martes, 24 de noviembre de 2009

Cristianismo Hoy

Vivimos en un momento histórico en que las religiones tradicionales, especialmente el cristianismo, están bajo sospecha. Muchos han dejado de creer en la religión debido a las malas experiencias o decepciones que tuvo con la institución religiosa en el pasado. Algunos justifican su alejamiento de la religión acusándola de atrocidades históricas y corrupción. Muchos otros se han convencido de que vivimos en una era en la que las religiones, tal como las conocimos en el pasado, ya no tienen ningún espacio en nuestra vida y sociedad. De hecho, tanto el escepticismo como su manifestación más filosófica, el ateísmo, asumen una proporción cada vez más significativa y presente.

Sin embargo, esta no es la realidad universal. Si habláramos solo del cristianismo ya seria lo suficiente como para constatar que en los últimos cien años ha habido un impresionante aumento del número de iglesias, producción literaria, educacional y humanitaria en prácticamente todo el mundo. Eso está pasando no solo en países pobres, sino que también en Europa ya se nota el surgimiento de nuevas iglesias (especialmente protestantes y pentecostales), además de la incontestable presencia del islamismo.

Puede que Timothy Keller esté en lo cierto cuando dice: “Eso me lleva a una extraña conclusión. Llegamos a un momento cultural en que tanto los escépticos como los creyentes sienten que su existencia se encuentra amenazada porque tanto el escepticismo laico como la fe religiosa crecen de forma significativa y potente. No tenemos ni el Cristianismo occidental del pasado ni la sociedad laica sin religión prevista para el futuro. Tenemos algo totalmente distinto”.

Ante ese nuevo contexto religioso, como cristianos nos vemos desafiados a buscar una espiritualidad sana que nos permita vivir y expresar la fe a la vez que convivimos pacíficamente con creyentes de otras religiones y con los que expresan su fe en la ausencia de la religión. En ese sentido, la fe cristiana tiene una profunda contribución que dar a la sociedad actual y no puede sentirse intimidada, alejada de la esfera pública y confinada a la dimensión subjetiva de la vida. Es muy importante renovar su presencia en la sociedad recuperando algunas de sus dimensiones más importantes.

En especial, el cristianismo debe hacerse presente hoy por una espiritualidad fundamentada en que todos los creyentes tienen acceso directo a Dios (sacerdocio universal de los que creen), por el cuidado de uno mismo purificándose de su propia corrupción (arrepentimiento y confesión), por conocer más a fondo las enseñanzas de Cristo (lectura y meditación en la Biblia), por las diversas formas en que se puede proclamar el mensaje del evangelio (misión y evangelización), por la formación y manutención de comunidades de adoradores (iglesia y culto) y por el cuidado que se debe prestar a las demás personas, con especial atención a las distintas formas de sufrimiento humano, como manifestación del amor y de la gracia de Dios (diaconía).

Así, como cristianos hoy somos retados a “una nueva toma de conciencia del significado del Evangelio de Jesucristo para la totalidad de la vida humana y de la creación, y un nuevo compromiso con la misión de Dios en el mundo” (René Padilla).

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