Uno de los retos misioneros de la iglesia es llevar adelante su tarea en un mundo marcado por la tragedia de la violencia, por la crueldad del hambre, por el lloro de la soledad, por la injusticia de la economía excluyente y por la indignidad humana a que literalmente millones de personas se ven irremediablemente aprisionados. Ante eso, debemos preguntarnos: ¿qué significa ser una “iglesia en misión” en un mundo de tanto sufrimiento?
Ni todos están de acuerdo de tratarse ese tema. Es más confortable (¡políticamente correcto!) evitar un confronto con la realidad del sufrimiento humano en cualquiera de sus dimensiones. Es más espiritual transferir este tipo de problema (que tiene muchas veces nuestro consentimiento silencioso o hasta participación culposa) para el místico mundo de la oración súper poderosa y case esotérica. Eso hecho, con los problemas del mundo resueltos (¡!) lo podremos evangelizar con éxito.
Sin embargo, la pregunta sigue demandando reflexión bíblica, arrepentimiento y búsqueda de alternativas misioneras: “posiblemente la tarea más crítica de la iglesia en nuestra generación sea ofrecer una alternativa convincente a los injustos desequilibrios en el sistema económico mundial e a los valores de su cultura consumista” (Declaración Miqueas sobre la Misión Integral – Oxford, 27/09/01).
El texto de Mateo 9.35-38 nos enseña la actitud misericordiosa de Jesús con el sufrimiento humano como uno de los elementos más importantes en la realización de su misión redentora. Veamos:
1. La presencia en el mundo (v.35): Además de estar y vivir en las ciudades, Cristo convivía con las ciudades y con su gente. Entraba en las sinagogas para enseñar, predicaba el evangelio del reino y sanaba a sus enfermos. Estaba con ellos, era uno de ellos. Nada ha sido hecho sin que Jesús estuviera involucrado por completo, sin el toque físico de su mano, sin el calor de su mirada o sin el consuelo de sus palabras. La presencia de Jesucristo en este mundo de sufrimiento ha sido personal y restauradora. Ha vivido y participado enteramente de la vida de aquel pueblo.
La presencia es algo que debe caracterizar tanto la forma como conceptuamos la iglesia y su misión, como sus estructuras y estrategias misioneras. No podemos mencionar el trabajo misionero sin que se caracterice por una presencia comprometida y amorosa de la iglesia en este sufrido mundo de carne y hueso, y sin que sus programas estén direccionados hacia el alivio de los distintos sufrimientos humanos como demonstración del amor y de la gracia de Dios.
2. La visión de la realidad del mundo (v.36): el mundo suele ser visto y comentado por diversos prismas, pero la misericordia de Cristo se manifestó cuando ha visto el verdadero estado en el que se encontraba la muchedumbre. Sabemos que los “pueblos y aldeas” (multitudes) recorridos por Jesús se situaban en Galilea. Empezando por 4.12 lo vemos regresando a Galilea, recorriendo a toda la provincia, predicando, enseñando y sanando (4.23), predicando su Sermón de la Montaña (5-7) y realizando diversos milagros. Además de rodeada por gentiles (paganos) y de mantener un cierto nivel de buenas relaciones con estos vecinos, Galilea era también la región más pobre de Israel en aquel entonces. En su mayoría eran pescadores, pastores y agricultores pobres que vivían de la subsistencia, sin altos grados académicos y precaria fuerza política.
Jesús os vía con compasión, pues “estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor” (9.36). Sabemos que lo que más causa compasión en Cristo es ver el estado de pecado en el que vivimos, pero este pecado que está enraizado en el más profundo de la naturaleza humana, se manifiesta en formas concretas en nuestras vidas y contextos sociales. El verso 36 traduce ciertos contextos sociales que provocaban misericordia en Jesús: a los galileos se los dejaban cada vez más al margen de la justicia y sus carencias crecían a diario, sin que nadie afirmara su dignidad humana y les diesen dirección. Eran como “cadáveres atacados por aves rapaces” (agobiadas: eskylmenoi), “como una persona mortalmente herida” (desamparadas: errimmenoi) y como un pueblo que sin lideres que velen por él con justicia y sabiduría, tornase “ovejas sin pastor” (vea este sentido en Nm 27.16-17).
La manera como nosotros (la iglesia, misioneros, pastores y cristianos) miramos al mundo define, inevitablemente, la forma como nos comprendemos como iglesia en el mundo y como ejercemos la tarea misionera. Siguiendo el modelo de Jesús el avanzo misionero en el mundo ocurre en medio a la miseria y al sufrimiento causado por los diversos niveles y manifestaciones del pecado y, por tanto, simplemente no podemos espiritualizar este cuadro. Al revés, necesita reorientar nuestras prioridades misioneras como iglesia peregrina en el mundo que sufre.
