lunes, 9 de junio de 2014
LOS QUE BUSCAN SON ENCONTRADOS
Juan 1.35-42
Siempre nos buscamos algo, sobre todo lo que creemos ser lo mejor para nosotros y para los nuestros. Nuestras búsquedas suelen girar alrededor de temas como una promoción, más dinero, placeres, estética, seguridad, estabilidad familiar y profesional, etc. Pero no hay mucha gente que aparente buscar a Dios o a una vida espiritual puesto que eso no está de moda o porque les parecerán a los demás que somos tontos y mediocres.
Vemos aquí el testimonio dado por Andrés acerca de su encuentro y diálogo con Cristo. Además registra el momento en que dejan por primera vez una estructura religiosa conocida (Juan el Bautista – v.37 o el judaísmo tradicional – v.47) para seguir exclusivamente a Jesucristo.
Su testimonio tuvo su origen en el mensaje dado por Juan el Bautista acerca de Jesucristo como siendo el Cordero de Dios (35). Sabemos que otros discípulos de Juan, aun tras su muerte, siguieron sus enseñanzas y practicas (Hc 19.1-5). Sin embargo, cuando estos dos deciden dejar a Juan para seguir a Cristo, motivados por el mensaje del propio Juan, vemos claramente que su ministerio cumplía con su propósito principal de enseñar a la gente al Mesías.
De los dos discípulos mencionados solo sabemos el nombre de Andrés, el otro se que en el anonimato pero la tradición lo identifica como Juan el autor del evangelio, que intencionalmente omite su nombre en todo el evangelio, autodenominándose “el discípulo amado” (13.23; 21.10).
Tras oír la palabra de Juan, sus dos discípulos “siguieron” a Jesús (37). La comprensión de lo que significa la expresión “cordero de Dios” les hizo pensar muy detenidamente sobre la persona y el sentido de su obra redentora a nuestro favor. “Cordero de Dios” les trajo a la mente y al corazón todo lo que le pasó a los israelitas cuando de su salida de Egipto: fueron salvados por Dios y la sangre de un cordero sacrificado en los umbrales de la puerta fue la señal de Dios para que la vida fuera preservada. Por tanto, querían seguir al verdadero cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
El verbo “seguir” en el Cuarto Evangelio se usa frecuentemente con el sentido de “seguir como un discípulo”, así lo entendemos en 1.43; 8.12; 12.26; 21.19,22 además de su sentido común (11.31; 21.20). De manera positiva, la actitud de seguir a Cristo se comprende en los dos sentidos, o sea, se fueron tras Cristo y lo hicieron con la declarada intención de tornarse en sus discípulos.
En ese sentido, necesitamos ampliar y darle su correcto equilibrio a nuestra comprensión y práctica de lo que significa ser un discípulo de Jesucristo. Seguir a Cristo no se puede convertir en un mero y vacio eslogan, tampoco se puede comprometerse con una vida dividida y descomprometida con el genuino evangelio de Jesucristo. Se de hecho queremos seguir a Cristo, lo tenemos que asumir de forma completa y transformadora de nuestro ser, de nuestros pensamientos, sentimientos y decisiones. Seguir a Cristo es un estilo de vida para el que él nos encontró.
Es muy importante la pregunta de Jesús en el v.38: “¿qué buscáis?” Jesús quería que articularan mejor lo que había en sus mentes y corazones, confrontándolos con su decisión de seguirle y con lo que eso conlleva de cada uno. El deseo de Cristo es que uno no le siga sin propósito o sin compromiso. Es preciso que todos los que seguimos a Cristo sepamos exactamente lo que estamos haciendo.
Es importante observar, también, que la respuesta de los dos empezó con la palabra “rabí”, un término honorable aplicado a los que se dedicaban exitosamente a la enseñanza. En este caso, le ha sido atribuido a Cristo como forma de reconocimiento por ser él el maestro enviado por Dios. En su respuesta, por tanto, los discípulos querían saber donde estaba hospedado Jesús. Su intención era la de no perder de vista a Jesús y de saber exactamente dónde encontrarle. En otras palabras, por la cultura de la época, le estaban pidiendo a Jesús que los recibieran en casa, los enseñasen y los tuvieran como sus discípulos.
