“Te quiero” o “te amo” son palabras que han perdido mucho de su sentido más profundo y verdadero, habiendo asumido una dimensión que cada día más refleja el egoísmo de querer para uno solo el amor del otro. Son palabras condicionadas a lo que queremos, a lo que nos gusta, a nuestras preferencias y conceptos personales. Así, podemos hablar de un “querer” o de un “amor” que pone en manifiesto todo lo que traemos dentro de nosotros, para no decir que pone en manifiesto el pecado humano. Por ejemplo: “te quiero, pero no me pidas que abra mano de esto o aquello”, “te quiero, pero no pienses que me voy a esforzar para hacerte feliz”, “te quiero, pero tiene que ser de mi manera”, “te quiero, pero solo hasta que mi sentimiento cambie”, “por ahora te quiero, mañana será otro día”, “te quiero, hasta que me digas lo que no quiero oír”.
El amor es un tema central en la primera carta de Juan. El apóstol nos enseña que no debemos amar al mundo ni nada de lo que hay en él (2.15), refiriéndose a los malos deseos, a la codicia y a la arrogancia. Nos enseña que Dios, en sí mismo, es el amor verdadero, cuando dice directamente que “Dios es amor” (4.8) y que ha manifestado su amor al mundo al enviarnos a su Hijo Jesucristo para que vivamos por medio de él (4.9-10).
Así siendo, cuando estamos en proceso de transformación por la gracia redentora de Cristo, el amor humano también se transforma cada día. Por eso, sea el amor por la familia, o el amor entre nosotros los que creemos en el mismo Dios, o el amor entre un hombre y su mujer, o el amor altruista al prójimo, se pueden configurar desde la plataforma del amor de Dios manifestado en Cristo y asumir nuevas dimensiones desde la obra de Cristo. Con esto en mente, podemos explorar un poco el texto de 1 Juan 3.11-18 y ver lo que sacamos para nuestras vidas de esta importante palabra “te quiero” o “te amor”.
1. El amor lo debemos comprender más teológicamente que como un sentimiento (3.11): la enseñanza del verso 13 es muy importante como fundamento para la palabra “te quiero” o “te amo”: que nos amemos los unos a los otros es parte del mensaje apostólico que hemos recibido desde el principio. La expresión “éste es el mensaje que habéis oído desde el principio” se repite en esta carta más de una vez y siempre introduciéndonos algunas de las enseñanzas más fundamentales de la doctrina de los apóstoles. Lo vemos repetido en 1.1; 1.5; 2.7 y 3.11.
Eso significa que al tratar del tema del amor, el apóstol Juan no lo excluye de la doctrina cristiana, como si se refiriera a un tema de sentimientos personales que nadie tiene que meterse, sobretodo Dios y la fe. Por eso, si queremos comprender mejor la amplitud de la palabra “te quiero” o “te amo”, debemos empezar por comprender su conexión con la fe y la doctrina de Cristo.
Si no lo empezamos por ahí, ya desde el inicio mantendremos la palabra “te quiero” o “te amo” como algo que depende únicamente de lo que sentimos y de lo que pensamos, dejando a un lado la experiencia de fe y su relación con el amor. Eso sí significaría un tremenda pérdida para el amor, al igual que convertiría la fe en un artículo excluido de las demás partes de nuestras vidas. Así que al empezar a repasar la palabra “te quiero” debemos tener claro que la debemos comprender más teológicamente que como un mero sentimiento sensorial y personal.
2. Caín, ejemplo del anti-amor (3.12): siguiendo al apóstol en su texto, vemos que nos da el ejemplo de amor de Caín. Si leemos en verso 12, curiosamente no encontraremos una referencia directa al hecho de que Caín odiaba a su hermano Abel. Dice, eso sí, que Caín era del maligno y que asesinó a su hermano porque sus obras eran malas y las de su hermano justas. Pero no dice que no lo amaba, el problema era que amaba a sí mismo desmesuradamente, él mismo era el centro de todo su amor.
Todo indica que Caín no tenía su amor fundamentado en la verdadera fe y en la justicia de Dios, como su hermano. Por eso sus obras eran malas y las de su hermano justas, porque lo que éste hacía lo fundamentaba en la fe y en Dios, mientras que Caín basaba sus obras en sí mismo y en su pecado. En ese sentido, el amor de Caín manifestó su pecado y su distancia de Dios. Se trataba, más bien, de un anti-amor, a lo que Juan dice “no seamos como Caín”. ¡Con esa recomendación ya no hace falta decir mucho más!