3. La misericordia impulsa la misión (v.37): hay que observar que en este verso Jesús actúa conforme su misericordia. Eso quiere decir que su compasión lo movió a una acción concreta que incluyó directamente la participación de todos sus discípulos. La misericordia no lo mantuvo inmóvil ante las desigualdades e injusticias producidas por el pecado. Cristo no estaba cauterizado ideológicamente por ningún sistema filosófico o socioeconómico. Antes, encontraba en la misericordia uno de los compuestos esenciales en su misión redentora, como lo debe ser en nuestra proclamación y vivencia del evangelio en el mundo. Así siendo, una misión que esté impulsada por la misericordia se preocupa con los efectos devastadores del pecado en todas las dimensiones de la vida y de la sociedad humana.
4. La misión tiene un perfil integral (v.35-36): Jesús estuvo presente dentro de la vida común de su pueblo galileo. Vivían en pueblos y aldeas, ejercían su fe en la sinagoga, sufrían todas clases de enfermedades, estaban excluidos de privilegios políticos y económicos de sus compatriotas de Judea. En otras palabras, aun en medio a sus duras condiciones de vida eran personas y Cristo no los vio como meras almas que deberían ser convertidas. Al contrario, ha visto a personas oprimidas y sin ejercer su dignidad humana como creaturas de Dios, como personas sin esperanza, sin Dios y sin la gracia.
Hay que comprender que sin la misericordia no existe acción misionera que contemple la restauración integral y total del ser humano en su relación con Dios, consigo mismo, con el prójimo y con la creación. Es fundamental que nuestra tarea misionera tenga un perfil integral definido y visible. Como iglesia en misión nos debemos sentir profundamente conmovidos con los lamentos de los que sufren, a la vez que asombrados por las posibilidades de cambio y transformación que ocurren desde la compasión, misericordia y gracia de Jesucristo.
No se trata simplemente de decir que la evangelización y la acción social deben caminar juntas. Más que eso, en el ejercicio de la misión integral nuestra proclamación tiene consecuencias sociales cuando las personas son llamadas al arrepentimiento en todas las áreas de sus vidas, y el compromiso social tiene consecuencias directas para la evangelización cuando testifican la gracia transformadora de Cristo. La misericordia manifestada diaconalmente es una marca significativa de la misión, dándole a la palabra predicada por la iglesia la necesaria credibilidad que le falta en la sociedad actual.
5. La iglesia misericordiosa sirve a su Señor (v.37-38): los discípulos de Cristo (iglesia) deben mirar al mundo con los ojos de su Señor para reconocer las dimensiones de su tamaño y el sufrido lamento de la humanidad. Desafortunadamente, estamos hoy demasiado condicionados por los abordajes técnicos y metodológicos de los programas misioneros en moda y dejamos de ver a las personas como seres humanos carentes de Dios y esclavos de su propio pecado y de las estructuras pecaminosas de la sociedad. Es lamentable que sigamos viendo a las personas como “objetivos a ser alcanzados” o como “enemigos a ser conquistados.
“La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros” (v.37). Jesús describe la dimensión cósmica de su cosecha, nuestro campo de trabajo como iglesia es el mundo todo y todas las posibles dimensiones de la vida humana al mismo tiempo. Ante esa dimensión, está claro que nos sintamos pequeños y pocos. El Señor de la cosecha (es absolutamente necesario reconocer que la cosecha tiene un Señor – v.38) conoce mejor que nadie las dimensiones del mundo y de la vida humana, nuestra pequeñez y precariedades. De hecho, él es el que tiene el verdadero interés en salvar y restaurar por medio de su Hijo. Por eso, la iglesia puede rogar confiadamente al Señor de la cosecha para que nos mantenga despiertos para el servicio, sensibles al sufrimiento humano y respondiendo vocacionalmente a su voz.
Como discípulos de Cristo somos recipientes de su amor, gracia y misericordia, por eso la iglesia en misión sigue su jornada por este mundo impulsada por la compasión de Cristo para con ella y para con toda la humanidad. Lo que tenemos ante nosotros, por tanto, está muy claro: un mundo marcado por el pecado y por las injusticias humanas; el Señor de este mundo compadecido de él y dando su vida a su favor; la iglesia (sierva del Dios misericordioso) comprometida con el programa salvador de la gracia de Dios y directamente involucrada con el rescate integral del ser humano y su entorno. Es hacia el mundo de sufrimiento que la iglesia en misión se ve llamada por Dios a ejercer su misericordia misionera.
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