martes, 3 de noviembre de 2009

El Evangélio Social

No quisiera asegurar que existe un encendido debate sobre la labor social que las iglesias deberían desplegar, y algunas lo están haciendo, en el mundo de hoy. Pero sí existe, entre algunos líderes la preocupación de definir los límites y analizar las repercusiones de dicho ministerio social.

La gran comisión, según figura en el Evangelio de Mateo dice: “id y haced discípulos entre todas las naciones, bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadlos a guardar todas las cosas que os he mandado”. En el Evangelio de Marcos leemos: “id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. Los que crean y se bauticen, serán salvos; pero el que no crea, será condenado. Y habrá señales que acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas, cogerán serpientes con las manos y podrán beber mortíferos venenos sin que les hagan ningún daño. Además pondrán sus manos sobre los enfermos, y estos sanarán.”

Si algo queda claro, en mi opinión, es que la prioridad está en “Ir” y en “Hacer Discípulos”; lo siguiente es “Bautizarlos”; luego “Enseñar” y en el caso de Marcos algunas de las “consecuencias” de la transformación de los que creen. Nuestro Señor no enfatiza, entre las peticiones a sus seguidores, el “dar de comer” o “vestir” o “dar cobijo” a los más necesitados. No estoy diciendo con esto que no sea bueno el hacerlo, inclusive recomendable como parte de nuestro testimonio. Creo que el problema está cuando estos “Ministerios” se convierten en la prioridad, ya veces en la razón de ser, de una iglesia local.

La Iglesia del Señor no debe de ser una ONG. Y no digo que las ONG sean malas, ni que no debamos servir a la comunidad en la que El Señor nos ha colocado cuidando, entre otras cosas, de los necesitados. El problema está cuando, ésta ocupación, se convierte en prioritaria y acaba limitando y mermando nuestra responsabilidad de “Predicar el Evangelio” y, como consecuencia de la labor del Espíritu Santo, “hacer discípulos, bautizarlos y enseñarlos”. El problema está en las prioridades. Nuestra preocupación, como líderes, debe de ser la extensión del Evangelio, el ver vidas cambiadas al conocer a Jesús como su Salvador, el que los nuevos creyentes sean enseñados y crezcan en conocimiento y compromiso de su nueva realidad de “Hijos de Dios”, “Embajadores de Cristo”, “luz y sal de la tierra”…

Pidamos al Señor de la mies, que nos dé sabiduría en la utilización de nuestros recursos humanos y nuestras finanzas, para que en todo Él sea glorificado, su Iglesia edificada y el Mensaje corra hasta los confines de la tierra.

Emilio Aparicio

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