lunes, 6 de mayo de 2013

PABLO: la suficiencia de la gracia

2 Co 12.1-10 Se trata de un texto, para muchos de nosotros, un poco misterioso, sobre todo con eso de la espina clavada en el cuerpo de Pablo y del mensajero de Satanás enviado para atormentarlo. Pero es un texto que nos enseña algunas dimensiones muy importantes de la vida y del ministerio de Pablo y, por encima de todo, nos habla de la suficiencia de la gracia de Dios. Al estudiar Gálatas 2.9-21 (semana pasada) vimos que Pablo se enfrentaba a la influencia y la enseñanza de los judaizantes. Pues bien, en 2 Corintios, especialmente en los capítulos 10-13, sigue con la defensa de su apostolado y con el intento de ayudar a esta iglesia a librarse también de estos “falsos apóstoles” o “superapóstoles” (11.5). El tema que podríamos darle a estos últimos 4 capítulos de la carta sería “el futuro amenazado” debido a la gran influencia de los judaizantes, lo que por sí solo ya nos muestra a Pablo como alguien que sufría con la clara, directa y dura oposición de los judaizantes. Lo vemos, por tanto, de forma más humana y más cerca nuestra. En estos capítulos finales es cuando más intensamente defiende su apostolicidad. Podríamos subdividir estos capítulos de la siguiente forma: A. Su defensa (10) 1. Contesta la acusación de ser cobarde (10.1-6) 2. Contesta la acusación de ser débil (10.7-11) 3. Explica el área de su misión (10.12-18) B. Su advertencia contra los falsos apóstoles (11.1-15) C. Su disposición a sufrir por Cristo (11.16-33) D. Sus credenciales (12.1-21) 1. El propósito del aguijón en su carne (12.1-10) 2. Las señales de apóstol (12.11-21) E. La verdad del evangelio como su advertencia final (13.1-10) Así, con este marco ya podemos nos dedicar a comprender mejor nuestro texto. El énfasis que en él encontramos es que por encima de todo lo que le podía ocurrir a Pablo, de bueno y de malo, la gracia de Dios siempre le sería suficiente. ¿Qué nos dice, por tanto, el apóstol? 1. Recibió revelaciones de Dios, lo que confirma su apostolado (12.1-4): Nos dice que hacía ya 14 años que había recibido esas revelaciones especiales de Dios, algo que posiblemente le haya pasado una sola vez, puesto que lo menciona como algo muy especifico en su historia de vida cristiana. No se sabe a qué evento de su vida se refiere, muchos creen que a su conversión y a la experiencia de ver a Cristo en el camino de Damasco, puesto que se refiere a su conversión algunas veces con las palabras “visión” o “revelación” (1 Co 15.8; Hc 26.19; Gl 1.12, 16). Describe sus visiones como una experiencia extática, en el sentido de que no sabía muy bien si estaba en cuerpo físico o aparte del cuerpo (por la forma como lo menciona se trata de algo irrelevante para el apóstol. Pero lo que sabía muy bien, y eso sí le era relevante, es que estuvo en presencia de Dios (3º cielo o paraíso) cuando “escucho cosas indecibles que a los humanos no se nos permite expresar”. 2. El haber recibido revelaciones no era lo más importante (12.5-6): Reconoce que podría hacer alarde de la experiencia que tuvo, pero prefirió mantenerla en secreto por 14 años y ahora, cuando la menciona de paso, sin darnos muchas informaciones, lo hace de forma a quitarle el exceso de importancia. Y ¿por qué lo hace de esa forma? “Para que nadie suponga que soy más de lo que aparento o de lo que digo” (6). El haber recibido, una vez, revelaciones de Dios no le daba el derecho de ser más o mejor que los demás apóstoles ni que de ningún otro hermano. Si se jactara de eso no sería insensato de su parte, puesto que no estaría mintiendo, era parte verdadera de su experiencia cristiana y apostólica, pero sabía que eso podría ser malinterpretado por algunos que lo considerarían como superior, más santo, más cercano a Dios que los demás, y de ninguna manera eso era cierto y estaba bien. 3. Dios no le permitió ser presumido y arrogante (12.7-8): El no considerar su experiencia de haber recibido de Dios revelaciones como algo del que pudiera presumirse arrogantemente, imponiendo sus voluntades y conceptos sobre la gente, no era una actitud natural de Pablo, como tampoco es algo natural en nosotros mismos. Tanto Pablo como nosotros somos igualmente seres humanos y tenemos nuestra naturaleza contaminada por entero por el pecado y sus consecuencias. El no considerar su experiencia como algo de que presumirse era parte de la acción de Dios en su vida. Y ¿Cómo actuó Dios en ese caso? “Una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara”. Hay muchos intentos de explicar que era esa espina: Calvino creía que eran luchas espirituales y dudas, otros sugieren que fuera malaria, o su poca elocuencia al hablar (11.6), o alguna tentación que lo perseguía (mensajero de Satanás). Algo más probable era que fuera una ceguera parcial que le causaba muchas limitaciones (Gl 4.15; 6.11; 2 Ts 3.17). Oró por 3 veces para que el Señor la quitara, pero esa no era la voluntad de Dios. Su voluntad era que Pablo fuera dependiente de él en cada momento de su vida y que sus experiencias más especiales con Dios no se le subieran a la cabeza, convirtiéndole en una persona arrogante que creyera ser superior a los demás. 