Al hablar sobre la fundamentación bíblica para la misión lo más común es mencionarse los famosos textos misioneros del Nuevo Testamento o limitarnos a Gn 12.3 cuando se trata del Antiguo Testamento. Esa práctica si se hace permanente puede llevarnos a muchos a pensar que el Antiguo Testamento casi no ofrece base para la misión. Sin embargo, me gustaría dar un paso hacia el Antiguo Testamento como un texto riquísimo para el embasamiento teológico de la tarea recibida de Dios de llevar a las naciones del mundo su evangelio de salvación. Para eso, partiremos de un breve análisis de Isaías 66.18-23, considerándolo como el representante general de los profetas.
A titulo de introducción es importante recordar que, al final de su profecía, Isaías muestra el contraste entre la vida de los justos y las consecuencias para los injustos, con especial destaque para la salvación del remanente fiel (Is 65.8-16), para la creación del nuevo cielo y nueva tierra (Is 65.16-25) y para la felicidad eterna del pueblo de Dios (Is 66.10-24. Cada uno de estos temas tienen como trasfondo la expectativa profética del fin del exilio babilónico cuando Dios enviará a declarar su gloria y servirle como sacerdote a un remanente fiel que sobrevivirá a la persecución y a la tribulación del exilio (Is 19.20). Todos estos elementos influyen directamente en las conclusiones finales del profeta en el texto que nos proponemos a mencionar aquí.
1. Reuniendo a las naciones (66.18): ante la terrible idolatría y el perverso alejamiento de Dios por parte de muchos, “juzgará el Señor a todo mortal” (66.15-17), lo que indica que el pecado se esparció por entre todas las dimensiones de la vida humana, por toda la humanidad y entre todos los pueblos del mundo. Conociendo el Señor los pensamientos perversos y las conspiraciones humanas (66.18), vendrá para “reunir a gente de toda nación y lengua, vendrán y verán mi gloria”. La acción concreta de Dios contra el pecado es su justo juicio y, a la vez, su gracia salvadora. Cuanto a su juicio ya nos comentó el profeta en los versos 15-17, ahora nos habla de su intención y acción concretamente redentoras: ¡reunir a las naciones para que vengan y contemplen su gloria!
En términos generales los profetas tenían conciencia de que la salvación de Dios inundaría la tierra, llegando a todos los rincones de la humanidad, algo que lo podemos ver en textos como Is 19.20-25; 45.22-25; 49.1-7; 53.10-12; 59.19; 60.3,5; Jr 3.17; Zc 8.23; Ml 1.11. El claro mensaje de Isaías es que la acción salvadora de Dios no se quedará restringida a una única nacionalidad o etnia, sino que abarcará universalmente a personas de todos los pueblos del mundo. Además, el plan de Dios de salvación se contrapone al pecado establecido, no simplemente ofreciéndole una alternativa, pero rompiendo en definitivo con el imperio de las tinieblas al reunir alrededor de sí mismo y de su gloria a las naciones del mundo. Se trata, por tanto, del establecimiento del Reino de Dios, lo que tiene como su fin último la gloria del propio Dios.
2. Enviando a las naciones (66.19): reunir a las naciones no es la acción final de la gracia de Dios. En verdad, les dará a estas naciones una “señal” (66.19) que podría tanto ser una referencia al juicio contra los que se alejan, como ser un alerta a los que creen o hasta mismo una referencia a Jesucristo (Lc 2.34) indicando que los que le rechazan perecerán y los que lo aceptan vivirán eternamente.
En contraste con los que rechazan al Señor y lo adoran falsamente (66.15-17), “a algunos de sus sobrevivientes los enviaré a las naciones” (66.19). El verbo “enviar” en el Antiguo Testamento, aunque que tenga una variada gama de utilizaciones, frecuentemente se asocia con el oficio del profeta, lo que equivale a decir que en la perspectiva del Antiguo Testamento, los profetas son los enviados por Dios a proclamar su palabra y declarar sus designios. En ese sentido, se debe ver el oficio de profeta en paralelo con la misión de la iglesia de proclamar las buenas nuevas a través de las escrituras proféticas (Rm 16.25-26). El envío, por tanto, es una acción de Dios derivada de su gracia y salvación.
