martes, 14 de febrero de 2012

¡Dice el Señor!

“…que habite en vosotros la palabra de Cristo con toda su riqueza: instruíos y aconsejaos unos a otros con toda sabiduría…” - Colosenses 3.16a

“Dice el Señor” es una palabra que la necesitamos aprender y repasar cada momento de nuestras vidas. Posiblemente sea la palabra más difícil que tenemos que aprender a lo largo de nuestra existencia, puesto que va directamente en contra de la naturaleza humana comprometida por completo con un status de alejamiento de Dios (a lo que llamamos “pecado”).

“Dice el Señor” es una formula muy usada por los profetas del Antiguo Testamento para introducir el mensaje que habían recibido de Dios, un mensaje cargado por la llamada al arrepentimiento, a la confesión y a la vuelta a los principios de Dios. Un ejemplo de lo que estamos diciendo lo encontramos en Isaías 1.18 – “venid, pongamos las cosas en claro, dice el Señor, ¿Son vuestros pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedaran como la lana!”

“Dice el Señor” es una palabra que nos convoca solemnemente a tomar muy en serio lo que Dios tiene para decirnos cada día; o sea, nos llama de vuelta a las Escrituras Sagradas como nuestra única fuente de conocimiento de la voluntad de Dios. En ese sentido, nos cabe aquí una palabra de alerta: es muy común que nuestra lectura de la Biblia se paute por lo que sentimos; por ejemplo: al leer un texto nos sentimos bien, confortados porque era lo que necesitábamos en aquel momento, según nuestro parecer. En ese sentido, somos muy intuitivos al leer la Biblia, pues confundimos nuestros sentimientos, expectativas y capacidad personal de comprensión con la voz del Espíritu Santo que nos habla. Entregarnos a una lectura bíblica tan intuitiva, como muchas veces lo hacemos, puede ser peligroso por llevarnos a pensar que lo que sentimos y comprendemos es igual a “palabra de Dios”.

Pero si volvemos a nuestro texto de Colosenses, creo que encontramos algunas respuestas y caminos en cuanto a nuestro acercamiento a la palabra de Dios.

1. “Dice el Señor": la palabra de Dios en el contexto de la vida cristiana: para comprender mejor la amplitud de la enseñanza del verso 16, hay que echar un buen vistazo a su contexto. Este verso es parte de un todo literario que empieza en el inicio del capítulo, donde Pablo pone énfasis en la santidad de la vida cristiana. Empieza afirmando que hemos ya resucitado con Cristo (3.1), que Cristo es nuestra vida (3.4), que nos hemos cambiado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios y nos hemos puesto el de la nueva naturaleza (3.9-10), que somos los escogidos de Dios, santos y amados (3.12), y que el Señor nos perdonó (3.13).
A la luz de estas afirmaciones que confirman nuestra relación y pertenencia a Cristo, el apóstol saca una cuantas implicaciones, tales como: buscad y concentrad vuestra atención en las cosas de arriba (3.1-2), haced morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal (3.5-9), revestíos de afectos entrañables y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, tolerancia y perdón mutuos (3.12-13) , vestíos de amor (3.14), que la paz o la reconciliación gobierne vuestro ser (3.15), que la palabra habite en vosotros (3.16), cantad alabanzas y tened gratitud (3.16-17).
Como vemos el “habite en vosotros la palabra de Cristo en toda su riqueza, instruíos y aconsejaos unos a otros con toda sabiduría” no es una afirmación aislada, ni una amonestación apostólica desconectada de un concepto de espiritualidad global, que llega a cada partecita de nuestro ser. El “dice el Señor”, por tanto, está conectado a todo lo demás y lo que el Señor tiene a decirnos tiene que ver con todo lo que somos, tenemos, hacemos, pensamos y deseamos y no únicamente a lo que nos interesa en cada momento o dilema que vivimos. El “dice el Señor” abarca la totalidad de nuestro ser y de nuestra vida, nos transforma progresivamente tanto en lo que reconocemos que necesitamos cambiar, como en estructuras de pensamiento, de sentimientos y de conductas en las que no queremos cambiar puesto que nos agrada y en las que ya estamos confortablemente establecidos.

