martes, 14 de diciembre de 2010

La Esperanza en Cristo

El tiempo en que ha vivido el profeta Isaias ha sido muy interesante en varios sentidos. Jerusalén estuvo a punto de caer en manos de los terribles asirios, como le pasó a todos los pueblos alrededor, pero Dios protegió a la ciudad, a sus moradores y a todas las personas que lograron refugiarse dentro de sus muros. Eso le convirtió en un lugar emblemático y surgió entre el pueblo una creencia de que Jerusalén jamás caería en manos de sus enemigos, tenían esa esperanza y se aferraban a ella. Pero era una esperanza puesta en la infalibilidad de una ciudad, por tanto una falsa esperanza.
Al mismo tiempo el pueblo se fue secularizando de manera extremada, o sea, se sentían seguros dentro de su ciudad, no les faltaba comida, tenían de todo y la fe se fue convirtiendo, poco a poco, en un artículo más de la religiosidad. Mantenían todos los rituales y fiestas religiosas, los cumplían con rigor, dentro de lo que estaba previsto, pero la fe ya no era más una fe viva y verdadera, era más bien una fe fría y ritualista y a Dios ya no le agradaba esa clase de religión (1.11: “¿de qué me sirven vuestros muchos sacrificios? Dice el Señor. Estoy harto de holocausto de carneros y de la grasa de animales engordados; la sangre de toros, corderos y cabras no me complace”). Falsa esperanza y falsa fe…
En ese contexto escribe Isaias su profecía, se trataba de una profecía contra la falsa esperanza. Específicamente en el texto de Isaias 11.1-10 el profeta anuncia la llegada de la verdadera esperanza al mundo. Una esperanza que no estaba puesta en la infalibilidad de una ciudad humana, tampoco sobre la fragilidad de la fe humana. Es un texto en el que se anuncia de antemano la llegada del Hijo de Dios, Jesucristo.
La esperanza que el AT ponía sobre la venida de Cristo se fundamentaba en unos sólidos pilares:
1. La verdadera esperanza se reposa en una promesa: “del tronco de Isaí brotará un retoño, un vástago nacerá de sus raíces. El Espíritu del Señor reposará sobre él” (1.2). El tono es de una promesa, Dios le prometía a su pueblo que del linaje de David vendría el Hijo de Dios y que el Espíritu Santo estaría permanentemente sobre él. Estos dos elementos de la promesa, el linaje real y el ES, era la confirmación necesaria de que se trataba del Hijo de Dios el Mesías salvador sobre quien la verdadera esperanza del pueblo debería estar puesta.
En un contexto donde las personas se iluden con sus logros y firman su esperanza sobre pilares meramente humanos, que producen un supuesto sentimiento de seguridad y de fortaleza, la promesa dada por Dios se fundamenta en su propia acción divina a favor de la redención humana. La verdadera esperanza reposa sobre la promesa de la venida de Jesucristo como el salvador del mundo.
Su promesa era la de que con la venida de Cristo llegarían a los seres humanos “sabiduría y entendimiento”, “consejo y poder”, “conocimiento y temor del Señor”. Elementos estos que los judíos de los días de Isaias creían que los habían encontrado en la frágil seguridad y esperanza que ponían sobre los cimientos y los muros de Jerusalén. Pero la verdadera esperanza reposa sobre la promesa de Dios de que solo en su Hijo, Jesucristo, encontramos la sabiduría, el entendimiento, el poder y el temor del Señor.
Además se trata de una promesa de verdadera esperanza hecha por el único en todo el mundo que la puede cumplir: ¡Dios! Es una promesa eterna basada en la fidelidad de Dios, él es fiel a su palabra y a su promesa de salvación. Dios en toda la historia de la humanidad se ve trabajando a favor de la redención y de la vida de sus hijos. En el AT, por boca de Isaias, de los demás profetas y de todos sus siervos que han escrito el texto bíblico, Dios ha prometido que su Hijo Jesús vendría para salvar, y lo que para ellos entonces era una promesa y esperanza, para nosotros hoy es un hecho ya definitivo. ¡Cristo ha venido y ha dado su vida por nuestra salvación! Dios ha cumplido con su promesa y hoy la salvación es una esperanza real.
2. La verdadera esperanza tiene contenido: términos como “sabiduría y entendimiento”, “consejo y poder”, conocimiento y temor del Señor” (2), “no juzgará según las apariencias… sino que juzgará con justicia” (3-4), “la justicia será el cinto de sus lomos y la fidelidad el ceñidor de su cintura” (5) nos presenta algo del contenido de la verdadera esperanza que uno encuentra en Cristo.