Inmediatamente Jesucristo se dispone a estar con ellos y a recibirlos como sus discípulos. Les abre las puertas de su casa y de su vida. “Venid a ver” significa más que simplemente localizar su casa, significa “conocer y comulgar con él” Eso nos indica que la dinámica del discipulado de Jesucristo incluye inevitablemente el abrir de las puertas, el sentarse a la mesa, el compartir experiencias, el invertir tiempo con las personas, el ver y conocer a Dios a diario. Por eso los discípulos se quedaron todo aquél día con Cristo su maestro.
En la parte final del texto encontramos el testimonio dado por Andrés propiamente dicho. Al contrario del testimonio de Juan el Bautista, el de Andrés no fue público. Vemos que al menos en este primer momento dirigió su mensaje acerca de Cristo a una sola persona, su hermanos Pedro. Un testimonio dado como extensión de su búsqueda de Cristo y consecuente encuentro y dialogo con el maestro, un testimonio dado por ser Andrés un verdadero discípulo de Jesucristo. No podemos pensar ni hablar de testificar acerca de lo que hizo y hace Cristo si no somos verdaderamente sus discípulos, que mantenemos con él un compromiso de vida y de fe.
A principio el texto preséntanos a Andrés como el “hermano de Simón Pedro (v.40). Esto es importante a medida en que nos acordamos de que Pedro se tornó en una figura muy conocida de toda la iglesia en el primer siglo. Además, ser recordado como el hermano de Pedro y como el que lo llevó al encuentro con el Señor le ha sido, sin duda, un motivo de mucha alegría para Andrés.
Su testimonio dado a Pedro, a quien “encontró primero” (v.41), nos indica la importancia y la necesidad de testificar uno de Cristo de forma personal, gastando tiempo y vigor con la evangelización personal, de uno a uno, y con el necesario seguimiento y discipulado.
En ese sentido, el mensaje de Andrés a su hermano, aunque pueda parecernos muy corta, en verdad es extremadamente importante: “hemos encontrado al Mesías”. ‘Mesías’, que es el término hebreo para el griego ‘Cristo’, en todo el Nuevo Testamento solo aparece 2 veces y ambas en el evangelio de Juan (aquí y en 4.25). Encontrar al Mesías era encontrar la liberación más completa que, como pueblo, podrían disfrutar. Significaba encontrar el núcleo de la historia cuando se cumplirían las profecías dadas por Dios. Encontrar al Mesías fue un testimonio que tocó, por tanto, en lo más hondo del ser de Pedro. Fue la palabra acertada en el momento apropiado. Y eso es lo que las personas necesitan, de palabras sabias que les conecten a Cristo, como le pasó a Pedro que con su encuentro con el Mesías tuvo cambiado su propio nombre como una expresión de todo aquello que Jesucristo podría y lo haría en él y por su intermedio al mundo. Era conocido por el nombre de “Simón hijo de Juan” abreviado en Mt 16.17 por “Simón Barjonás” o “Hijo de Jonás. Ahora Cristo lo saluda por el nombre de “Cefas”, nombre arameo que corresponde al griego “Pedro”, siendo que ambos significan “piedra”.
Ese cambio de nombre, algo común en la Biblia, le indicó a Pedro un cambio completo de rumbo en su propia vida como resultado de haber sido encontrado por Cristo, rescatado por su gracia y dedicado a una misión especial. Con nosotros también pasa lo mismo, aunque nuestro nombre siga igual, nuestro corazón pasa por una creciente transformación por haber sido, al igual que Pedro, Juan y Andrés (que no necesitó tener su nombre cambiado para llevarle a Pedro el evangelio de Cristo), cada uno de nosotros encontrados por Jesucristo.
El desafío que tenemos frente a esta historia del encuentro de Cristo con Andrés, Juan y Pedro es vernos a nosotros mismos como personas con las que Jesucristo quiere también encontrarse y transformarnos con su gracia. Y el mensaje que nos queda es que si lo buscamos seremos por él encontrados: “buscad al Señor mientras se deje encontrar, llamadlo mientras esté cercano” (Is 55.6).
¡Que Dios nos encuentre con su luz en nuestra oscuridad, con su amor en nuestra indiferencia y con su perdón en nuestra culpabilidad!” ¡Amén!
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