Todos pasamos por variadas crisis personales, familiares y profesionales, y eso se incrementa en épocas de crisis económica en nuestros países. En momentos así siempre estamos más susceptibles a la decepción, angustia o depresión. Pero entre todas las crises que sufrimos me parece que hay una que está profundamente vinculada a nuestra vida interior y nuestra relación con Dios.
Al leer el libro del profeta Isaías (6.1-13) lo encontramos en una gran crisis. Había muerto el Rey Uzías en un año marcado por profundas crisis para su pueblo Israel. Ha sido un tiempo de apostasía, de culto de apariencias a Dios, de disolución moral y corrupción política. Al referirse a ese tiempo de crisis ilustra el profeta: “toda su cabeza está herida, todo su corazón está enfermo. Desde la planta del pie hasta la coronilla no les queda nada sano: todo en ellos es heridas, moretones y llagas abiertas, que no les han sido curadas ni vendadas, ni aliviadas con aceite” (1.5-6). Un año de crisis descripto como un cuerpo enfermo y podrido…
En este momento de crisis sube Isaías al Templo para orar y abrir su corazón a Dios, derramando su desesperación y temores. Ha ido al Templo para buscar la faz del Dios vivo y en ese contexto Dios le habla y le restaura de manera maravillosa. Hoy también vivimos nuestras crisis, nuestras ansiedades y decepciones, nuestros temores y desconfianzas. Crisis que invierten los valores y que alteran nuestra disposición. Pero en tiempos de crisis es cuando muchas veces tenemos la oportunidad de volver nuestros oídos a Dios y recibir su palabra transformadora. Por eso, es hora para que busquemos a Dios y él nos abrirá los ojos para que, al igual que Isaías, recibamos las visiones de Dios:
1. Una real visión de Dios (6.1-4): más que nunca necesitamos ver que Dios se mantiene en el comando de la historia humana y de nuestras vidas en particular. En el auge de la crisis Isaías vio al Señor “excelso y sublime sentado en un trono”. No ha visto a un Dios pequeño y atado por las crisis humanas ni por nuestras dudas y decepciones. Ha visto a Dios como el soberano que está por encima del fallecido rey Uzías. En su visión Dios venía acompañado por ángeles, lo que indica su supremo poder y completa santidad.
Cuando nos vemos a nosotros mismos inmersos en nuestro problemas y dolores, nos sentimos completamente fragilizados sin deseos de seguir adelante o, como en los días de Noé, Lot e Isaías, entregados a la libertinaje moral y a la corrupción por suponer que Dios ya no sigue más sentado en su trono. Esta falsa visión de Dios puede ser cambiada por la visión de que Dios es el soberano que tiene nuestras vidas en sus manos cuidadosas.
2. Una real visión del ser humano (6.5): tras ver correctamente la soberanía y santidad de Dios, Isaías se ve a sí mismo y parece que no le ha gustado nada lo que ha visto: “¡ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!” Solo cuando vemos la grandeza del poder y de la santidad de Dios que podemos vernos a nosotros mismos por el prisma correcto, por el prisma de Dios.
El profundo lamento de estas palabras de Isaías nos llevan a las palabras de Cristo: “dichosos los que lloran porque serán consolados” (Mt 5.4), dichosos los que reconocen su deplorable estado de pecador y lo lamentan porque solo así disfrutaran del profundo consuelo y restauración de Dios. No nos queda duda, el punto de partida para la comunión con Dios es el constante reconocimiento de quienes somos ante él como pecadores que carecemos de su gracia.
No podemos pensar que somos lo suficientemente fuertes como para que podamos por nosotros mismos librarnos del pecado y de sus crisis en nuestras vidas. No podemos pensar que somos el centro del mundo y vivir como si Dios no pudiera cambiar el rumbo de nuestra vida. La experiencia de Isaías nos enseña que, ante Dios, no tenemos otro camino que el de reconocer nuestra pequeñez y estado de pecado. El apóstol Pablo ya nos dijo que solo cuando reconocemos nuestra debilidad ante Dios es que, verdaderamente, somos fuertes.
3. Una real visión de la gracia (6.6-7): Isaías reconoció tanto la soberanía y la santidad de Dios como su propia condición de pecado. Ahora lo vemos recibiendo una real visión de la gracia de Dios. Los tiempos de crisis son una buena oportunidad que nos da Dios para que podamos ampliar nuestra comprensión de su gracia. Uno de los ángeles le tocó la boca a Isaías y le dijo: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado”.
El perdón de Dios es, posiblemente, una de las primeras experiencias que tenemos cuando Dios manifiéstanos su gracia. La maldad y el pecado perdonados indican la acción redentora de Dios por su gracia a favor de nosotros. Ver a nosotros mismos como pecadores y al Dios Todopoderoso y Santo perdonándonos amplía nuestra comprensión de la gracia de Dios. Digo esto porque es posible vivir en un ambiente religioso y cristiano toda la vida, incluso participando activamente de las programaciones religiosas de la iglesia, sin una vuelta radical de nuestras vidas hacia a Dios y su gracia.
Por tanto, decir que la gracia de Dios es un “favor inmerecido” es muy poco para describirla. En verdad, la gracia se refiere a toda la acción redentora de Dios a lo largo de la historia y aun antes del inicio de la historia humana. Se trata de la jornada redentora completa de Dios creando las condiciones para la salvación de los seres humanos, es la salvación de Dios en la historia asumiendo proporciones cósmicas a través de Jesucristo llegando a nosotros como personas que carecemos de Dios y de su perdón. Así, una real visión de la gracia nos lleva a comprender que Dios tiene placer en perdonar y restaurar y que, en consecuencia, desata en nosotros un proceso de transformación de forma progresiva y creciente: Dios por su gracia perdona, transforma y redirecciona.
4. Una real visión del servicio (6.8-13): la pregunta hecha a Isaías - ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? – no recibiría una respuesta adecuada sin que antes la visión de Isaías sobre Dios, sí mismo y la gracia no hubiera sido transformada. Su conciencia vocacional y su compromiso con el servicio a Dios son las consecuencias directas de la transformación ocurrida en su concepto de Dios, de ser humano y de la gracia redentora, lo que significa que sin una mente transformada por Dios (Rm 12.1-2) nuestra vocación y servicio a Dios pierden su foco.
El foco de la vocación de Isaías empieza con su respuesta: “aquí estoy, ¡envíame a mí!” Su respuesta está libre de cualquier pretensión humana, no le ha impuesto condiciones a Dios, no busca puertas de salida, ni quiso imponerle sus métodos de trabajo. Su repuesta está libre y limpia, apunta para su total disposición y demuestra su sincero deseo de dedicarse al servicio con humildad y alegría. Solo así Isaías, como nosotros hoy, pudo ejercer su ministerio con integridad y esperanza.
No nos queda duda de que en épocas de crisis y en medio a nuestras propias crisis personales podemos ver a Dios y relacionarnos con él de manera significativa. Podemos también vernos a nosotros mismos desde la perspectiva de Dios y de su gracia y podemos consagrarnos a su servicio con humildad y alegría.
¡Busquemos más a Dios!
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