amor por parte de Dios al enviar a su hijo Jesucristo a morir a favor nuestro.
Además, al leer los versos 6-7 encontramos una nueva dimensión de la gracia de Dios. Dice el texto: “y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales, para mostrar en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús”. Además de salvarnos de una vida alejada de Dios, como vimos en los vv.4-5, por su gracia Dios nos concede una nueva posición ante él: estamos ahora unidos a Cristo, resucitados de nuestra muerte en el pecado y sentados al lado de Dios en lo que el apóstol llama las regiones celestiales, que nada más es que la nueva dimensión de vida humana que vivimos bajo la gracia y la palabra de Dios. En resumen, por su gracia Dios nos pone en un nuevo status en el cual inicialmente pasamos a vernos y a comprendernos desde la perspectiva de una vida en unión con Cristo y en comunión con Dios, pasamos a comprender nuestra vida desde el prisma del rescate de nuestra naturaleza pecaminosa.
Esta nueva posición que asumimos ante Dios por su gracia para con nosotros resulta que, además de ser beneficiosa para nosotros, es también evangelizadora, puesto que la nueva posición (v.6) tiene como objetivo mostrar (v.7) la incomparable riqueza de su gracia. La gracia de Dios no se queda restricta al interior de nuestra vida, sino que se transforma en la manera en que Dios le da a conocer a las demás personas su bondad derramada sobre nosotros por medio de Jesucristo. Al ser alcanzados por la gracia salvadora de Dios, somos también los instrumentos usados por Dios para que otros lleguen a conocerle y a recibir su salvación.
Pero siguiendo el texto aún encontramos la dinámica de la gracia de Dios: “porque por la gracia habéis sido salvados mediante la fe; esto no procede de vosotros, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (vv.8-9). ¿Cómo funciona la gracia de Dios al salvarnos? Funciona como un regalo, el que recibe el regalo no lo paga, sino que lo acepta y se alegra, se trata de un don o una dadiva, es el regalo de vida que nos da Dios. No lo pagamos nosotros, pero ha sido pagado por Cristo que ha dado su propia vida, siendo el único justo y sin pecado, para que el regalo nos llegara repleto de la verdadera luz y de la vida eterna.
La salvación es el regalo de Dios que lo recibimos mediante la fe y esto no procede de ninguno de nosotros, ni de nuestras capacidades, ni de nuestras buenas obras, ni de nuestras fuerzas. Así nadie se puede enorgullecerse de que se ha salvado a sí mismo. Solo Cristo por la gracia de Dios manifestada en la cruz y en la resurrección nos puede salvar y a nosotros solo nos cabe recibir por fe este regalo de parte de Dios que es para toda la vida y para la eternidad. La salvación depende de Dios y no de nosotros. Dios es el único que pudo romper con las cadenas del pecado que nos atan desde dentro y que nos impiden de vivir a su lado y así lo hizo al enviar a Jesucristo a dar su vida a nuestro favor. A nosotros nos cabe recibirla con gratitud y vivirla con coherencia. No digo con eso que somos pasivos en nuestra comunión con Dios; todo por el contrario, tenemos responsabilidades ante Dios, necesitamos crecer en esa gracia y en el conocimiento de la palabra y de la voluntad de Dios, seguimos luchando a diario contra el pecado en nuestra vida puesto que la victoria final solo nos vendrá con la venida de Cristo y su reino eterno, y somos los testigos de Dios y su gracia al mundo. Pero en cuanto a producir los medios eternos para la salvación eso solo le cabe a Dios y no a nosotros.
El último verso del texto es muy interesante y nos presenta la gracia de Dios de una manera muy intensa: “porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (v.10). ¿Quiénes somos ante Dios ahora que hemos sido alcanzados por su gracia salvadora? El apóstol es muy claro: en primer lugar somos hechura de Dios. La palabra griega para “hechura” es poiêma de donde viene nuestra palabra “poema” o “poesía” que originalmente en griego significaba “una obra hecha con las propias manos, con arte y primor”. Es como si se presentara a Dios como un artesano que trabaja nuestra vida día tras día con sus propias manos… Se refiere objetivamente al hecho de que fuimos creados por Dios. La gracia de Dios empieza al crearnos Dios como seres humanos.
En segundo lugar, nos dice Pablo que somos creados en Cristo Jesús para buenas obras. Ahora estamos ante una afirmación salvadora, o sea, creados en Cristo significa que por medio de la obra de Cristo hemos sido redimidos de nuestros pecados y destinados por Dios a vivir una nueva dimensión de vida humana en la que los principios de su reino eterno nos transformen y nos guíen en nuestra vida común del cotidiano. A esto se llama las “buenas obras” las cuales dispuso Dios desde antes de la fundación misma del mundo para que las vivamos de forma practica en cada dimensión de lo que somos como personas. La gracia nos llega, por tanto, hasta lo más profundo de nuestro ser.
Si algo debe quedarse en nuestras mentes y corazones al salir de aquí hoy es que Dios en su gracia divina recibe al injusto y lo justifica, "no por obras, sino que para buenas obras" (Ef. 2:8-10). La gracia de Dios despierta en nosotros la gratitud y nos transforma en personas que caminan día tras día hacia lo nuevo de Dios, como nuevas creaturas formadas por Cristo y nos conduce a buscar t a hacer la voluntad de Aquél que nos ha redimido.
No podemos contentarnos con una clase de “gracia barata” que sea puramente formal o verbal. Tenemos la invitación de Dios a abrirnos por entero a su gracia redentora por medio de la fe, para que esa gracia y su salvación inunde todo nuestro ser, pues la gracia nos hace libres para vivir el bien y para hacer el bien con justicia, demostrando por nuestras palabras y conducta el interés que tiene Dios en salvar a los seres humanos.
¡Que Dios nos bendiga a todos con su gracia infinita!
No hay comentarios:
Publicar un comentario