viernes, 26 de febrero de 2010

Misión, Una Actividad Esencialmente de Dios

“Misión no es primariamente una actividad de La iglesia, sino más bien un atributo de Dios. Dios es un Dios misionero” (David BOSCH)

Es muy común hoy día que se relacione el concepto de misión con la responsabilidad que pesa sobre la iglesia de predicar el evangelio entre todos los pueblos. Esa asociación nos lleva, frecuentemente, a ver en la iglesia el punto de partida y de llegada de la misión, como si fuera ella la fuente y el destino de la misión. En otras palabras, observamos por todo el mundo como crece el concepto de la iglesia como siendo la protagonista de la misión, lo que nos puede llevar a una misión “eclesiocéntrica”.
Sin embargo, creemos que responsabilidad misionera solo será ejercida por la iglesia cuando la comprendamos por el prisma de que somos pueblo de un Dios misionero y de que en la Biblia la misión está centralizada en Dios y no en la iglesia: la iniciativa de producir concretamente la salvación y el interés en salvar a los seres humanos pertenecen exclusivamente a Dios y demuestran su gran amor y su gracia, como lo podemos ver en el clásico texto de Jn 3.16. Siguiendo por este camino somos llevados a definir la misión como siendo el movimiento redentor de Dios en dirección al mundo.
Así siendo, me gustaría mencionar el prologo del Evangelio de Juan (Jn 1.1-18) donde vemos al Dios misionero en un movimiento salvador hacia al mundo en la persona de su Hijo Jesucristo. De cierta manera podemos afirmar que en este movimiento salvador de Dios hacia al mundo reside el núcleo del concepto y de la práctica de la misión. Vamos al texto:
1. Jesús, la Palabra, es presentado en el verso 1 como existente en el principio, puesto que en principio ya existía como Dios. En otras palabras, el apóstol presenta a Cristo como el Dios pre-existente que lo es. Su pre-existencia se caracteriza tanto por la relación puramente personal que mantiene con Dios (estaba con Dios), como por compartir la propia naturaleza y el ser de Dios (era Dios). Su carácter divino está fuertemente destacado y podemos decir que aquí encontramos la esencia de su ser (1.1-2) y consecuentemente de su misión.
2. Jesús, la Palabra, en los versos 3-5 pasa a ser visto más próximo de la realidad humana. Es descripto como el que creó todas las cosas. Todo pasó a existir por obra de sus manos, puesto que sin él nada de lo creado llegó a existir (1.3). La vida y la luz estaban con él y toda su creación recibió vida y luz (1.4-5). De hecho, la vida es abundante en Jesucristo (Jn 5.19-29).
3. Jesús, la Palabra, está ahora presente en el mundo que ha sido creado por él mismo (1.9-13). Jesús entró en la historia humana identificándose con los seres humanos, llevándolos a encontraren su verdadera identidad ante Dios al recibirle y creer en él. Ahora vemos como Jesús está dentro de la esfera humana de vida. Con él podemos ver y reconocer que la luz ha venido al mundo e ilumina a los seres humanos.
4. Jesús, la Palabra, en el verso 14 es presentado como estando totalmente dentro de la esfera humana de vida. Se hizo carne (hombre) y habitó entre nosotros: ha vivido y asumido la cultura y la sociedad del pueblo en que nació, ha convivido con las personas, se ha convertido en una de ellas. Su carácter humano está fuertemente destacado aquí y su relación personal con los seres humanos es, también, significativamente enfatizada. El apóstol Juan nos habla de la encarnación completa de Cristo, tanto en su esfera biológica como en la social.
En este punto del movimiento salvador de Dios hacia el mundo, también conocido como missio Dei, es importante comparar los versos 1 y el 14 y así constatar tanto este movimiento de Dios como la complementariedad del Dios-Hombre en la misión de Dios:
Verso 1:
- Dios pre-existente
- relación personal con Dios
- comparte la naturaleza y el ser de Dios
Verso 14:
- existencia en la esfera humana
- relación personal con los seres humanos
- comparte la naturaleza humana
5. Jesús, la Palabra, tras su completa encarnación reveló al Padre de forma singular y graciosa (1.16-18). A través de su revelación Jesucristo nos ha tornado posible conocer al Dios incognoscible. De esa forma, su misión reveladora ha sido cabalmente realizada (1.18), trayéndonos la salvación del propio Padre.
6. Jesús, la Palabra, tras cumplir su misión, nos la ha transferido a su pueblo: éste es el testimonio de Juan (1.19). De forma más clara y amplia vemos esa transferencia siendo hecha en Jn 17.18 y 20.21: como tú me enviaste al mundo, yo os envío también al mundo. Por tanto, la misión que la iglesia tiene a realizar hoy es totalmente derivada y dependiente de la misión redentora propuesta y realizada por el propio Dios.
En resumen podemos decir que el prologo del Evangelio de Juan describe el proceso de la encarnación de Cristo como un paso decisivo en el movimiento de acercamiento redentor y misionero de Dios hacia los seres humanos (mundo). Se trata de un proceso que, como lo hemos visto en el texto, tuvo su inicio con la propia pre-existencia divina de Jesús que ha desembocado en nuestra misión como iglesia en el mundo.
Sin embargo, no podemos hablar de misión-encarnación sin mencionar la importancia significativa de la muerte y la resurrección de Cristo como obras que asumen un definitivo peso redentor a su misión, puesto que su muerte y resurrección se dieron dentro del contexto de la misión-encarnación. Así siendo, la encarnación-muerte-resurrección es parte de la esencia misma de la missio Dei y, consecuentemente, de la misión que, como iglesia, la hemos recibido de sus manos.
De esa forma, podemos afirmar que la misión es una obra esencialmente de Dios, lo que significa que, en última análisis, es Dios quien realiza una misión en el mundo, antes mismo de que lo haya creado. Ante eso, obviamente, no podemos equivaler la misión de Dios (missio Dei) a nuestros propios conceptos misioneros contemporáneos. En otras palabras, no podemos limitar el movimiento salvador de Dios, desde su propia persona hacia al mundo (encarnación-muerte-resurrección) a nuestros conceptos y prioridades misioneras, sean los que fueren.
Por eso, no podemos pensar ni actuar como si la misión fuera básicamente una acción de la iglesia. Todo por el contrario, nuestra misión como iglesia se define por estar al servicio de la misión de Dios; nuestras actividades misioneras solo serán autenticas a medida que reflejen nuestra participación en los intereses y en la acción de Dios en pro de la restauración de todas las cosas creadas; a medida que representen a Dios, que apunten hacia Dios, que tornen visibles la encarnación-muerte-resurrección de Jesucristo. De esa manera la iglesia testifica y participa de la totalidad de la promesa y de la presencia del Reino redentor y misionero de Dios en el mundo.

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