No es poco común que nos acerquemos a alguien y luego nos arrepintamos de haberlo hecho. Frecuentemente nos sentimos incómodos con la manera como las personas reaccionan a nuestro acercamiento, para no decir que muchas veces nos sentimos rechazados e, incluso, ofendidos. Con el tiempo aprendemos que la soledad nos parece más segura y nos aferramos a ella, aunque sigamos rodeados de amigos, compañeros y hasta de familiares. Creamos, eso sí, poco a poco, una defensas para que ya no nos sintamos más ofendidos por la gente, y con el tiempo establecemos una cultura personal basada en el “alejamiento”.
Lo interesante de todo eso es que “alejamiento” es una de las palabras que mejor describe la relación cortada que ya se ha establecido entre el ser humano y Dios. Se trata del mismo concepto para “pecado” en este sentido, lo que le da a la palabra “alejamiento” una densidad bastante complicada por, de alguna forma, representar y describir el pecado humano y su separación de Dios.
Pero al volver a las páginas de la Biblia, nos encontramos con otra realidad. La realidad del “acercamiento”. El hecho de acercarse uno a Dios como respuesta positiva que le damos a su supremo acercamiento por intermedio de Cristo Jesús debe llevarnos a pensar más detenidamente sobre esta dimensión de la fe. Además, el acercarse uno a Dios, ya que se ha acercado a nosotros primero, supone necesariamente que vayamos también al encuentro de las demás personas. Nos acercamos a los otros y les permitimos que se acerquen a nosotros, aunque tengamos una larga historia de desilusiones, porque esa es la naturaleza de la fe y de nuestra relación con Dios. El texto de Mc 9.33-37 nos ayuda a comprender mejor la dinámica que intento presentaros:
1. La realidad del “aléjate” (9.33-34): ser el primero entre todos los discípulos era la disputa que entre ellos había cuando iban de camino a Capernaún con Jesús. Y Cristo lo sabía muy bien, puesto que les preguntó: “¿qué veníais discutiendo por el camino?” La pregunta de Cristo tenía una sola razón: quería destapar la realidad del “aléjate” en la que vivían sus discípulos, como lo viven todos los demás seres humanos.
No podemos acercarnos a las personas y decirles “acércate a mí” o “acércate a nosotros” sino comprendemos bien la realidad del “aléjate” y el daño que supone a nosotros y a nuestra relación de fe con Dios. Cristo lo sabía perfectamente y se dispone a tratar el tema en la vida de sus primeros discípulos, como lo vemos en el texto, y en nuestras vidas igual.
La reacción de los discípulos a la pregunta de Cristo ha sido muy reveladora: “se quedaron callados, porque en el camino habían discutido entre sí quien era el más importante”. En otras palabras, disputaban entre sí el “aléjate” más glamuroso, el “aléjate” más destituido posible de la presencia de Dios. En que más metido estuviera en la dimensión del “aléjate” más importante se sentiría sobre sus compañeros de fe. Pero ¿de qué fe hablamos cuando disputamos el puesto de “más importantes” en el mundo del “aléjate”?
Lo que impresiona es que este mundo del “aléjate” se encontraba sólidamente establecido también entre los que seguían de cerca a Cristo, caminaban a su lado, oían a sus palabras y veían a sus milagros. La idea de “más importante” en la discusión de los discípulos se puede comprender mejor cuando damos con la palabra griega original en el texto; se trata de la palabra “meizon”, que tiene su sentido mejor definido por la categoría de “tamaño”. O sea, trataban de descubrir el que era el más grande de entre ellos, el que tenía más influencia con Cristo, el que poseía más poder y que, en consecuencia, se convertiría en el líder de los demás. No hay la menor duda de que, por la perspectiva de Jesucristo, el “aléjate” era ya una realidad establecida, contra la cual su gracia se contrapone y la fe nos impulsa a dejarla en definitivo.
2. La tensión entre el “aléjate” y el “acércate” (9.35): Si la gracia de Cristo se contrapone a la realidad humana y pecaminosa del “aléjate”, es natural que en la enseñanza de Cristo veamos una singular tensión entre el “aléjate” y el “acércate”. En este sentido esa tensión es creativa y refleja la santificación como un camino en el que, mientras abandonamos el pecado, seguimos hacia a la voluntad de Dios. O, como en las palabras de Juan el Bautista, “a él le toca crecer y a mí menguar” (Jn 3.30).
La dinámica de Cristo con sus discípulos es muy peculiar e interesante: al quedarse callados, asumiendo la realidad del “aléjate”, entonces Cristo se les acerca completamente. Dice el texto: “Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo”. Cristo no asume la realidad del “aléjate” con sus discípulos, más bien, establece con ellos la dinámica del “acércate”. Se sienta, los llama a su lado y les habla: una franca disposición de estar con ellos y ayudarles a superar los antiguos vicios sociales y familiares del pecado y del “alejamiento”. Una dinámica que nos hace falta aprender cada día como parte del ejercicio de la fe.
