lunes, 15 de febrero de 2010

Trinidad, la Verdadera Protagonista de la Misión

Para muchos de nosotros hablar de la misión es hablar de uno mismo y de su propia vocación personal; o seria hablar de un conjunto de actividades planeadas y llevadas a cabo por la iglesia en las cuales participamos como voluntarios. Sin embargo, aún que la vocación personal y las actividades de la iglesia sean muy importantes, la misión se fundamenta en conceptos mucho más profundos.
En ese sentido, lo que me gustaría deja claro es que hablar de la misión es, fundamentalmente, hablar de la naturaleza del propio Dios. Eso significa que para llegar a las prácticas de la misión de la iglesia y de la vocación cristiana, tenemos que empezar con la persona de Dios y en él fundamentar nuestra fe y nuestros conceptos. Para que eso se torne un poco más claro, podríamos decir que la Trinidad es la verdadera protagonista de la misión, o en las palabras de David Bosch: “Misión no es primariamente una actividad de la iglesia, sino más bien un atributo de Dios. Dios es un Dios misionero”.
Esto convierte la misión en un concepto teocéntrico, lo que significa que de la acción misionera y redentora de Dios en el mundo derivamos nuestro servicio, vocación y misión como iglesia. Así siendo, preguntarnos sobre la motivación y la visión con que participamos en los programas y actividades misioneras, tornase cada vez más vital para nuestro trayecto misionero como iglesia en el mundo. Claro está que un estudio como este exigiría un abordaje mucho más amplio y demorado, pero como punto de partida me gustaría mencionar unos elementos que nos muestran que en la Trinidad (o en la naturaleza de Dios) encontramos el fundamento para la misión. Poco a poco, después, procuraremos añadir otras materias a esta.
Dios el Padre: fuente de la misión
De Dios el Padre procede la misión. En el conocido texto de Jn 3.16-17 aprendemos que todo lo que hizo Dios a favor de la salvación del mundo parte de su propio amor por la humanidad y, como lo sabemos, una de las perfecciones del ser de Dios es el amor (1 Jn 4.7-10).
El amor de Dios, sin embargo, no puede ser visto como una forma romántica, subjetiva o abstracta para referirnos a Dios. Todo al contrario, en estos dos textos, el amor de Dios se relaciona, directa y necesariamente, al proceso del envío (misión) de Jesucristo al mundo para su encuentro redentor con la humanidad elegida. En otras palabras, el Dios amoroso es el Dios que inicia el movimiento redentor de la Trinidad en dirección al mundo.
Eso deja claro que la iniciativa redentora de Dios tiene como uno de sus fundamentos su amor por la humanidad creada y caída. Por tanto, se miramos por este prisma veremos a la Trinidad como una comunidad de amor que manifiesta compasión genuina por todos los seres humanos, alejados de Dios por su propio pecado y carentes de la salvación. Encontramos, así, en el amor del Padre la fuente de dónde procede la misión.
Dios el Hijo: realizador de la misión
En Jesucristo, Dios el Hijo, encontramos la realización plena de la misión. Eso quiere decir, de forma concreta, que Cristo ha cumplido histórica y cabalmente toda la expectativa salvadora y eterna de Dios. El mismo texto ya mencionado, Jn 3.16-17, le describe a Cristo como habiendo venido al mundo enviado por el Padre (Jn 17.18; 20.21) para generar la redención.
Los eventos centrales en su vida, y totalmente integrados entre sí, su encarnación-muerte-resurrección, forman la base sobre la cual ha realizado Cristo todo lo necesario para que pudiéramos nosotros acceder a la filiación divina (Jn 1.12-13) , conocer al único Dios verdadero (Jn 17.3), no perecer y disfrutar de la vida eterna (Jn 3.16-17).
En Jn 17 encontramos expresiones que componen el conjunto completo de la obra de salvación realizada por Cristo a favor de los seres humanos. Son expresiones que giran en torno del evento central de su obra: la encarnación-muerte-resurrección. Veamos la fuerza que tienen estas palabras: “yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (17.4), “a los que me diste del mundo les he revelado quién eres” (17.6), “les he entregado las palabras que me diste” (17.8), “ruego por ellos” (17.9), “ya no voy a estar por más tiempo en el mundo… yo vuelto a ti” (17.11), “mientras estaba con ellos, los protegía y los preservaba mediante el nombre que me diste” (17.12), “yo les he entregado tu palabra” (17.14), “no te pido que los quites del mundo, sino que os proteja del maligno” (17.15), “santifícalos en la verdad” (17.17), “yo los envío también al mundo” (17.18), “no ruego solo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos” (17.20), “yo les he dado la gloria que me diste” (17.22). Por tanto, se miramos por el prisma de Cristo como el que realizó la misión, veremos a la Trinidad como una comunidad redentora que actúa de forma concreta en la historia humana produciendo la salvación para todos los que creen, indistintamente de raza, época, genero, cultura y posición socioeconómica.
Dios el Espíritu Santo: fuerza motriz de la misión
El Dios Espíritu Santo, por su parte, debe de ser visto como la fuerza motriz de la misión, puesto que es el Espíritu quien trabaja incesantemente en nuestro mundo, moviendo las personas en dirección a Dios y produciendo en sus vidas el genuino arrepentimiento y la fe.
En el texto de Jn 16.8-11 podemos ver, de forma resumida, el perfil del ministerio del Espíritu Santo entre la humanidad: la convence de su pecado de no creer en Cristo, de la justificación producida por la obra de Cristo (encarnación-muerte-resurrección) y del juzgamiento ya proferido en contra de Satanás y sus seguidores. Convencer el mundo de la exclusiva salvación de Jesucristo es la fuerza del Espíritu que mueve la misión de Dios en el mundo. Con eso queremos decir que sin la actuación del Espíritu Santo, la Trinidad no sería protagonista de la misión.
Leemos, también, en Jn 14.16-17 que el Espíritu Santo ha sido enviado al mundo para estar con todos los que creen y heredan la salvación. Es importante notar que la fuerza motriz que mueve la misión en este mundo “vive con vosotros y estará en vosotros”, por eso lo podemos conocer y él “os enseñará todas las cosas y os hará recordar todo lo que os he dicho” (Jn 14.26). El Espíritu Santo es la paz (reconciliación con Dios – Ef 2.11-22), es quien representa la reconciliación que nos ofrece Dios por medio de Jesucristo, tornándola eficaz y vivencial en el ámbito humano (Jn 14.17).
Cuando miramos por el prisma del Espíritu como la fuerza motriz de la misión, podemos ver a la Trinidad como una comunidad santificadora, que torna la redención de Cristo una experiencia humanamente posible, viable y transformadora, llevándonos a todos los que creemos a una constante actitud de servicio (misión) como expresión de nuestra gratitud a Dios.
Como conclusión, quiero destacar que las acciones realizadas por el Padre, por el Hijo y por el Espírito Santo (la Trinidad) no pueden ser consideradas como acciones independientes. Todo por lo contrario, son acciones que existen e solo cobran sentido cuando vistas de forma totalmente integradas en sí mismas, componiendo una única misión de Dios (missio Dei) a favor de la humanidad.

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