Ante eso, constatamos que lo que caracteriza y justifica el direccionamiento del envío a las naciones es que estas se han alejado demasiado de Dios por su constante pecado y se ven, por eso, concretamente imposibilitadas de oír el verdadero mensaje de Dios, como afirma el profeta: “que no han oído hablar de mi fama ni han visto mi gloria”. No hay manera para que las naciones conozcan la gloria de Dios, lo que hace del envío a las naciones una acción significativa dentro de la dinámica de la misión de Dios: ¡es él quien de hecho envía!
Así, no podemos evitar la conclusión de que los que no creen seguirán desconociendo por completo la salvación y la gloria de Dios caso no les sean los salvos enviados por Dios. El objetivo del envío nos es presentado claramente en el texto: “ellos anunciarán mi gloria entre las naciones”. En el Nuevo Testamento encontramos por las palabras de Pablo esa misma conclusión en Rm 10.13-15.
Es interesante ver la forma como Isaías describe lo que él llama de naciones: Tarsis (España), Pul y Lidia (norte de África), Tubal (Turquía), Grecia y las costas lejanas, expresión que encuentra eco en Is 49.1,6; Sl 19.4; 67.7; Hc 1.8; Rm 10.18. Es curioso observar aun el paralelo existente entre esta lista de las naciones y los viajes misioneros de Pablo, incluso su deseo de predicar en España (Rm 15.24,28) y por todo el mundo gentílico. Sabemos por los relatos de los Hechos que Pablo ha ido avanzando gradualmente en cada uno de sus viajes, comenzando por evangelizar la región centro-sur de Turquía (Hc 13.4-14.28), volviendo a pasarse por Turquía y llegando hasta Grecia (Hc 15.36-18.23) y repitiendo de forma un poco más amplio la misma ruta más tarde (Hc 18.24-21.26).
La intensión declarada del apóstol, como hemos mencionado ya, era la de llegar hasta España en una etapa posterior tras pasarse por Roma y, posiblemente retornando por el norte de África a Jerusalén. Ciertamente le parecería a Pablo que de esa forma cumpliría con la “ruta de Isaias”. Es muy probable, por tanto, que Pablo haya encontrado en Is 66 haya sido la fundamentación teológica central para su llamado, envío y estrategia misionera para llevar el evangelio y la gloria de Dios a todos los gentiles.
3. Salvando a las naciones (66.20-23): el énfasis en estos versos está puesta en la acción redentora de Dios. La extensión de esa obra es universal. No afirmo con eso que todos los seres humanos indistintamente de creer o no en Cristo serán salvos. Tampoco afirmo que la salvación será universalmente disfrutada independientemente de la elección eterna de Dios. Lo que procura mostrar es que, dado el énfasis del texto, la voluntad de Dios es que la salvación sea proclamada de forma universal ya que los elegidos de Dios están esparcidos por entre todas las naciones, en todas las épocas de la historia, dentro de todas las clases y segmentos de la sociedad, sin distinción religiosa, económica, política, de género y otras.
El verso 20 lo confirma diciendo que “y entre todos los hermanos que tenéis entre las naciones los traerán” siendo que a algunos de ellos Dios los tomará como sacerdotes y levitas (66.21). Además, volviendo al tema del capítulo anterior (65.16-25) el profeta compara e incluye a los convertidos a Dios de entre todas las naciones en sus planes y en su proceso total de redención y de nueva creación (66.22). Es importante, todavía, destacar la expresión “toda la humanidad vendrá a postrarse ante mí” (66.23) ya que la podemos relacionar al verso 16 donde Dios declara entrar en juicio contra todos los hombres o todo mortal. Si en el verso 16 todos los hombres o todo mortal (la humanidad) están distantes de Dios por su pecado, ahora en el verso 23 toda la humanidad (los que creen entre la humanidad) adora ante Dios y constatan su juicio sobre los incrédulos (66.24).
Como conclusión debemos acordarnos de que tenemos ante nosotros, como iglesia, un tremendo desafío misionero al hacer una lectura misionera de los profetas del Antiguo Testamento. Se trata de un reto que se nos es presentado por el propio Dios personalmente en textos como lo que acabamos de meditar. No podemos simplemente creer que otros (otras iglesias, otros hermanos, otros misioneros…) sean los incumbidos por Dios de realizar esa tarea. Al contrario de eso, todo el pueblo de Dios (iglesia) es la humanidad que cree, adora, confiesa y proclama. Esta obra es gigantesca por su meta (las naciones del mundo) y por su dueño (nuestro Dios) y todos nosotros somos activos participantes en ello como un reflejo de la gracia de Dios, de nuestro compromiso, amor y gratitud hacia a él. ¿Vámonos juntos a las naciones!
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