2. “Dice el Señor”: somos la morada de la palabra de Cristo: “que habite en vosotros la palabra de Cristo: Todo lo que el Señor tiene que decirnos está registrado en la Biblia. Todo lo que tenemos que oír y aprender del Señor no está depositado naturalmente en nuestro ser, o en nuestros sentimientos ni siquiera en nuestra forma de comprender la vida, sino que más bien lo encontramos cuando nos acercamos a la Biblia con la correcta actitud de fe, arrepentimiento, confesión, humildad y con el corazón abierto para que el Espíritu Santo nos convenza de lo que sea.
Por otro lado, el texto es muy claro cuando dice que la palabra de Dios debe encontrar morada en nosotros, como una respuesta a la propia obra de Cristo que nos salva y nos redime. ¿Qué significa que somos la morada de la palabra de Cristo? Seguramente significa que los valores y principios revelados por Dios en las Escrituras van progresivamente penetrando nuestra mente y cambiando la forma como entendemos la vida, reaccionamos ante ella y la forma como sentimos y queremos. El apóstol nos dice en Rm 12.2: “no os amoldéis al pensamiento pecaminoso predominante de nuestra época, sino sed transformados mediante la renovación de vuestra mente”. Al habitar en nosotros la palabra de Cristo nos transforma y cambia la manera como pensamos y sentimos. Se trata de una verdadera metamorfosis, de gusanos a mariposas.
Al habitar en nosotros la palabra de Dios crecemos día a día en compromiso de fe con Dios y aumenta en nosotros el deseo y, consecuentemente, la capacidad de actuar, de pensar y de sentir conforme la buena voluntad de Dios. En ese sentido, habitar en nosotros la palabra de Dios es la única manera que tenemos de conocer y de experimentar la voluntad de Dios y de vivir evangelizadoramente en nuestra sociedad.
Al habitar en nosotros la palabra de Cristo nos identificamos con Cristo, con su reino y con la intención redentora de Dios hacia la humanidad, lo que de hecho nos compromete de cuerpo y alma con la obra de salvación que hace Dios entre los seres humanos. Pero para que seamos la morada de la palabra de Cristo tenemos que comprometernos con la lectura y con el estudio serio y humilde de las Escrituras Sagradas. No leerla para vernos espejados en sus palabras, sino que la debemos leer en contra de nosotros mismos para que seamos progresivamente transformados por su poder.

3. “Dice el Señor”: una palabra en toda su riqueza: “que habite en vosotros la palabra de Cristo en toda su riqueza”. Cuando hablamos de que la palabra de Cristo se extiende en nuestro ser, no podemos pensar que solo habita en nosotros una parte de esa palabra, sino que, en verdad, toda la riqueza y la profundidad de la palabra de Cristo es lo que ejerce en nosotros su poder.
Despidiéndose de los presbíteros de la iglesia de Éfeso, Pablo les dice claramente que “sin vacilar os he proclamado todo el propósito de Dios” (Hc 20.26). De eso se refiere cuando leemos que la palabra de Cristo habita en nosotros con toda su riqueza, que todo el propósito y el consejo de Dios debe llegarnos a nosotros con el poder de cambiarnos y someternos a la voluntad del Señor. No hay nada de lo revelado por Dios en las Escrituras que no debamos recibir, comprender y asimilar en nuestra forma de pensar y sentir.
Seguramente Dios no nos ha revelado todos los misterios y conocimientos relacionados con su ser, con su obra y con nuestro propio futuro a su lado. Hay muchas cosas que jamás llegaremos a comprender en vida, cosas que el Padre ha guardado para su exclusiva autoridad. Pero, seguramente, todo lo que necesitamos saber para recibir y vivir plenamente la fe y la salvación nos ha revelado en su palabra santa. Por tanto, no hace falta buscar lo que no está totalmente revelado, pero sí debemos buscar intensamente lo que Dios nos dice, pues se trata de su riqueza para con nosotros.
Así que buscar lo que “dice el Señor” es una actitud de fe que nos lleva a profundizar a diario en sus maravillas y en sus riquezas. Eso significa, también, que no podemos contentarnos con lo que ya hemos alcanzado, sino que debemos progresar hacia el fondo de las Escrituras, estudiándolas con diligencia porque en ellas encontramos las palabras de vida eterna (Jn 5.39). Si nos contentamos con solo la predicación de los domingos, o con oír un mensaje por internet, o con leer el “Cada Día”, sin dedicarnos nosotros mismos al estudio da la Biblia, como dijo Cristo, andamos equivocados porque desconocemos las Escrituras y el poder de Dios (Mt 22.29). Mucha de la falta de vitaminas y proteínas espirituales se debe a que nos contentamos con lo mínimo de los mínimos cuanto a la palabra de Dios, y nos convertimos en cristianos débiles, que nunca progresamos y siempre nos mantenemos en los mismos pensamientos y sentimientos.

