“Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo”
Jn 17.18; 20.21
Es importante que consideremos la misión por el prisma del envío. Con la ayuda del versículo mencionado podemos comprender mejor y solidificar nuestro concepto de misión como envío, aunque la practica actual sigue restringiendo la misión al envío de individuos (misioneros) prioritariamente a otras regiones del mundo con el fin de reproducir los modelos previamente definidos.
El concepto de envío se relaciona con la idea de “movimiento hacia a” y pensando en misión como el movimiento de Dios hacia al mundo es que procuramos comprender la relación que guarda la iglesia en misión con el envío: partiendo del hecho de que Dios se mueve y se acerca redentoramente a la humanidad, la iglesia debe de encarar la misión como una constante caminata hacia al ser humano con el fin de expresarle, por todos los vehículos posibles, la gracia salvadora de Dios. Por eso, es importante abordar el verso mencionado, a la luz de todo el evangelio de Juan, para ampliar un poco más nuestro concepto y práctica de la misión como envío.
La principal palabra usada en el Nuevo Testamento para “enviar” es apostellô, que básicamente describe a un mensajero o delegado oficial enviado para la realización de una misión especial con plenos poderes para representar el que le envió. De acuerdo con el texto, el hecho de que la iglesia sea enviada (antes que simplemente el envío de unas cuantas personas) a todas las regiones del mundo con la misión especial de anunciar el evangelio de Cristo, viene necesariamente de la propia acción redentora de Dios al enviar al mundo a su Hijo Jesucristo con la misión de concretar definitivamente en la historia humana sus propósitos eternos y salvadores.
En el cuarto evangelio, específicamente, Jesús se presenta y se define personalmente como “aquel que ha sido enviado por el Padre” (3.34; 11.42; 17.3, 8, 18, 21, 25; 19.36 y otros) y como “el que envía” (4.38; 13.36, 20; 15.26; 17.7 y otros). Además, el evangelio también nos presenta al Padre como “el que envía” (1.6, 33; 4.34; 5.24, 30, 36-38; 6.29; 8.16; 12.44; 16.5 y otros). Esta énfasis y realidad demuestra que “Jesús expresó quien es en términos de su sentido de ser enviado, de su sentido de misión” (DuBoise). Sin quitarle la importancia a las demás formas como Cristo se presenta en el evangelio de Juan, no queda duda cuanto a que Jesús se presenta y se define como el apóstol del Padre, como el que ha sido especialmente enviado por el Padre a la humanidad con una misión redentora.
De forma especial, los textos de Jn 17.18 y 20.21 (mencionados arriba) son claros al mostrarnos la misión como envío. La dinámica de estos textos es muy simple y objetiva: el Padre envió a Jesús y Jesús envió a los discípulos. Sin embargo, esta dinámica debe de ser muy bien comprendida y asimilada por la iglesia para que podamos ver correctamente la misión como envío.
En primer lugar observamos que el texto nos presenta el elemento básico para el envío de la iglesia: los discípulos fueron enviados por Cristo siguiendo, necesariamente, su modelo de envío por el Padre (“como tú me enviaste… yo los envío también"). En otras palabras, el envío de la iglesia por Cristo solo cobrará sentido a medida en que se base en el envío de Cristo por el Padre; solo será auténtico a medida en que refleje el movimiento de acercamiento de Dios a la humanidad y sus intereses redentores, tal como los vemos en la encarnación-muerte-resurrección de Cristo.
El modelo que encontramos en el envío de Cristo por el Padre debe moldear y definir nuestro propio concepto y prácticas de misión y llevarnos como iglesia a revisar nuestras prioridades y estrategias ministeriales, como a buscar la acción efectivamente redentora de Dios en este mundo por medio de un serio estudio de las Escrituras. Lo que procuramos decir es que no podemos encarar la misión como un mero acto mecánico de envío de misioneros; antes, es fundamental comprendernos y vernos como una comunidad de discípulos que está en permanente estado de envío (misión) por derivación y dependencia directas del propio envío de Cristo por el Padre. En ese sentido, el envío de Cristo por el Padre se convierte en el patrón para el envío de la iglesia por Cristo.
Otro elemento que debemos considerar en Jn 17.18 es el direccionamiento del envío. Notamos que la palabra “mundo” se repite por dos veces en el verso, poniendo énfasis en el envío de Cristo al mundo por el Padre y en el envío de la iglesia al mundo por Cristo: de la misma manera como el Padre ha enviado a su Hijo al mundo, Jesucristo también nos envía al mundo como sus discípulos. Así vemos que la misión-envío solo puede ser realizada en el mundo y por el mundo, nunca apartado del mundo o en alguna dimensión paralela. A la luz del envío de Cristo al mundo por el Padre, la iglesia está al servicio de Cristo en este mundo al que ha sido objetivamente enviada. El mundo pasa a ser el destino único de la misión-envío. Debemos tener claro en le mente, por tanto, que la misión abarca, valora y se direcciona a la humanidad como un todo y a todas las dimensiones de la vida humana (no meramente a regiones previamente seleccionadas y delimitadas o a pueblos definidos estadísticamente por sus carencias o creencias).
Por tanto, es muy importante entender el “mundo” como algo que ultrapasa el actual concepto misionero de pueblos a ser alcanzados. Puesto que toda la humanidad está alejada de Dios por su pecado en todos los niveles de su existencia y que, consecuentemente, la redención de Dios se procesa efectivamente en todas las dimensiones de la vida humana, la misión-envío está necesaria e integralmente dirigida a ese “mundo” de los seres humanos. Así siendo, es preciso tener claro en nuestro concepto y prácticas misioneras que la frontera final y única de la misión es la humanidad e su todo y en todas sus dimensiones de vida.
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