“Éste es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad. Si afirmamos que tenemos comunión con él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en práctica la verdad. Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado. Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no tenemos la verdad. Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos lo perdonará y nos limpiará de toda maldad. Si afirmamos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso y su palabra no habita en nosotros” – 1 Juan 1.5-10
La teología no es un tema para debates teóricos, sino que un diálogo que nos conduce a conocer y a acercarnos a la vida que nos ofrece Dios por medio de Jesucristo. Por eso, uno de los enunciados teológicos más importantes de la Biblia que fundamenta la vida cristiana es: “es luz y en él no hay ninguna oscuridad” (1 Jn 1.5). De este fundamento encontramos diferentes implicaciones para la vida cristiana, cada una empezando con la expresión “si afirmamos”.
1. Vivir en la luz de Dios (1.6.7): La primera implicación establece que es imposible decir que tenemos comunión con Dios que es luz pero a la vez vivimos en la oscuridad. Luz y tinieblas son realidades opuestas. Vivir en la luz de Dios es totalmente incompatible con mantener compromisos con las obras de la oscuridad. La vida cristiana es, por tanto, una vida limpia y sincera ante Dios. Vivir en la luz de Dios nos conduce a tomar decisiones compatibles con la Palabra de Dios.
Lo contrario, o sea, decir que mantenemos comunión con Dios, pero vivimos en las obras de las tinieblas, manteniendo compromisos con el pecado, el engaño y la mentira, es por naturaleza una negación de la verdad y de Dios. No se puede vivir aparentándonos cristianos pero negando la Palabra de Dios.
Pero cuando verdaderamente vivimos con el Cristo que es luz, mantenemos comunión con los demás que también viven con Cristo (la iglesia) y recibimos el perdón por todos nuestros pecados. La espiritualidad cristiana se base en vivir la comunión con el Dios que es luz construyendo día a día una comunidad de creyentes que busca siempre una vida limpia ante Dios. Así, iglesia y perdón son dos elementos que manifiestan en la vida común de todos nosotros el enunciado teológico de que Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad.
2. Reconocer nuestro pecado (1.8): La segunda implicación para nuestra vida es reconocer que el pecado es una realidad en la vida humana. Aunque hablar de pecado está pasado de moda, la fe cristiana se basa en que el Espíritu Santo nos convence del pecado, de la justicia y del juicio (Juan 16.8-11). Reconocer nuestra naturaleza pecaminosa es la puerta abierta para recibir el perdón, es reconocer que fracasamos ante Dios y carecemos completamente de su gracia. Reconocer nuestro pecado es reconocer que dependemos de Dios y que vivimos bajo los efectos regeneradores del sacrificio de Jesús.
Pero, como dice Juan, si no reconocemos el pecado en nuestra propia naturaleza estamos alejados de la verdad de Dios y vivimos bajo un autoengaño. Ahí si la vida cristiana pierde su significado y valor: pasamos a vivir una especie de ilusión cristiana, creyendo que nuestros deseos son los de Dios y que nuestras verdades son las de Dios.
Por ser Dios la verdadera luz no podemos alejarnos de él, antes es preciso reconocer y confesar nuestro pecado para recibir su gracia y perdón. Os quiero invitar, por tanto, a que repasemos nuestra vida ante la Palabra de Dios, a cada día, y confesemos a Dios quienes somos. Esta es la base para vivir uno la fe cristiana.
3. Recibir el perdón de Dios (1.9): Una nueva implicación de ser Dios la luz es que él nos perdona. El perdón de Dios se basa en su propia persona como el Dios que es la luz. Él es fiel y justo y mantiene eternamente su promesa de salvación concretada en Jesucristo. Es plenamente fiel a su obra de redención, por eso puede perdonar nuestros pecados. De esa forma, aprendemos que el perdón de los pecados es parte fundamental del mismo ser de Dios y de su proyecto de salvación. Pero igual aprendemos que Dios es justo al perdonarnos, puesto que su perdón es parte de la justicia hecha en la cruz en sustitución a nosotros mismos.
Así, de una parte Dios nos perdona porque el perdón es parte de su fidelidad y justicia hacia sí mismo y su obra. De otra parte, a nosotros nos toca la confesión de nuestros pecados a Dios. Confesar es homologar, o sea, es firmar abajo de lo que Dios dice de nosotros. Dice que somos pecadores y que estamos perdidos sin la gracia de Cristo; confesamos que sí. Dice que las cosas que hacemos, pensamos y decimos están en desacuerdo con su Palabra; confesamos que sí. Reconocer de corazón nuestra naturaleza pecaminosa y los pecados que cometemos al diario es parte fundamental de la espiritualidad cristiana. Es importante que todos los días nos pongamos ante Dios para confesar nuestros pecados y disfrutar de su gracia perdonadora.
4. La confesión de pecados (1.10): Encontramos ahora otra importante implicación para la vida cristiana del principio teológico establecido por el apóstol Juan: la confesión de nuestros pecados. Afirmar que no pecamos es considerar Dios mentiroso y que su palabra no tiene ningún significado para nuestras vidas. Así siendo, no es posible vivir la espiritualidad cristiana y, a la vez, creer que las cosas que pensamos, decimos y hacemos están libres de todo pecado. Eso sería, además de negar el efecto de la palabra de Dios en nuestras vidas, llamar a Dios de mentiroso.
Creemos y partimos del hecho de que Dios es luz y en él no hay ninguna oscuridad. Ante eso, debemos reconocer cada día nuestros pecados y confesarlos a Dios. Reconocer ante Dios que somos pecadores y cometemos errores es reconocer que Jesucristo es el único capaz de intervenir en nuestra vida puesto que ha muerto y resucitado por nosotros. En esto está el fundamento para la confesión de nuestros pecados y para disfrutar al diario del perdón y de la gracia de Dios. Así que debemos revisar nuestras vidas, lo que deseamos, lo que hacemos, lo que decimos, lo que planeamos y confesarnos a Dios para que su palabra ejerza un poderoso efecto transformador, día a día, en todos nosotros.
Un enunciado teológico, supuestamente teórico, en verdad es un principio fundamental para que vivamos el cristianismo de manera creciente y verdadera. ¡Busquemos la vida que se nos ofrece en Cristo!
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