3. El amor de Dios y el odio del mundo (3.13): La verdad es que el anti-amor de Caín expresa el odio del mundo a los que reciben el amor de Dios y llevan sus vidas bajo ese amor. Por eso, no hay nada de extraño cuando el anti-amor, o el odio del mundo, se manifiestan asumiendo variadas formas y expresiones.
El amor de Dios, por su poder y eficacia salvadora, incomoda a los valores que se viven en el mundo humano. Valores como el egoísmo, la vanidad, la arrogancia y otros se sienten invadidos e incomodados con la propuesta del amor de Dios tal como si vio en la vida de Cristo en su momento, como la que se ve en la vida de los cristianos a lo largo de la historia y hoy día.
El mismo Juan, registra la oración sacerdotal de Cristo (Jn 17.14-15) en la que dice: “yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno”. El odio del mundo se explica porque los valores derivados del amor de Dios en la vida de los cristianos los hace personas que caminan en contra de la riada de odio que sale del egoísmo humano. Pero Cristo, por su amor al mundo, no le pide al Padre que nos quite del mundo para que ya no suframos más esa clase de odio, sino que le pide que nos proteja del maligno. “En este mundo tendréis aflicciones, pero ¡tened ánimo! Yo he vencido al mundo” (Jn 16.33).
4. El amor de Dios nos redime (3.14): La redención o la salvación por Cristo Jesús puede ser vista a diario en la vida práctica de los que han sido alcanzados por esa bendición. El amor con que amamos unos a otros y que se expresa de forma concreta es una de las claves para que sepamos lo cuan profunda es la salvación en nuestro ser. Sabemos que somos salvos porque nos amamos, puesto que el que no ama sigue muerto en su antigua vida, ensimismado en su pecado que lo mantiene alejado de Dios y de los demás, consecuentemente, plantado en su propio egoísmo.
“Te quiero” o “te amo” es una palabra que la aprendemos como expresión de la salvación de Cristo en nuestro ser. Solo en base a la fe podemos mirar a los ojos de una persona y decirle “te amo” de forma profunda y comprometida, ya que solo el amor redentor de Dios en nosotros tiene la suficiente fuerza para dislocar el amor de nuestro egoísmo pecaminoso al compromiso con el bienestar de otro. La redención de Cristo es lo que nos enseña el verdadero valor y profundidad del amor.
5. El amor al hermano confirma la salvación (3.15): Si la salvación de Cristo nos enseña el verdadero amor, entonces el amor al hermano es lo que mejor confirma la salvación en nuestro ser. Juan nos deja claro que no hay vida eterna en el odio, pues el odio promueve la muerte. Por los criterios del reino de Dios, no hace falta matar a alguien físicamente para que seamos considerados asesinos, Cristo nos enseño en el Sermón de la Montaña que “todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del Tribunal. Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al juicio del infierno” (Mt 6.22).
Son palabras duras las de Cristo, pero dejan de manifiesto que el odio es una de las raíces del pecado humano que más dañan a la vida y, además, revela que la vida eterna no está presente en los que odian. Por otro lado, como consecuencia de esto, la manifestación concreta y permanente de amor al hermano es una clara evidencia de la vida eterna. Amamos porque Cristo nos amó primero, amamos porque el amor viene de Dios y porque todo el que ama ha nacido de él y lo conoce, es la conclusión del apóstol (1Jn 4.7). Esa realidad bíblica nos lleva al siguiente punto, en forma de pregunta.
6. ¿Conocemos ya el verdadero amor? (3.16): “En esto conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó su vida por nosotros”. La vida entregada por Cristo por su encarnación-muerte-resurrección es la expresión más pura y grande del amor de Dios por el ser humano. Conocemos, por tanto, el verdadero amor, cuando le abrimos el corazón a Cristo y le recibimos sin reservas en nuestro ser.
