jueves, 3 de junio de 2010

Hacer Discípulos: Tarea Misionera Para Toda la Iglesia

El clásico texto de la Gran Comisión (Mt 28.18-20) es uno de los textos del Nuevo Testamento que más se utiliza para la concienciación misionera de la iglesia, además de que es muy mencionado cuando se busca fundamentar bíblicamente la misión. Sin embargo, frecuentemente lo vemos interpretado de forma incompleta cuando la énfasis la ponemos nada más que en el “id”, lo que nos produce una visión unilateral de la misión. A la vez, notamos que la insistente ausencia del verso 18 conlleva un concepto misionero que depende más de nuestras acciones y estrategias como iglesia, que del soberano reinado de Jesucristo como el fundamento para la misión.

Pero si observamos más detenidamente el texto, pronto nos damos cuenta de que la acción principal de la Gran Comisión reside, sin duda alguna, sobre el “haced discípulos”. El término “mathêteusate” es, de hecho, el imperativo del texto e implica en una acción activa que nos conduce a la misión. En otras palabras, a la misión se debe definir como siendo claramente la acción de hacer discípulos de Cristo. Por eso, quizás lo mejor sea no usar la palabra “discipulado” para describir el sentido de misión expresado en el texto, dado el excesivo desgaste y desvíos a que esta palabra ha sido sometida en los últimos años, tales como la formación de una dependencia psico-emocional, la ascendencia del mentor sobre el discípulo, su reducción a programas formales y superficiales de enseñanza cristiana, entre otros.

Una cosa que debe permanecer absolutamente clara para nosotros es que el “hacer discípulos” es una acción integral, puesto que abarca por completo el ministerio de la iglesia, convirtiéndola en una “comunidad en misión”. El clásico texto de la Gran Comisión nos ayuda a entender un poco mejor la extensión del “hacer discípulos” como la acción básica de la misión que hemos recibido de Dios. Veamos algunos elementos que apuntan hacia esa dirección:

1. “Por tanto” (28.19): no hay duda de que esta palabra expresa una consecuencia, lo que significa que en el contenido del verso 18 encontramos lo que es la base sobre la que está fundamentada la misión. En otras palabras, la misión solo podrá ser debidamente ejercida por la iglesia desde el hecho concreto del reinado soberano de Cristo sobre todos y sobre todo, sobre los seres humanos y sobre la creación, sobre la esfera espiritual y sobre la esfera material, social, histórica, económica, familiar, política y religiosa.

Las implicaciones de este hecho para la misión son extremamente significativas: de manera objetiva, o creemos y nos sometemos incondicionalmente al reinado universal y soberano que ejerce Cristo hoy (concepto directamente relacionado con la resurrección – 28.1-10; Hc 2.22-36) para la realización de la misión, o difícilmente podremos realizarla como una verdadera extensión de la real y redentora misión de Jesucristo en el mundo.

2. “Habiendo ido” (28.19): tenemos que ver este verbo desde su utilización en el texto. No se trata de un imperativo, sino que de un verbo que sigue al verbo principal, “haced discípulos”, en el pasado (participio aoristo). Aunque no sea el centro de la Gran Comisión, la acción de “ir” supone un dislocamiento básico, previo y necesario para el “hacer discípulos”. O sea, para que podamos hacer discípulos de Cristo tenemos que llegar hasta donde están las personas, tenemos que movernos hacia los seres humanos.

Esta es una acción y una responsabilidad constantes en la misión. No podemos realizar la misión sin esta franca actitud de acercamiento al otro. Esto es tan importante que podemos definir la misión de Dios como su mover redentor hacia el mundo. Ese dislocamiento (ir) de la iglesia, por tanto, se debe dar en todos los niveles que le sean necesarios: geográfico, social, cultural, lingüístico, urbano, rural, tecnológico y religioso, para ello rompiéndose las barreras y prejuicios que tengamos.

3. “Todas las naciones” (28.19): hacer discípulos no es una misión restricta solo a judíos o solo a gentiles. “Todas las naciones” incluye indistintamente a judíos como a gentiles, lo que vale a decir que la intención misionera de Dios se extiende a toda la humanidad. Consecuentemente, nuestra acción misionera, en ese sentido, es universal. No está restringida a grupos humanamente definidos y específicos. Al contrario, la misión de hacer discípulos se esparce por todo el mundo, lo que convierte la humanidad toda o el ser humano como nuestro campo misionero prioritario.