“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Con estas palabras, Cristo establece la tensión necesaria entre el “aléjate” y el “acércate” de forma a llevarles a comprender la necesidad, entre ellos mismos y con las demás personas, de pasar del primer estado al segundo. La tensión propuesta por Cristo es creativa en el sentido de que nos conduce a bajar de nosotros mismos y a ver en la otra persona la meta de nuestro servicio y diaconía cristiana. Ser el último y el servidor de todos no es una posición despreciativa, como lo consideraríamos si no tuviéramos fe; más bien, por la fe nos podemos reposicionar ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, encontrando en Cristo el modelo de actitud a seguir, puesto que él “se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo… se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Fp 2.6-8).
La tensión establecida entre el “aléjate” y el “acércate” nos lleva no solo a comprender mejor nuestra fe y a caminar por las sendas de la voluntad de Dios, sino que también nos descortina la relación con las demás personas como un ministerio dado por Dios. Así, ser el último o ser el servidor de todos le da calidad a nuestras relaciones sociales y familiares. Nos acercamos para servir.
3. El ejemplo del “niño” (9.36-37): Para explicar mejor la dimensión cristiana del “acércate” como el camino sustituto para el mundo ya establecido del “aléjate”, Cristo toma a un niño y lo pone en medio de todos. Como sabemos, en el mundo de los judíos de aquel entonces, los niños pequeños tenían muy poco valor social. Eran considerados como los seres más insignificantes de su escala de valor social y su presencia en el mundo de los adultos se consideraba como estorbo y molestia.
Así, al ilustrar el mundo del acercamiento y de la fe, Cristo toma en sus brazos al más insignificante de la cadena social, un niño, y lo pone en un lugar de importancia, en medio de todos sus discípulos adultos. Ocupaba el lugar central, dando importancia al que socialmente no se le consideraba importante.
Pero eso no ha sido todo: “abrazándolo, les dijo…” el abrazo de Cristo, además de real, significa su aceptación e identificación con el niño. Lo aceptó como niño que era y así le dio el grado de importancia que los demás no conseguían darle. “El que recibe en mi nombre a uno de estos niños, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió”. La identificación con el otro, el recibirse al otro y el cuidado y servicio que le damos supone la plataforma más básica para la misión cristiana en este mundo.
Dice la tradición que ese niño, de mayor, se quedó conocido como Ignacio de Antioquia, obispo y teólogo, llevado a Roma para ser martirizado posiblemente en el año de 110. Su contribución teológica ha sido muy amplia con destaque para la construcción de una espiritualidad que tuviera como origen la persona de Cristo y que se manifestara en compromiso con la comunidad, con el otro. Aquel niño tomado de brazos por Cristo como ejemplo del acercamiento, ha sido a lo largo de su vida un ejemplo de servicio y dedicación a las otras personas.
Aceptar y acercarse se convierten, por tanto, en firmes pilares para el ejercicio diario de la fe y para la misión que Cristo nos pone en nuestras manos.
4. Implicaciones del acercamiento: ¿Qué podemos sacar para nuestras vidas hoy? Creo que la palabra “acércate” cuando vista a la luz de la experiencia de Cristo y sus discípulos asume sentidos muy ricos e importantes para todos nosotros:
a) Dios se ha acercado a nosotros con su amor y su gracia, dando el regalo de la salvación por intermedio de la obra de su Hijo Jesucristo. Dios es la fuente del acercamiento;
b) Como hombres y mujeres alcanzados por el acercamiento amoroso y salvador de Dios, respondemos positivamente acercándonos a diaria a él y a su palabra;
c) Una vez expuestos a los efectos santificadores de la palabra y del acercamiento de Dios, debemos acercarnos a nosotros mismos, comprendiéndonos adecuadamente ante Dios y viéndonos a nosotros mismos por el prisma de Dios. De esa forma, podemos confesar lo que somos a Dios en arrepentimiento y fe, buscando cada día la transformación de la vida por el poder de Dios;
d) Como resultado de todo lo anterior, nos acercamos también a las demás personas en actitud y sentimiento de misericordia y servicio, conscientes de que solo por el poder del amor de Dios podrán comprender la dimensión de su gracia y salvación;
e) Por fin, además de acercarnos, podemos también permitirle a la gente que se acerque a nosotros, como personas, familia e iglesia. “Acércate” se convierte en una invitación a la comunión, al perdón, a la reconciliación, al amor y a la salvación en Jesucristo.
¡Que Dios nos ayude a vivir de cerca la palabra “acércate”!
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