La espiritualidad cristiana se ha vivido de distintas maneras a lo largo del tiempo, unas veces con su énfasis puesto en lo espiritual, subjetivo y personal; otras, el énfasis ha sido dado en lo material, físico y asistencial. Pero la verdad es que la espiritualidad cristiana la debemos vivir integralmente, tomando todas las dimensiones de nuestra vida.
El texto de Romanos 6.17-18 nos ayuda a entender el carácter integral de la espiritualidad: “Pero gracia a Dios que, aunque antes erais esclavos del pecado, ya os habéis sometido de corazón a la enseñanza que os fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora sois esclavos de la justicia”.
Estos versos nos dan una descripción muy positiva del cristiano. Responden a la cuestión de que si estamos bajo la gracia, y no la ley, podemos pecar lo cuanto queramos que luego confesamos y ya está. La respuesta a esa forma de entender la espiritualidad está muy clara: ¡De ninguna manera! Pues el que se entrega a la práctica del pecado, esclavizado está por su pecado y preso a su condenación (6.15-16). Siguiendo este raciocinio, Pablo describe el cristiano de una manera integral indicando la entereza que hay en su vida. Reconoce que antes éramos enteramente esclavos del pecado (nuestra voluntad, emociones, mente y vocación) y, ahora vinculados vitalmente a Cristo, somos enteramente libertos y transformados por la gracia (voluntad, emoción, mente y vocación). El apóstol procura mostrar que en nuestro camino cristiano todas las dimensiones de nuestro ser están direccionadas a una completa vivencia de la espiritualidad cristiana. Veamos como el texto nos presenta esa realidad:
1. En nuestra voluntad: “os habéis sometido” (6.17). La voluntad humana toma parte en la vivencia integral de la espiritualidad. No es posible obedecer a Dios ni tener nuestra vida transformada sin que de Dios recibamos el “querer” (Fp 2.13). Obedecer y someternos a Dios se transforma en un intenso deseo que nos impide de buscar la mera realización humana para cumplir con la voluntad de Dios.
Pero eso hay que entenderlo correctamente. No me refiero a que debamos anular nuestra voluntad humana o que ya no está permitido desear las cosas buenas creadas por Dios. Tampoco que debamos considerar como superflua las pequeñas cosas mientras buscamos en el subterráneo de nuestra vida la opulencia y el poder. Antes, entendemos que Dios nos ha creado con nuestra voluntad y que debemos ejercer debidamente esta facultad. El desafío de la espiritualidad cristiana es que la debemos ejercer bajo la voluntad de Dios. En otras palabras, nuestra voluntad no puede estar al servicio del pecado ni manipulada por el orgullo o la vanidad, sino que nuestra capacidad de desear debe de estar sometida a Dios, llevándonos a someternos a él de corazón. ¡Nuestros ideales pueden estar al servicio de Dios!
2. En nuestras emociones: “os habéis sometido de corazón” (6.17). La espiritualidad cristiana se debe vivir también dentro de nuestras emociones, asociadas a la voluntad. Someternos a Dios es algo que debe pasar por nuestro sentir y seguir a Cristo es una experiencia que debe emocionarnos y traer el equilibrio y la santidad a nuestros sentimientos.
Por otro lado, hay muchos en los que el evangelio parece afectar solo las emociones y que se dedican a una ansiosa búsqueda de liberación de sus crisis emocionales, lo que mantiene su cristianismo siempre focalizado en el mismo punto y limitado al círculo vicioso de sus propias enfermedades, algo que les impide de seguir hacia una acción santificadora en la totalidad de sus vidas. Además, hay los que siguen la tendencia del momento y procuran acercarse a Dios y a la Biblia simplemente porque sienten que así encontrarán algo de satisfacción personal: el culto debe hacerlos sentirse felices, la alabanza tiene que ser emocionante y la predicación debe sanarlos por dentro y no desafiarlos al arrepentimiento y transformación ética.
Pero, de hecho, vivir la espiritualidad cristiana de forma integral, toca hondo en nuestras emociones, puesto que nos lleva en primer lugar a una sincera tristeza por nuestro pecado (arrepentimiento). Sin esta emoción, la tristeza por el pecado, se hace muy difícil caminar la vida cristiana y disfrutar de la paz con Dios. Por tanto, nuestros sentimientos también deben de estar sometidos a Dios, puesto que nos ha creado seres con emociones y al salvarnos esta dimensión se pone al servicio del Reino de Dios. En este sentido, como parte de la espiritualidad cristiana, aprendemos a diario a sentir como Dios: misericordia por los que sufren, compasión por el pecador, amor por los seres humanos. Estos sentimientos nos mueven en la obra de Dios hacia y en pro de los demás.