4. “Bautizándolos” (28.19): la acción de bautizar acompaña el verbo principal, “hacer discípulos”, de forma concomitante, lo que nos ayuda a entender mejor su lugar en la tarea misionera. Además de su aspecto sacramental (como símbolo de la purificación de nuestros pecados), el bautismo también debe ser visto como un rito de iniciación, o como un proceso constante de incorporación de los nuevos discípulos a la iglesia (cuerpo de Cristo). En ese sentido, el nuevo discípulo pasa a ser parte de la iglesia y empieza a asimilar los principios de su nueva comunidad. Ese proceso de asimilación y de gradual transformación en su vida está, innegablemente, vinculado al ejercicio de su vocación y misión.

De esta forma, la iglesia se caracterizará por un perfil de suficiente flexibilidad para asumir los nuevos discípulos y, en consecuencia, también se modificará desde cada nuevo discípulo que reciba. Esta interacción misionera, además de involucrar a todos sus miembros, le concede a la iglesia la oportunidad de abrirse para los nuevos frentes y de relacionarse de forma más significativa con las personas y con el mundo. Encima, la iglesia podrá aprender con la experiencia, la formación y con el ejercicio personal de los dones dados por Dios. En ese particular, es importante decir que la descubierta y las oportunidades concretas para el ejercicio de los dones por parte de cada discípulo (los nuevos incluidos) es parte de la constante experiencia misionera de la incorporación o bautismo.

5. “Ensenándoles” (28.20): de la misma manera que el “bautismo-incorporación” (misión), la enseñanza es también una acción que acompaña el “hacer discípulos” en el momento presente. Mirando el texto nos damos cuenta de que el “enseñanza-hacer-discípulos” (misión) debe caracterizarse siempre por unos elementos fundamentales en el proceso misionero:

a) Practico: “enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado”: se trata de una enseñanza consistente y transformadora que instruí a cada discípulo (nuevos y antiguos) en los caminos del Señor, formando gradualmente su carácter a la luz de los conceptos y valores del Reino y de la Palabra de Dios, de forma que busquen implicaciones de la fe bíblica para todas las esferas de sus vidas;

b) Integral: “enseñándoles a obedecer todo”: se refiere a una enseñanza que lo abarca todo. No lo abarcan solo nuestras doctrinas predilectas o tradicionalmente aceptadas, sino que se trata de una enseñanza que conduce a cada discípulo a un serio y humilde estudio de las Escrituras que se torna relevante y transformador para cada situación y dilema humano;

c) Revelacional: “enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado”: la “enseñanza-misión” se base fuertemente en las Escrituras Sagradas (la Biblia) y solo en ellas encuentra la verdadera fuente de la revelación de Dios, creyendo y buscando en sus principios la voluntad y la dirección de Dios para toda nuestra vida, familia, fe, ministerio e sociedad.

6. “Estaré con vosotros siempre” (28.20): el Rey que reina con el poder universal y absoluto nos garantiza su presencia en la “misión-hacer-discípulos”. Cristo no es un rey ausente y alejado, sino que el Rey que sale con su pueblo a las calles, a las plazas, a los mercados, a los hospitales, al trabajo. ¡El Rey acompaña presentemente a su iglesia en misión! ¡Es el Rey-Misionero! La garantía de la presencia activa y en misión de Jesucristo es de gran bendición en la realización de nuestra tarea misionera de hacer discípulos de Cristo en el mundo.

Como una iglesia en misión no podemos olvidarnos de la importancia del “hacer discípulos” en nuestro camino misionero. Este hecho nos conduce, entonces, a una mayor reflexión sobre las bases y sobre los resultados de la clase de misión que frecuentemente encontramos en nuestro medio; o sea, no podemos realizar un trabajo misionero que se preocupa de forma demasiadamente central con el crecimiento numérico, o con la reproducción fiel de las estructuras eclesiásticas antes que invertir prioritariamente el tiempo, los esfuerzos, las personas y los recursos en la formación solida de nuevos discípulos de Jesucristo entre toda la humanidad.

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