jueves, 10 de junio de 2010

Enviar, ¡Sí! Pero ¿Adónde?

Asociado a la misión siempre está el concepto del envío, puesto que el propio término “misión” implica directamente en el hecho de enviar. Además, esa asociación también se debe por la iglesia haber recibido como modelo de su propio envío al mundo el envío de Cristo por el Padre (Jn 17.18). En ese sentido, la iglesia en misión, por fuerza de su propia naturaleza y vocación, es una iglesia enviada por Cristo al mundo y, en consecuencia, también una iglesia que envía. Por tanto, enviar se torna en algo más que una simple etapa del proceso misionero. Se trata, antes, de un reflejo permanente del llamado de Dios para su vida y de una clara conciencia respecto a su propia vocación y razón de existir.

En términos más claros, afirmamos con toda la seguridad que no es la iglesia quien envía a sus misioneros. Más bien, es el propio Dios quien envía la iglesia: “como el Padre me envió a mí, así yo os envío a vosotros” (Jn 20.21). La iglesia no se debe ver a sí misma como siendo el punto final de la acción de Dios en el mundo o como si en su establecimiento y organización residiese la finalización de la obra de Dios en este mundo. Todo por el contrario, la iglesia precisa entenderse a sí misma como la sierva enviada por su Señor (Jn 13.16), como sierva de Cristo y su reino que proclama el evangelio por toda la extensión, ambientes y dimensiones de la humanidad. Su vocación y envío se relaciona con la comunicación del mensaje de la gracia salvadora de Jesucristo.

Enviar, ¡sí! La iglesia en misión es la iglesia peregrina en constante estado de envío. Se considera a sí misma como enviada al mundo, antes que simplemente como la que envía a sus misioneros a regiones lejanas o a pueblos previamente conceptuados. Pero, ante eso, la pregunta persiste: “Enviar, ¡sí! Pero ¿adónde? ¿Debería seguir algún patrón específico el direccionamiento del envío? ¿Debería enviarse la iglesia a sí misma según algún modelo metodológico moderno? ¿Debería la iglesia priorizar ciertos lugares del país, del mundo o ciertos grupos humanos específicos en su envío misionero? En otras palabras, al fin y al cabo ¿adónde debe la iglesia enviarse a sí misma como respuesta a su vocación y su naturaleza?

En nuestros días es muy común y, en cierta medida hasta determinativa, la sectorización del mundo para el envío de misioneros, privilegiándose áreas con características previamente conceptuadas y determinadas. Algunos ejemplos más comunes de eso son el envío de misioneros a regiones que no cuentan con una mayoría evangélica o a pueblos sin testimonio del evangelio, a zonas con más carencias económicas y tecnológicas o a países tradicionalmente no cristianos.

Sin embargo, por encima de esta determinativa misionológica actual, es importante que la iglesia en misión vea al mundo como su destino cierto, constante e inevitable de su envío vocacional. El propio Jesucristo lo deja muy claro cuando establece su envío al mundo por el Padre como modelo para el envío de la iglesia: “como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo” (Jn 17.18). Así no nos queda duda cuanto a que el mundo es el direccionamiento definido del envío de la iglesia misionera.

“Mundo” en el Nuevo Testamento es un término con amplia significación siendo usado para describir desde la totalidad de las obras creadas por Dios, la humanidad en sí misma, el ambiente dónde viven los seres humanos y hasta los elegidos de Dios. Pero en su sentido más general, mundo se refiere básicamente a la humanidad alejada de Dios y radicalmente estructurada en contra de él en consecuencia de su pecado. Es justo esta humanidad que se dedica por completo a una vida alienada de Dios que, en todas sus dimensiones, ambientes, estructuras, regiones y con todas sus fuerzas, debilidades, vicios, dolencias, pecados, artes, bellezas y culturas compone el campo misionero hacia dónde la iglesia en misión se ve permanentemente enviada por Cristo.

Así siendo, la humanidad sin Dios (el mundo), esté donde sea, profese la religión que fuera, sea muy pobre o muy rica, alcanzada ya institucionalmente por la iglesia o no, primitiva o tecnológica, es un su totalidad nuestro único campo de trabajo misionero a ejemplo del envío de Cristo a ese mismo mundo. La iglesia solo puede servir como pueblo enviado por el Dios misionero mientras vivir misionalmente en medio a la vasta, bonita, sufriente y carente humanidad.

Lo que debe quedar claro es que la iglesia necesita volver sus ojos y esfuerzos prioritariamente a todas las dimensiones del ser humano a la vez, al contrario de concentrarse en sectores o regiones previa y estratégicamente clasificados. Si lo fuéramos decir en términos geográficos diríamos que la iglesia en su totalidad ha sido enviada por Cristo a todas las regiones del mundo al mismo tiempo; en términos culturales diríamos que toda la iglesia ha sido enviada por Cristo a todos los contextos sociales, políticos, económicos, religiosos y familiares (entre otros) de las diversas sociedades humanas; en términos humanos diríamos que Cristo envía a toda su iglesia al ser humano como un todo completo. En otras palabras, la iglesia es la enviada de Cristo a la humanidad. Donde la humanidad se encuentre, ahí debe de estar la iglesia en su permanente estado de misión.

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