3. En nuestra mente: “os habéis sometido de corazón a la enseñanza que os fue transmitida” (6.17). De forma asociada a la voluntad y a las emociones está la mente humana que al igual integra nuestro ser y ocupa un importante papel en la espiritualidad cristiana. De igual forma hay también desequilibrios en esta área: tanto una excesiva valorización (encajar la fe solo en las categorías racionales e intelectuales) como la desvalorización del uso de nuestras facultades mentales (el rechazo de la intelectualidad como señal de frío espiritual) nos abre la puerta para una espiritualidad vacía, sea teórica o sea descomprometida.
Pero el texto nos enseña que la espiritualidad cristiana se vive cuando nos sometemos a una forma de enseñanza específica que la recibimos desde la época de los apóstoles, lo que inevitablemente nos lleva a crecer en nuestro estudio serio de la palabra de Dios, buscando comprender su sentido adecuadamente dentro de su propio contexto y encontrando sus posibles significados para nuestras realidades hoy.
La enseñanza que hemos recibido, por tanto, es la Biblia, su único sentido y sus variados significados para cada momento y dimensión de la vida humana. Es preciso conocer ese sentido profundamente, buscarlo con seriedad y estudiarlo con afinco. Caso contrario, no tendremos una espiritualidad cristiana satisfactoria.
El autor de Hebreos (11.3) afirma que “por la fe entendemos que”. A fe necesita comprender las acciones de Dios dentro de las categorías del raciocinio humano alcanzado por la gracia de Dios. La fe no excluye o inhibe nuestra capacidad de pensar y elaborarla de forma inteligente. La espiritualidad cristiana, por tanto, necesita esta fe expresada de forma inteligente para comprender la acción redentora de Dios a lo largo de la historia humana y para visualizar adecuadamente su acción misionera en el mundo de hoy.
4. En nuestra vocación: “en efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora somos esclavos (siervos) de la justicia” (6.18). La voluntad, las emociones y la mente deben vincularse entre sí en la vivencia del cristianismo sano y equilibrado, desembocando irremediablemente en el ejercicio vocacional para lo que toda la iglesia cristiana, y cada uno de nosotros, hemos sido vocacionados por Dios.
El capítulo 6 de Romanos nos muestra, desde su inicio, que el pecado ya no puede más ejercer poder, fascino y esclavitud sobre los que han sido alcanzados por la gracia de Cristo. Antes obedecíamos al pecado como sus verdaderos esclavos (6.15), ahora en Cristo hemos sido liberados del pecado y servimos a la justicia de Dios (6.18). Dios mismo nos ha convertido, por su poder y gracia, en personas que vivimos la espiritualidad cristiana de forma completa e integralmente a servicio de su justicia. Eso nos hace partir de nuestro encuentro y relación personal con Dios (voluntad, emociones y mente) hacia a los demás seres humanos como promotores de la justicia y la paz de Dios (vocación). De esa forma, vivir la espiritualidad cristiana de forma integral nos posiciona dentro de la misión de Dios en este mundo, nos define como iglesia, familias y personas misioneras.
El raciocinio del apóstol es claro: antes de conocer a Cristo nos ofrecíamos totalmente (voluntad, emociones, mente y cuerpo) al pecado que promueve la maldad y la injusticia, pero una vez conocedores de la gracia de Cristo nos ofrecemos integralmente (voluntad, emociones, mente y cuerpo) al servicio de la justicia que conduce a la santidad (6.19-23).
No podemos ofrecernos parcialmente a Dios, solo en lo que no nos incomoda o nos desestabiliza. Antes, nos entregamos a Dios y vivimos la espiritualidad cristiana por completo, una entrega que se renueva a diario y de forma creciente, puesto que Dios nos ha creado como seres humanos completos. Como la corrupción del pecado es integral abarcando a todas las dimensiones de nuestra vida y tornándonos absolutamente inaptos para la salvación, la gracia de Cristo nos redime de forma completa e integral conduciéndonos a una espiritualidad de igual forma completa y misionera. ¡Sigamos firmes el camino de la espiritualidad cristiana!
Muchas gracias!! para mim fue de gran bendicion leer todo esso..Elnisson da silva...
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