El ministerio de Jesús se divide normalmente en dos partes: un primer momento cuando predica a todas las personas, sana a muchos y está todo el tiempo con la gente (ministerio público) y un segundo momento, ya más cerca del final, cuando se dedica a enseñar y a preparar a sus discípulos para lo que vendría: su muerte, resurrección y el inicio de la iglesia (ministerio particular).
El texto de Mateo 13.1-23 es donde encontramos la parábola del sembrador, dada por Jesús a las multitudes que le seguían (13.2; 12.15,22,46), pero su interpretación la ha guardado a sus discípulos como parte del preparo que necesitaban recibir. Esta conocida parábola ha sido dada por Jesús con la intención de ablandarles el corazón a las personas, pues como él mismo lo reconoce citando a Isaias: “el corazón del pueblo se ha vuelto insensible” (13.15). Es interesante notar que la insensibilidad a la palabra y a la persona de Jesucristo ya era algo conocido en los días de Isaias, como en los días del proprio Jesús y hasta hoy sigue en la agenda del ser humano. La verdad es que, como seres humanos, nos hemos alejado de Dios lo suficiente como que para tornarnos insensibles, cauterizando nuestra conciencia cuanto a Dios y, a la vez, como consecuencia, hiperactivadola cuanto a nosotros mismos. A esa situación humana la denominamos “pecado”.
Con la parábola Jesús nos lleva a comprender que la semilla del evangelio está plantada en nuestras vidas, lo que nos exige una respuesta. En otras palabras, siempre respondemos a la propuesta de vida que recibimos del evangelio de Jesucristo. La parábola es muy sencilla y común para alguien que ha vivido en el campo o que tenga alguna experiencia con la tierra: el sembrador esparció las semillas por el campo, unas cayeron en el camino, otras en las piedras y otras entre espinos. Estas no han producido ningún fruto, pero las que cayeron en buen terreno dieron buena cosecha.
La parábola es muy corta e incluso fácil de imaginarse uno como todo pasó, pero el significado que le da Jesús a esta parábola es lo más importante y es donde tenemos que poner nuestra atención (13.18-23): cuatro semillas y cuatro terrenos. En la interpretación de Jesús las cuatro semillas representan siempre una misma realidad: la palabra de Dios dada a los seres humanos. Lo que, de hecho cambia, son los cuatro terrenos. Cada uno indica una reacción específica del ser humano a la palabra de Dios en su vida. Si por un lado la palabra siempre quiere germinar en nuestras vidas, por otro lado es en el terreno humano donde las resistencias ocurren por la fuerza del pecado que uno lleva dentro.
Veamos en la interpretación de Jesús las distintas clases de terrenos que somos nosotros:
1. El camino, donde la tierra dura por las pisaduras no deja que la semilla penetre y germine, sino que viene el maligno o el mal y la arrebata. Se trata de un corazón duro como que para no permitir que la palabra de Dios penetre en su interior; el pecado de nuestra naturaleza nos embrutece de tal manera que oímos el evangelio y lo rechazamos de inmediato;
2. El terreno pedregoso, donde la semilla encuentra entre las piedras un poco de tierra o arena donde lanza sus raíces, pero como no tiene suficiente profundidad pronto pierde su vigor y se seca. Se trata de un corazón que de cierta forma le interesa la propuesta salvadora del evangelio, pero que sucumbe ante los problemas y las persecuciones. Como no soporta las probaciones pronto se aparta de la palabra de Dios;
3. Los espinos, que sofocan la planta y no permiten que venga a producir sus frutos. Se trata de un corazón puesto en las preocupaciones de esta vida (riquezas, belleza estética, éxitos, felicidad y realizaciones), cosas que nos ahogan y sacan de nosotros todo el vigor, exigen nuestra plena fidelidad y nos convencen de que todo lo que somos y tenemos está al servicio de nosotros mismos. El evangelio y la palabra de Dios no llegan a producir sus frutos en nuestras vidas;
4. El buen terreno, donde la semilla encuentra todos los ingredientes necesarios para germinar, convertirse en un árbol y dar sus frutos de forma abundante. Se trata del corazón que se abre a Dios y a su palabra, que los recibe sin condiciones, que está dispuesto a ser transformados por los valores del Reino de Dios. Es el corazón que con la ayuda de Dios y siempre bajo su gracia produce abundantes frutos.
Pero si miramos bien a los cuatro terrenos encontramos algunas cosas interesantes como:
1. El único punto en común entre los cuatro es que todos oyen la palabra. Dios como el sembrador de su palabra sabe muy bien en que terreno germinará el evangelio, pero aun así se dedica a dar su palabra de salvación a todos los seres humanos. La presencia y los efectos salvadores del evangelio es una necesidad básica que la tenemos todos, puesto que todos y cada uno de nosotros somos carentes de Dios y de su salvación. Lo necesitamos a diario y dependemos de su gracia para vivir;
2. Otro elemento de interés es que la palabra de Dios está disponible a todos. Los cuatro terrenos recibieron la semilla. Dios no tiene restricciones cuanto a nadie: todos sin distinciones de raza, género, posición social, etc somos objetos del amor paterno y redentor de Dios. En ese sentido, el evangelio es ofrecido por Dios a todos los seres humanos mientras vivamos;
3. Las respuestas humanas son el tercer elemento de interés. En el primer terreno la semilla ha sido arrebatada por el pecado sin que al menos llegara a germinar; en el segundo ha germinado pero la planta tenía poca raíz y no duro mucho; en el tercer el árbol ha crecido pero la codicia y el egoísmo le impide de fructificar. Solo en el buen terreno llegamos a ver los frutos. Aquí es donde los efectos del evangelio se pueden ver plenamente.
Las tres primeras respuestas indican distintos grados de rechazo al evangelio de Cristo. Incluso dejar que la semilla se convierta en un gran árbol pero impedido de dar frutos sea, quizás, la forma religiosamente más común de mantener las apariencias cristianas de forma exterior sin que interiormente seamos afectados en profundidad por el evangelio.
¿Qué terrenos somos nosotros? Esta es la gran pregunta que nos plantea la parábola. ¿Rechazamos por completo el evangelio o nos relacionamos con Dios solo hasta donde las demandas de su palabra no nos incomodan? ¿Tenemos nuestras raíces fuertemente plantadas en la palabra de Dios y producimos buenos y abundantes frutos o las tenemos hincadas en el egoísmo de nuestro corazón alejado de Dios? Son preguntas que las tenemos ante nosotros y que nos demandan por reflexión, respuestas, cambios y renovación de nuestro compromiso con Dios. Dios nos da su palabra y su evangelio, pero ¿Qué terreno somos nosotros?
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