4. La suficiencia de la gracia de Dios en la espiritualidad cristiana (12.9): “Te basta con mi gracia” fue la respuesta divina a la oración de Pablo por la cura. Pudo aprender, entre otras cosas, que ya tenía todo lo que necesitaba con la gracia de Dios. Eso significa que debía aprender a vivir con la espina clavada en su carne como un mensajero de Satanás que lo atormentaba noche y día. Este concepto nos recuerda sus palabras a los filipenses (4.11-13): “no digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. La gracia de Dios en la vida de Pablo tuvo que ver con el hecho de que fuera alcanzado por la redención de Cristo y, consecuentemente, llamado para servir como apóstol a los gentiles. Desde entonces su vida ha sido dedicada enteramente a Cristo. En nuestro caso, al igual que Pablo, la gracia tiene que ver, fundamentalmente, con el hecho de que Cristo también nos alcanzó con su salvación y nos llamó, a todos y a cada uno, para consagrarnos a su servicio y misión en el mundo. Para eso nos ha dado sus dones y talentos, como también los dio a Pablo, para que le sirvamos por la forma específica con la que nos llama. La experiencia de vivir bajo la suficiencia de la gracia de Cristo redimensiona nuestros conceptos, sentimientos, ilusiones lo que, por tanto, afecta directamente la forma como nos comportamos y como decidimos, dándonos nuevas perspectivas (las de Dios) a nuestros viejos problemas y situaciones. 5. El poder de Dios que se perfecciona en la espiritualidad cristiana (12.9): El poder de Dios solo se perfecciona por medio de nuestras debilidades cuando la experiencia de vivir bajo la suficiencia de la gracia es parte integrante de la espiritualidad cristiana. Además, la respuesta de Dios a la oración de Pablo pidiéndole que le librara de la espina en la carne, no deja margen a la duda: el poder de Dios solo se perfecciona en la debilidad. Por tanto, no podemos esperar recibir “el poder” si nos aferramos a nosotros mismos, a nuestras fuerzas, orgullos, capacidades y poderes personales. El reconocimiento humilde de nuestras debilidades, de forma constante y absolutamente sincera, nos conduce a una vida de arrepentimiento y fe. Nos lleva a una espiritualidad desde la que reconocemos que somos polvo antes de que volvamos al polvo, de que no somos mejores que ningún otro hermano o ser humano, que somos capaces de los mismos pecados y errores. Además, se trata de una espiritualidad que nos hace dependientes de la mano de Dios, que nos lleva a buscarle por todas las cosas (grandes y pequeñas, importantes o sin importancia). Son conceptos que nos parecen ya muy conocidos por todos los creyentes, pero ¡como nos hace falta revisar esta materia en nuestra jornada cristiana! El apóstol Pedro con mucha sabiduría nos dice: “revestíos todos de humildad en vuestro trato mutuo, porque Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo” (1 Pe 5.5-6). 6. La gracia de Dios, la debilidad humana y la alegría cristiana (12.9-10): Nos puede parecer que Pablo se ha puesto loco por las palabras que dice aquí: alegría en sus muchas debilidades. Pero de eso se trata, de que la gracia de Cristo transforma nuestras perspectivas y sentimientos, cambia radicalmente la forma como encaramos los mismos temas, problemas y situaciones con los que ya convivíamos antes. Cristo por su gracia nos puede cambiar. Eso no significa que apartará de nosotros nuestras espinas clavadas en la carne viva que nos atormentan, puesto que las necesitamos para que no nos olvidemos jamás de quien es el poder que se perfecciona y a quien debemos siempre rendir toda la gloria. El cambio se pasa en nuestros corazones y mentes. Eso lo vemos claramente en Pablo que a principio oraba para que Dios le quitara la espina y, al final, se regocijaba por todas sus espinas, la de la carne además de los insultos, privaciones, persecuciones y dificultades sufridas por Cristo, “porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Conclusiones iniciales: a) Dios usa nuestras debilidades, no nuestros pecados, para fortalecernos en su poder. Los pecados deben de ser confesados y abandonados definitivamente, pero encontramos en la enfermedad, problemas familiares, persecuciones y limitaciones impuestas a nuestra fe, entre otros, plataformas desde la que Dios nos enseña a ser humildes, sensibles, pacientes, perseverantes y dedicados. b) Cualquier poder que no se haya perfeccionado por la acción y por la gracia de Dios en nuestras debilidades está comprometido internamente con la corrupción y con pecados derivados de nuestro orgullo, arrogancia y egoísmo. c) La espiritualidad cristiana se define por actitudes de humildad ante Dios y en el trato con los demás, dejando a un lado nuestras capacidades humanas y fuerzas personales. Reconocer la grandeza de Dios en nuestra pequeñez es el camino de Cristo en nuestra vida.

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