Por eso la pregunta cobra sentido: es de vital importancia que reconozcamos a Cristo en nosotros y, si todavía no podemos verle en nosotros, debemos abrirle nuestro corazón para que venga y haga morada permanente en todo nuestro ser. Este es el principal desafío al que nos deparamos cuando tratamos de entender la palabra “te amo”. ¿Nos amamos más a nosotros mismos o amamos porque fuimos amados por Dios? La diferencia es la clave para que podamos conocer el amor de Dios que nos salva y le da a nuestra vida una dirección completamente nueva y renovada.
Y la consecuencia de que conozcamos el verdadero amor es que amamos de verdad. Así como el amor de Dios se ha manifestado en la forma de una dadiva y entrega por parte de Cristo por nosotros, nuestro amor se manifestará inevitablemente dentro del mismo parámetro, dando nosotros también nuestras vidas por los hermanos, en el sentido de que nos comprometemos y nos dedicamos a cada uno de ellos en servicio y cuidado amoroso.
7. El amor es una actitud concreta hacia a los demás (3.17-18): El resultado más inmediato de la palabra “te quiero” y “te amo”, como fruto del amor redentor de Dios en nosotros es que asumimos una actitud concreta de amor hacia a los demás.
El texto de los versos 16-17 en verdad amplia las palabras finales del verso 16, o sea, Juan nos da un ejemplo práctico y claro de lo que significa dar la vida por los hermanos, como Cristo ha dado su vida por nosotros. Se trata de una actitud concreta de amor a los demás que manifiesta por pequeñas cosas la grandiosidad del amor de Dios. No dejar que el otro pase hambre, no dejar que sienta frío, no permitir que sufra necesidades teniendo en nuestras manos el poder de evitarlo y de aliviar su sufrimiento deja de ser una actitud filantrópica para convertirse en demostración del amor de Dios cuando somos alcanzados por ese amor.
En ese sentido, “todo el que ama”, como dice el apóstol Juan, se vincula con “todo el que cree” (4.7 cp 5.1). Creer en Cristo y amar al otro son partes integrantes de la misma fe y de la misma espiritualidad. No hay como separarles el uno del otro. Por eso, el “te quiero” y el “te amo” manifiestan la fe y la esperanza eterna en Cristo.
Algunas conclusiones e implicaciones que pueden ser importantes para todos:
1. Hacia Dios: “te amo, Señor” debe de ser una expresión de alabanza y de respuesta que le damos a Dios en reconocimiento por su obra de salvación en nuestras vidas. Nuestro amor primero, el más fundamental de nuestra vida, el que le da sentido a todo lo demás es el amor a Dios. Amar a Dios sobre todas las cosas y sobre todas las personas, incluso sobre nosotros mismos. Consagramos a Dios, por tanto, todo nuestro amor y dedicación.
2. Hacia nosotros mismos: querernos a nosotros mismos es parte de la obra de Dios en nuestro ser. Si nos queremos y nos amamos verdaderamente, podremos apartar de la mente lo que nos hace daño y buscar una vida equilibrada en todos los sentidos, tanto a nivel físico, mental, emocional, espiritual, familiar, profesional, social etc; vivimos en paz con nosotros mismos, sin buscar nada demasiado elevado para nosotros, contentos con las oportunidades que Dios nos concede a diario, consagrándonos a su causa y a su reino.
3. Hacia a los demás: querer y amar a las demás personas, por más difícil que sea, es parte de lo que necesitamos aprender con la palabra de Dios. El servicio y la misión cristiana no nos llevan a consagrarnos a nosotros mismos, sino más bien a buscar el alivio y el bienestar de los demás, de forma a que comprendan que Dios les ama y se ha sacrificado por su salvación. Se trata de un amor diaconal, un amor que se importa con el sufrimiento que el pecado le causa a la gente, un amor que se organiza en comunidad para poder servir mejor y de forma más amplia.
4. Hacia a la familia: decir a nuestros familiares que les queremos y amamos les cuesta demasiado a mucha gente. Muchos dicen que ellos saben que les quieren, pero es muy distinto cuando eso se verbaliza en palabras y se traduce en acciones concretas. La familia se fortalece por los vínculos de amor y de compromiso mutuo, y siendo el amor la base de estos vínculos es muy importante que lo repitamos cada día, cada
mañana, cada momento con hechos y palabras que lo demuestre.
“Te quiero” y “te amo” son palabras cristianas que deben acompañar nuestras acciones, actitudes y comportamiento. Son palabras que las necesitamos aprender y repasar cada día con el Señor.
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