lunes, 22 de abril de 2013

AQUILA y PRISCILA: Nuestra Casa, Lugar de Misión

“Casa” es una palabra muy importante en la experiencia humana. Nos remite a la familia o a la falta de ello, crea en nosotros sentimientos buenos de cosas y momentos que echamos mucho de menos y, a veces, de sentimientos contradictorios. Pero no queda duda de que “casa” siempre es una palabra que viene cargada de significados. La casa de Aquila y Priscila no era tan distinta de eso: actividades domesticas, cuidados con las ropas, preparación de comidas, niños corriendo y más tarde jóvenes entrando y saliendo. Pero hubo un diferencial que posiblemente sea significativo para las casas de hoy: recibieron a Pablo que “fue a verlos, y como hacía tiendas de campaña al igual que ellos, se quedó viviendo y trabajando juntos” (18.2-3). De esa forma se estableció una excelente oportunidad para que Pablo se quedara en Corinto y predicase el evangelio. Además de ese diferencial, también hospedaban a la iglesia en su casa: “Saludad a Priscila y Aquila, mis compañeros de trabajo en Cristo Jesús. Por salvarme la vida, ellos arriesgaron la suya. Tanto yo como todas las iglesias de los gentiles les estamos agradecidos. Saludad igualmente a la iglesia que se reúne en su casa” (Rm 16.3-5). La palabra “casa” (gr: oikos) aparce de forma amplia y significativa en toda la Biblia. Un ejemplo de ello es la expresión “la casa de Dios”. Ocurre en Hb 3.1-6 con un profundo sentido teológico: nuestro pensar debe fijarse en Jesucristo que fue fiel al Padre, de la misma forma como Moisés fue fiel en toda la casa de Dios (3.2), referencia a Israel. Sigue el texto diciendo que, por su vez, Jesucristo es mayor que Moisés, puesto que como constructor de la casa es digno de mayor honor que la propia casa (3.3-4). La fidelidad de Moisés a la casa de Dios (Israel) se debe a que testificó el futuro a Israel (3.5), pero la fidelidad de Cristo se debe al hecho de ser “el Hijo al frente de la casa de Dios, y esta casa somos nosotros” (3.6). Por eso, consideramos la iglesia como la casa de Dios. Encontramos, también, la expresión la casa de mi Padre. Cuando era adolescente, al responder a la angustia de José y María por su desaparición, afirma Jesús: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2.49). A los vendedores expulsados del Templo en Jerusalén, afirmó “¿cómo os atrevéis a convertir la casa de mi Padre n un mercado?” (Jn 2.16). Sin embargo, el texto más conocido es Jn 14.2, cuando habla de nuestra fe y nos consuela: “en el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya os habría dicho”. Notamos, aun, el registro de varias iglesias que se reunían en casas. Algo importante para el establecimiento y crecimiento de la iglesia en sus inicios. Ya hemos mencionado la iglesia que se reunía en casa de Aquila y Priscila (Rm 16.5), pero vemos lo mismo en casa de Lidia: “cuando fue bautizada con su familia, nos hizo la siguiente invitación: si vosotros me consideráis creyentes en el Señor, venid a hospedaros en mi casa (Hc 16.15) y en la casa d Filemón: “y a la iglesia que se reúne en tu casa” (Fm 2). En nuestro texto, Hechos 18.24-27, tras Pablo dejar Antioquía y viajar por Galacia y Frigia, fortaleciendo la fe de las iglesias (18.23) y antes de su regreso a Éfeso (19.1), encontramos a Aquila y Priscila acogiendo en su casa a Apolo. Se trata de una historia metida dentro del contexto de los viajes misioneros en los que Pablo predicaba el evangelio, establecía nuevas iglesias y fortalecía la fe de los discípulos. Observamos que la ausencia de Pablo, el gran apóstol, predicador y misionero, no paralizó la iglesia en su ministerio y en su misión. Ese contexto es imprescindible para determinarse el “ambiente” que nutrió la experiencia de Aquila y Priscila: acoger a Apolo en casa fue una actitud inminentemente pastoral-misionera. Tenemos que entender el sentido de la palabra “casa” aquí. No es “oikos” como dije antes, sino “proselabonto” (proslambanô). Una palabra muy rica por indicar la actitud de “tomar a alguien a su lado”, “asumir a una persona”, “recibir con hospitalidad”, “aceptar en el círculo de amistades”, “tratar a alguien con bondad y afecto”. Recibe un uso muy especial en el NT: “encendieron una fogata y nos invitaron a acercarnos, porque estaba lloviendo y hacía frío” (Hc 28.2); “nosotros debemos brindarles hospitalidad” (2 Jn 8); “Pedro lo llevó a parte y comenzó a reprenderlo” (Mt 16.22; Mc 8.32); “te lo envío de vuelta y con él va mi propio corazón… recíbelo como a mi mismo” (Fm 12, 17); “recibid al que es débil en la fe… pues Dios lo ha aceptado” (Rm 14.1,3); “aceptaos mutuamente, así como Cristo os aceptó a vosotros para gloria de Dios” (Rm 15.7). Ante la riqueza de actitudes contenidas en el uso bíblico de esta palabra, abarcando actitudes personales, familiares, eclesiales y misioneras, notamos que la acción básica de Dios al aceptarnos en Cristo (gracia genuina) es lo que nos mueve hacia la aceptación del otro. En ese sentido, la experiencia de Aquila y Priscila, tal como la vemos en el texto, es pertinente a nuestras vidas como familias-misionera e iglesias-misioneras que somos todos. Veamos algunos elementos que caracterizan esa historia: 1. “Al oírlo Priscila y Aquila…” (18.26): lo que leemos sobre Apolo es admirable (18.24-26a). Posiblemente sería lo suficiente para que ya lo recibiéramos como pastor o misionero, pero mientras predicaba Aquila y Priscila lo oían atentamente. Sin duda percibieron su elocuencia, su fervor, su cultura, su conocimiento bíblico y su valor al predicar. Pero oyeron todavía más, notaron que su conocimiento bíblico y su experiencia con Dios todavía no estaban completos, puesto que solo conocía el bautismo de Juan (18.25). Quizás nadie más que Aquila y Priscila se dio cuenta de su necesidad de conocer “con mayor precisión el camino de Dios” (18.26). Aquila y Priscila demostraron atención y sensibilidad, se preocuparon con los rumbos de la vida y del ministerio de aquel joven y resolvieron acogerle. Y al hacerlo buscaban una nueva oportunidad de seguir sirviendo a Cristo, como cuando antes acogieron también a Pablo. 2. “Lo tomaron a su cargo…” (18.26): por el uso de “proselabonto” la traducción podría haber sido “lo invitaron a ir a su casa” indicando así su sentido más amplio de acogimiento. No solo le dieron un techo a Apolo, sino que lo hicieron ser aceptado por la iglesia al recibirle e inserirle en la familia y en la iglesia. Ejercieron así un significativo ministerio en el Cuerpo de Cristo (1 P 4.9; 3 Jn 8). La actitud de los dos fue de aceptación y apertura, demostrando afecto en su acogida. Ese es una clase de ministerio que debemos buscar e incentivar en nuestra propia familia e iglesia, porque se trata del ejercicio de un don fundamental para la salud de la iglesia y de su extensa obra misionera. Es importante, además, notar que Aquila y Priscila no eran apóstoles, ni teólogos profesionales, ni pastores o misioneros. Eran “personas comunes” (como si los pastores no lo fueran…) que vendían las tiendas que fabricaban para sobrevivir. Pero esta familia común tenía el serio compromiso de aceptar y acoger a otros ante Dios y la iglesia. No lo hacían por tener una casa confortable y grande, sino más bien lo hacían como parte de la misión de Dios en sus vidas. Abrir nuestras casas e iglesias es abrir nuestros corazones para acoger con sensibilidad, es abrir nuestra fe para ser vista y examinada a fin de tornarse proclamadora. ¿Lo podemos hacer? 3. “Y le explicaron con mayor precisión el camino de Dios” (18.26): el ambiente familiar de afecto y aceptación (en casa y en la iglesia) es primordial para que podamos enseñar la Biblia. Aprender la Biblia no es una cuestión de acumulo de informaciones, de hechos históricos y datos teológicos. Aunque tenga su lugar estas cosas, aprender la Biblia tiene como objetivo conducir a una persona al camino de Dios, y a una mayor obediencia a Jesucristo. Priscila y Aquila lo hicieron al instruir a Apolo con exactitud, llevándole a comprender dimensiones de la enseñanza bíblica y de la salvación en Cristo que todavía no las entendía bien. Hicieron un admirable trabajo de discipulado. El discipulado exige acoger al otro, además de exactitud en la enseñanza de la Palabra de Dios, lo que nos lleva como familia (de Dios) al estudio serio y continuado de la Biblia y a vivir permanentemente en sus principios. En ese sentido, el discipulado se comprende como un ministerio clave en la vida de la iglesia y en la dinámica misionera en el mundo. 4. “Como Apolo quería pasar a Acaya, los hermanos lo animaron y les escribieron a los discípulos de allí para que lo recibieran” (18.27): la iglesia sigue el mismo proceder acogedor y amoroso de Aquila y Priscila: dándole animo a Apolo a seguir su misión por Acaya, contactando con las iglesias de allí pidiendo que lo recibieran bondadosamente. Así la iglesia contribuyó y abrió puertas para su ministerio. La propia iglesia encontró en la acogida que recibía en casa de Aquila y Priscila un ambiente de aprendizaje de la palabra y una oportunidad para crecer en la gracia de Dios. Al ser acogida, la iglesia aprendió a acoger y a animar Apolo en su ministerio. Al transformarse en una casa que acepta y acoge, la iglesia entiende mejor la dimensión y la extensión de su misión. Se transforma en una iglesia-casa-misión y se abre hacia a los seres humanos. 5. “Cuando llegó, ayudó mucho a quienes por la gracia habían creído… demostrando por las Escrituras que Jesús es el Mesías” (18.27-28): de la misma forma que la iglesia, Apolo se asumió como un “misionero-casa”, se puso al lado (gr: paragenomenos) de los hermanos de Acaya y los acogió (casa). Solo así los pudo auxiliar y servir. Su ministerio tuvo como base el acoger y el discipular que recibiera de Aquila y Priscila. Ahora podía también acoger a los hermanos y demostrarles por la enseñanza de la palabra que Jesús es el Cristo de Dios, algo que hasta hacía muy poco él mismo no lo tenía muy claro (18.25). Tenemos aquí la formación de un verdadero equipo misionero compuesto por Aquila y Priscila, por Apolo y por la iglesia. Los tres se acogieron, se fortalecieron y se formaron como “casa de Dios” y, juntos, en la persona de Apolo, siguieron hacia los demás. Eso nos conduce a algunas implicaciones para nuestras familias e iglesias: 1. Misión es una acción que edifica, fortalece y construye permanentemente la vida; 2. Misión es una acción que proclama a todo el mundo (gr: oikoumene); 3. Misión es una acción que acepta y acoge;

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