4. “Dice el Señor”: una palabra a ser compartida: “que habite en vosotros la palabra de Cristo con toda su riqueza: instruíos y aconsejaos unos a otros con toda sabiduría”. La palabra de Cristo que mora en nosotros con toda su profundidad y riqueza, como parte de la espiritualidad cristiana, no es una palabra que nos sirve solo a nosotros, ni que está solamente a nuestro servicio, para nuestra satisfacción personal. “Dice el Señor, sin embargo, solo alcanza su dimensión más amplia en nuestro ser cuando nos consagramos a ser canales de esta palabra a otras personas, por medio de lo que decimos y hacemos.
En el final de la Gran Comisión que nos ha dado Cristo (Mt 28.20) nos dijo él: “enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado”. Eso significa que una de las partes fundamentales de la vida cristiana y de la misión de los cristianos es instruir y aconsejar con la palabra de Dios con el propósito de que su palabra se extienda por todo el mundo, o sea tanto sobre la vida de los cristianos, como sobre la de los que todavía carecen de conocer a Cristo.
“Instruíos y aconsejaos mutuamente con sabiduría”, significa, efectivamente, que la palabra “dice el Señor” cobra sentido en nuestras vidas lo suficiente como para que nos preocupemos y nos dediquemos a compartir con los demás la profundidad y el poder que la palabra de Dios asume a diario en nuestro ser. Se trata de ejercer un ministerio de bendecir unos a otros con lo que cada uno ha estudiado y aprendido de la Biblia. Lo interesante de ese ministerio es que el apóstol lo divide por lo menos en dos dimensiones: la de la enseñanza y la de la consejería. Es obvio que con las palabras “instruir” y “aconsejar” procura englobar todas las demás formas y maneras de comunicar a otros la palabra poderosa de Dios.
Lo importante es que reconozcamos que la palabra no esté aprisionada en nuestro interior, sino que seamos instrumentos de Dios para la instrucción de otros, para que los demás puedan ver con claridad el camino de la salvación de Cristo, para que otros reciban ánimo y consuelo de Cristo y para que todos podamos crecer edificados mutuamente por la palabra de Dios en nuestra comunidad de fe, que es la iglesia. Por eso, compartir lo que el Señor dice por las Escrituras, por medio de nuestras palabras y nuestras vidas es parte del fundamento de la espiritualidad y de la misión cristiana.

ALGUNAS CONCLUSIONES: creo ser importante, desde lo que hemos comentado, sacar algunas conclusiones que nos lleve a pensar un poco más sobre la palabra “dice el Señor”.
1. La Biblia no es un adorno: aunque nos guste tener una Biblia bonita con letras doradas sobre el aparador de la entrada, no puede resumirse a eso. Tampoco es para estar guardada toda la semana en un cajón. La Biblia es un libro de trabajo para los cristianos, pues buscamos encontrar en sus páginas la vida de Dios para nosotros;
2. La Biblia es la revelación especial de Dios: no se trata solo de una historia antigua o de cuentos que nos son distantes. Se trata de la fuente de vida de Dios, de su revelación especial por la que conocemos, y únicamente por ella, el camino de la salvación en Cristo Jesús. Si queremos oír la voz de Dios no la oiremos sino por las Escrituras Sagradas. Es la forma como Dios nos habla;
3. La Biblia nos conduce a una vida creciente de fe: si no nos acercamos con seriedad y humildad a las páginas de la Biblia jamás creceremos en la fe. Es bueno oír una predicación, conocer el testimonio de otros hermanos que han pasado por lo que estamos pasando nosotros ahora, o incluso leer buenos libros que nos hablan de la Biblia. Pero, en lo que se refiere a crecer en la fe, solo creceremos y nos solidificaremos si nos acercamos con afinco a la Biblia;
4. La Biblia debe ser leída y estudiada diligentemente: no podemos leer la Biblia de cuando en cuando, cuando creemos que lo necesitamos, o cuando nos sentimos presionados a hacerlo. ¡De ninguna manera! La Biblia la debemos leer y estudiar porque reconocemos que no hay otra fuente de vida para nosotros. Por eso la estudiamos con diligencia, atención y de forma entregada a ella.
5. La Biblia debe ser compartida con todos los demás: por fin no podemos dejar de mencionar el carácter misionero y evangelizador de la Biblia y del ministerio cristiano. En ese sentido, todo lo que podamos compartir de las enseñanzas bíblicas con otras personas es de fundamental importancia, sea por medio de regalos, de literatura, de coloquios, de canciones, de poesía, en fin, por todos nuestros poros, por lo que decimos, hacemos y por la forma como nos comportamos.
¡Que la palabra “dice el Señor” crezca y cobre un sentido renovado en nuestro ser cada día!

No hay comentarios:

Publicar un comentario