La esperanza que nos trae Cristo se puede resumir por una relación personal y profunda con el Dios de la justicia y de la fidelidad. La esperanza en Cristo se concreta en la historia humana con su dádiva y sacrificio, por medio de lo cual Dios justifica el que cree de su pecado y lo conduce a una vida segura a su lado.
Es interesante observar que en su discurso en los vv.2-5 Isaias pone mucho énfasis en el tema de la justicia. Describe a Dios haciendo justicia a favor de Israel cuando los asirios asolaban a todos los pueblos cerca incluso a muchas ciudades de Israel, pero sin poder tocar a Jerusalén. Eso se torna en una forma de decir que su fidelidad iba mucho más allá de la situación histórica de aquel momento; antes, se trataba de una esperanza que llenaría el ser humano del conocimiento de Dios y de temor por su nombre. En ese sentido, la justicia prometida por Dios asumiría un perfil redentor en el que el pecado sería totalmente pagado y los seres humanos justificados ante Dios por el sacrificio de Cristo.
Me impresiona la figura usada por el profeta para describir esa salvación y justificación producida por Cristo en la vida humana. Isaias procura mostrar que el contenido de la esperanza es profundamente transformador en la vida humana y encuentra unas figuras muy interesantes para expresarlo en los vv.6-8: el lobo con el cordero, el leopardo con el cabrito, el cachorro de león con el niño pequeño, la vaca con la osa, el león con el buey, el niño de pecho con la víbora. Todo esto no son más que figuras de lenguaje que procuran mostrar la radical transformación por que pasa el ser humano cuando se encuentra con el Cristo justificador y con la verdadera esperanza dada por Dios.
La esperanza que encontramos en Cristo, por tanto, es profunda y transforma la vida humana, paso a paso, hacia una nueva comprensión de sí misma, de los demás y de Dios. En Cristo somos una nueva creación de Dios y, en consecuencia, tomamos nuevas decisiones y actitudes que, vistas desde antes, serían comparadas a un león comiendo paja al lado de un buey. Eso es lo que la esperanza en Cristo hace en nuestras vidas.
3. La verdadera esperanza tiene una dimensión universal: en los vv.9-10 dicen: “porque rebosará la tierra con el conocimiento del Señor como rebosa el mar con las aguas. En aquel día se alzará la raíz de Isaí como estandarte de los pueblos; hacia él correrán las naciones y el glorioso será el lugar donde repose”.
La esperanza en Cristo anunciada por el profeta jamás estaría limitada a sus días a su pueblo de Israel. Todo por el contrario, sería una esperanza que llegaría a todos los rincones de la tierra, a todos los pueblos y familias de la tierra, llenaría la tierra con el conocimiento del Señor en la misma proporción que el mar está cubierto de aguas. Los pueblos conocerán a Cristo, a la justicia de su cruz que perdona el pecado, a la salvación que transforma la mente y el corazón humano como un león que come paja al lado del buey.
No hay una perspectiva menos que universal para describir la dimensión de la esperanza anunciada por el profeta. La salvación no está restricta a personas de una sola nación, o de un solo extracto social, o de una sola raza o etnia. La salvación es de parte de Dios para personas de todos los lugares, de todos los colores, de todos los niveles sociales y de todos los tiempos históricos.
Eso convierte la verdadera esperanza en Cristo en una esperanza misionera, en el sentido de que no podemos considerarnos como el depósito último de la salvación de Dios, sino que como canales permanentes para que otros encuentren a Cristo y puedan ver en nuestras propias vidas indicios claros de su gracia y su perdón.
En ese sentido, somos participantes de la esperanza que hay en Cristo y desde esa perspectiva, somos llamados por Dios a expresar a todas las personas y por todas las formas posibles esa esperanza de salvación que solo se encuentra en Jesucristo. Por tanto, el pueblo de la esperanza es el pueblo de la proclamación y de la misión, que consagra su vida, dones, capacidades y recursos para que otros conozcan la verdadera esperanza en Cristo.
En conclusión, debemos preguntarnos: ¿vivimos bajo la verdadera esperanza justificadora y transformadora de Jesucristo o seguimos, como los judíos de los días del profeta, bajo el engaño de una falsa esperanza puesta sobre nosotros mismos, nuestra fuerza y recursos?
Confesemos y busquemos a diario la verdadera esperanza que solo encontramos en la gracia de Jesucristo.

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